Una Ley de libertad

Homilía dehonianos

Una Ley de libertad

Mateo conoce perfectamente la Ley y los Profetas, que es lo mismo que decir que conoce bien la tradición y praxis de la religión judía. La religión en la que nace y se desarrolla Jesús, sus discípulos y las primeras comunidades cristianas.

Mateo quiere presentar a los judíos a Jesús como un nuevo Moisés, o quizás mejor como el Mesías que cumple con creces lo anunciado en el Antiguo Testamento y por lo tanto supera a Moisés sobreabundantemente.

El Sermón del Monte funge como la presentación de un nuevo legislador y una nueva Ley, al modo como Moisés hizo en el monte Sinaí, con los diez mandamientos. Las bienaventuranzas serían el núcleo de la Nueva Ley. Pero el “sermón” es más largo y ocupa 3 capítulos de su evangelio. Entre la Ley del Sinaí y la Ley de las Bienaventuranzas: ¿Hay continuidad? ¿Hay ruptura? ¿Hay superación? ¿Hay plenificación o cumplimiento?

San Mateo hace encaje de bolillos para mostrar que no hay abolición ni ruptura entre las “dos alianzas”, sino que lo que se da es el cumplimiento de la primera en la segunda.

Es lo primero que se proclama en lo que hoy leemos: “No he venido a abolir la Ley o los profetas, sino a dar plenitud”. Y aquí, San Mateo ya hace una opción. No contempla la Ley del Sinaí (o el Pentateuco) aislada de los “Profetas”. Contempla las dos realidades conjuntamente, viendo como en los “profetas” va tomando cuerpo  o vida a la misma Ley. Los profetas interpretan justamente la Ley aplicándola a casos concretos y denunciando en muchas ocasiones las infidelidades del pueblo y sus dirigentes a los mandamientos de Dios. De esta forma se distancia de los saduceos y también de los fariseos. Pero no es fácil defender la no ruptura entre lo que se dijo en la antigüedad y lo que dice Jesús. En el evangelio suena muchas veces el : “Pero yo os digo”. Si no hay contradicción o ruptura, sí es cierto que hay una revisión a fondo.  Jesús habla desde su realidad de “ser Hijo” y contemplar a Dios como “Abba”. Y eso hace que cambien los polos de sustentación de la ley. Si el legislador es Padre, entonces los mandamientos salen de un corazón que ama y van dirigidos a un corazón que se sabe amado, y por tanto los recibirá como don, como gracia, y como camino que lleva a la vida.

Desde la interioridad se desdibujan muchas fronteras y desde una ética de mínimos se llega a una ética de la desmesura; una ética de un amar sin medida, al mismo estilo del amor de Dios. Por eso una cosa es no matar y otra cosa es llegar al amor al enemigo. Matar, se puede matar con un arma. Y eso está perseguido por la ley. Pero podemos matar en nuestro corazón, rompiendo totalmente con una relación personal, y eso no está penado por la ley, entre otras cosas porque no se puede medir u observar. En el matar, podemos poner nuestros odios, envidias, silencios, trampas, descalificaciones, calumnias y un largo etc. Jesús predica este mandamiento por la vía del amor fraterno y del amor sin límite. Es entrar en la dinámica de la misericordia del corazón del Padre. Y ahí no tenemos límite.

Si hablamos del “no robar”, nos pasa igual. Robar es enajenar algo. Puedo no enajenar nada pero ser un avaricioso redomado. Mi vida se mueve por el valor dinero y trato de apropiarme lo más posible. Jesús nos invita al compartir, a pasar de lo “mío” a lo “nuestro”; a borrar fronteras, porque somos hijos del mismo Padre y “el sol sale para todos”.

El mismo recorrido podemos hacer con cada uno de los mandamientos.

Hay una recomendación en el evangelio de hoy (si se lee completo el c. 5, 17-37) que no quiero pasar por alto. Se trata de ir a hacer la ofrenda al altar. Se trata de ir a misa los domingos y poner nuestra ofrenda en el altar. Cada domingo se nos invita a poner nuestra ofrenda, que no es otra cosa que mi persona misma, en el altar junto a la ofrenda de Cristo al Padre. Es unir toda nuestra realidad a la de Cristo que se ofrece junto con nosotros en su totalidad al Padre. “Aquí estoy para hacer tu voluntad”.

Esta ofrenda no se puede hacer o no la puedo hacer si mi corazón anda por otras mesas o altares. Si en mi vida la fraternidad es poco menos que una utopía y mi corazón está lejos de abrirse al hermano (no cerrarse a tu propia carne) es mejor no hacer la ofrenda. Lo mejor que puedo hacer es ir a reconciliarme primero con mi hermano y después volver a hacer la ofrenda.

La lectura del Eclesiástico, en clave evangélica, es todavía más hermosa que lo que dice por sí misma, que es realmente hermosa, porque es un canto a la libertad del hombre. El hombre es creado libre ante Dios y por lo tanto responsable. Yo diría algo más. El hombre ha sido creado “capaz de Dios” y por lo tanto “capaz de amar”. Y porque es “capaz de amar” o digamos que es “amor”, es capaz de elegir (ser libre) lo que quiere ser y a la vez, responsable, porque su ser viene de alguien que le ha llamado al ser. Dios-Amor, crea al hombre a su imagen. Dios llama al hombre y este responde al llamado.

Queramos o no, estamos situados en esta tesitura de respuesta amorosa hacia Alguien o de ruptura y cerrazón en un amor reconducido hacia mí mismo.

El Eclesiástico nos dice claramente que Dios no manda pecar al hombre; ni quiere que el hombre peque, porque el pecado conlleva la muerte en los términos que queramos entender esa palabra muerte. Muerte existencial y muerte biológica. Dios nos llama a todos a la vida y quiere positivamente la vida para todos nosotros. Una oferta de amor que solo puede ser aceptada en la libertad que da el amor. La Ley, las Bienaventuranzas son los indicativos del camino que lleva a la vida. Salirse de ellos es entrar en turbulencias de muerte.

Jesús es el caminante que hace su recorrido de vida viviendo el espíritu de las Bienaventuranzas. Él es el primer gran Bienaventurado. Aquí estamos nosotros en el seguimiento de Cristo. No tengamos miedo de abrazarnos a esta dinámica del evangelio que nos trae y lleva a la vida. Seremos bienaventurados ahora y siempre.

Gonzalo Arnáiz Álvarez, scj.

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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