X Domingo del Tiempo Ordinario

X Domingo del Tiempo Ordinario

Evangelio del día

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 3, 20-35

En aquel tiempo, Jesús llegó a casa con sus discípulos y de nuevo se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.

Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:
«Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios».

Él los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas:
«¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.

En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre».

Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.

Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar.

La gente que tenía sentada alrededor le dice:
«Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan».

Él les pregunta:
«Quiénes son mi madre y mis hermanos?».

Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice:
«Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».

REFLEXIÓN DE LA HOMILÍA POR FÉLIX

Celebramos el X Domingo del Tiempo Ordinario. La primera lectura nos sitúa en el momento en el que la fragilidad de la condición humana se pone de manifiesto: el pecado de nuestros primeros padres. Ante este momento de ruptura de la confianza entre Creador y criaturas, no se sepulta la esperanza, sino que se proyecta al futuro con primer anuncio de salvación y se recalca quién es el verdadero Señor del corazón humano: las hostilidades que se establecen entre la humanidad y el pecado nos recuerdan que somos de Dios, que nuestro corazón está hecho para el amor, la bondad, la belleza y no para la tiranía del pecado.

Todo cuanto vivimos, nos recuerda el apóstol Pablo,  incluida la debilidad de nuestra condición y el desmoronamiento de nuestras fuerzas físicas son un reflejo de lo que no se ve: la eternidad que Dios nos ha regalado.

Por eso podemos rezar con el salmista: desde lo hondo a ti grito, Señor, pues de ti viene la misericordia, la redención copiosa que me abrirá los ojos para comprender tu designio de salvación, y así, inspirado por ti, podamos pensar lo recto y cumplirlo con tu ayuda.

No comprender este plan de Dios es la respuesta que Jesús da a los acusadores que le increpan en la casa de Cafarnaún: los escribas le acusan de actuar en nombre de Belzebú, es decir, de quien está enemistado con la humanidad y de quien nada bueno brota. A ellos les echa en cara que su pecado es sumamente grave: no confían en la voluntad divina. La mayoría de nuestros pecados provienen de un exceso de confianza en nuestras fuerzas, pero no conlleva la negación explícita del poder de Dios. Cuando nos oponemos a la actuación del mismo Dios, estamos condenando nuestro futuro y su sueño para nuestra vida.

La segunda acusación proviene de su familia. A su gesto de impaciencia o incomprensión Jesús responde con la creación de una nueva comunidad que supera los vínculos de la carne y la sangre, cuyo gran punto de unión es el cumplimiento de voluntad de Dios. Frente a la división que genera el pecado, la voluntad de Dios crea los vínculos de una nueva fraternidad.

Este es de lo que nos habla el Apóstol: el inmenso e incalculable tesoro de la gracia” que es capaz de abrir nuestras mentes y corazones para que respondamos a la llamada a la unidad y a la reconciliación, horizonte del Reino que esperamos los cristianos como el centinela la aurora. 

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