LA CRUZ, ÁRBOL FRONDOSO

LA CRUZ, ÁRBOL FRONDOSO

Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 4, 26-34
En aquel tiempo, Jesús decía al gentío:
«El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».

Dijo también:
«¿Con qué compararemos el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden anidar a su sombra».

Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.

 

Reflexión de la homilía de la mano del P Gonzalo Arnaiz

LA CRUZ, ÁRBOL FRONDOSO

El profeta Ezequiel hace una lectura “mesiánica” de la historia de su tiempo. Con la alegoría del cedro alto y frondoso del que el Señor corta una ramita tierna y la planta en lo más alto de Jerusalén, anuncia el desmembramiento del Reino de Israel y la llegada de un nuevo Reino, el del Mesías. Leída la alegoría a la sombra de la Cruz clavada en el monte Calvario con el cuerpo inerte de Jesús podemos maravillarnos de cómo Dios teje la historia con una urdimbre de criterios distintos a los nuestros. Realmente la Cruz es un palo bien seco y el cuerpo que de ella pende está muerto y bien muerto. Y es ahí donde se hace realidad aquello de que Dios humilla a los árboles altos y hace florecer a los árboles secos. El árbol de la cruz HA FLORECIDO y de él pende el mejor fruto. CRISTO HA RESUCITADO. La cruz se vuelve gloriosa y en ella anidan aves de toda pluma, anidan corazones de hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares de nuestra tierra que beben agua con gozo de los hontanares que manan de su Corazón abierto en la Cruz.

Jesús, en el evangelio, utiliza en determinadas ocasiones las parábolas para reflejar desde ellas una realidad superior que se intuye y de alguna manera se explica. Hoy se proclaman dos parábolas cuyo protagonista es la semilla. En la primera se contempla la semilla que lanzada en tierra, germina y crece en un proceso que culmina con la siega. El labrador, puede contemplar y cuidar el crecimiento pero debe tener paciencia y esperar. Nunca puede ni debe forzar el crecimiento; lo que conseguiría sería estrangularla. Estoy escribiendo esto, en este Junio lluvioso que nos depara agua abundante en esta tierra nuestra tradicionalmente “seca”. Oigo llover placenteramente desde mi ventana sobre Madrid. Agua que suele ser “bendición” para la siembra. Digo esto porque la semilla crece gracias a la luz, el calor del sol, el agua y la tierra abonada y esponjada. Pero todo eso sería inútil si en la semilla no hubiera una vida que forcejea, despunta, crece y llega a producir la espiga llena de nuevas semillas. Esta fuerza de la vida, que no se arredra ante las dificultades, es la que Jesús quiere decirnos que se da en el Reino de Dios. El Reino de Dios es en sí mismo vida y fuente de vida. Y crece. Con un progreso imparable porque está guiado por la fuerza del Espíritu que es Vida en sí mismo. Tiene garantía de futuro absoluto. Es una llamada a la paciencia y también a la esperanza. San Pablo, en su carta a los Corintios, hoy nos habla precisamente de esto: “Siempre tenemos confianza, aunque sabemos que mientras vivimos estamos desterrados lejos del Señor”. Toda nuestra vida es un caminar. Un caminar que para algunos puede no tener “norte” concreto e ir hacia ninguna parte, o, para otros -los creyentes- un caminar orientados hacia la vida en la plenitud del Reino de Dios. Este caminar nuestro está iluminado por nuestra esperanza puesta en Cristo resucitado, sabiendo que en el camino encontramos valles y montañas, lluvias y vientos, pero también caminos seguros, fuentes, zonas de descanso y merenderos que hacen de la ruta un camino llevadero. Pero sobre todo lo que ilumina todo el camino es que vamos al encuentro con el Señor. Vivir con el Señor es con mucho lo mejor. Y preferible a todo lo demás. Dice san Pablo.

La otra semilla de la parábola, hace referencia a la “pequeñez” y a la “sorpresa” ante el gran desarrollo del final. Es esta contraposición -entre lo pequeño de la realidad y lo grande de la realidad futura- en lo que Jesús parece parar su mente. El Reino de Dios es como la semilla de mostaza (como una mota de polvo). Y ahí está. Su eclosión en “árbol” hay que esperarla. Acontecerá. Quizás en la historia se ha querido ver este árbol bien grande y crecido en la realidad de la Iglesia. Sobre todo desde el siglo IV al XX. Ahora parece que no nos atrevemos a afirmar tanto. Es más, vemos como se va recortando la frondosidad y altura de nuestra iglesia. Pasa a ser una entre muchas ofertas de salvación y los que nos decimos cristianos no solemos dar la talla de nuestra fe. Podemos volver a contemplar la realidad fijándonos en la pequeñez de la semilla y alimentando la esperanza de que ciertamente llegará a ser árbol grande, pero sabiendo que la garantía de esta realidad está dentro de la misma semilla independientemente de nuestra realidad personal. La piedra angular de la Iglesia es Cristo. Por esta “piedra” el edificio o la realidad iglesia tiene permanencia de futuro. Nosotros podemos admirar y agradecer esta realidad implantada en la Historia desde siempre pero particularmente desde la Cruz izada sobre el monte en Jerusalén. Hemos de admirar y bendecir esta realidad y alegrarnos de ella.

Pero también hemos de PEDIR que acontezca este Reino de Dios. Sabiendo que nosotros estamos ensamblados ya como “sarmientos” de ese árbol de la vida. Y que cada uno de nosotros estamos llamados a dar fruto o a ser testigos o ser nuevas semillas que se derramen para que siga surgiendo la vida.

El evangelio de hoy lunes, cuando escribo, es el Sermón del monte donde se proclaman las Bienaventuranzas. Esas bienaventuranzas son la Carta Magna del Reino de Dios proclamado por Jesús. tengámoslo presente para vivir en plenitud lo hoy proclamado y celebrado en nuestra eucaristía dominical.

  1. Gonzalo Arnáiz Álvarez, scj.
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