AMAD A VUESTROS ENEMIGOS

AMAD A VUESTROS ENEMIGOS

Jesús, en el evangelio proclamado hoy, sigue explicando las Bienaventuranzas. Sigue marcando distancias entre la literalidad de la ley y el cumplimiento o perfección de esa ley. Como es habitual, la primera lectura es el “pórtico” que nos introduce en el evangelio. Hoy es del libro del Levítico que limita la ley con fronteras muy asequibles para todos y que nos parecen bastante justas. La introducción es solemne. Nada menos que invita a “ser santos como Dios es Santo”. Eso significa que hemos de amar a nuestro prójimo y no odiar de corazón al hermano. Pero parece ser que prójimo y hermano son solo los “hijos del pueblo”. Los demás son otra cosa y hasta ellos no llega la obligatoriedad del mandamiento. Son los límites de la ley mosaica, que podemos entender perfectamente o casi, porque nosotros también ponemos fronteas y marcamos distancia ante ciertos comportamientos o realidades.

Las palabras de Jesús en el evangelio suenan de otra manera y ciertamente nos chirrían y hasta escandalizan porque parece pedirnos cosas imposibles. Y ciertamente son palabras de Jesús, porque ningún otro hombre se hubiera atrevido a pronunciarlas y menos aún a proponerlas como pauta de comportamiento.

Las palabras de Jesús nacen del mismo mandamiento proclamando en la primera lectura. “Sed santos como vuestro Padre celestial es Santo”. En vez de “santo”, hemos dicho “perfectos” y otros traducen “bueno”. Santo, perfecto, bueno son atributos del Dios a quien Jesús llama PADRE. Y esa es la diferencia con el A.T. La ley nace de un Padre que ama a todos sus hijos, “antes de la creación del mundo” y de todos espera “lo mejor”. Nos ama sin medida y mantiene su amor, aunque nos hayamos ido de casa o nos comportemos como Caín. Su amor nos precede y envuelve. Y si Dios ama así, nosotros, hechos a imagen y semejanza de ese Dios, también estamos llamados a amar de la misma manera. Amar sin límites y en todo tiempo.

El listón está puesto muy alto; tan alto que suena a utópico e irrealizable. ¿Serán un mero saludo a la bandera o están dichas para marcar camino a los cristianos?

Pienso que Jesús habla claro y su invitación no es un “órdago” tramposo. En primer lugar, Jesús no está “justificando” o aprobando a los que agravian, abofetean, picapleitos, pedigüeños o asesinos. No. En nuestra sociedad y en las de todos los tiempos parece que siempre se han dado determinadas gentes “violentas o de corazón torcido”. Ciertamente habrá que ver cada caso y las motivaciones pertinentes, pero ahora no es el momento de “juzgar” sino la invitación a acoger y ejercer con ellos un comportamiento “no violento”.  A los cristianos se nos invita a vivir desde otras coordenadas, diversas a las que suelen regir nuestra sociedad. Se nos invita a ir más allá de los comportamientos habituales indicando que hay otro camino para ordenar nuestra sociedad.

Yo no dudo que a escala individual, familiar, local estas “invitaciones” de Jesús si fuéramos capaces de vivirlas, cambiarían bastante las situaciones de ruptura y violencia que soportamos y retroalimentamos con nuestros prejuicios, tabúes y leyes justas como la del “ojo por ojo”. Respetar al otro, acoger al otro, no esperar nada a cambio, fiarse una y otra vez, dejar pasar ciertas insolencias, dejarse utilizar a sabiendas, volver a acoger incluso al que te ha traicionado en alguna medida… son modos de ser o de actuar que podrían ayudar a cambiar la situación de “violencia” de nuestro mundo.

Con todo y ello sigue la pregunta: Estas palabras de Jesús ¿son una utopía irrealizable? ¿Podrían marcar un ordenamiento jurídico en una sociedad plural? ¿No serían, a la postre, avalar a los violentos? Porque los violentos llevarían las de ganar. La fuerza bruta se impondría sobre cualquier causa y todos seríamos “siervos” del más poderoso.

La respuesta no es fácil, porque ciertamente cualquiera que demos, nos puede conducir a alguna aporía.

Antes de preguntarnos si es posible el cumplimiento de estas indicaciones de Jesús, deberíamos preguntarnos si son buenas y verdaderas. Realmente, en el fondo de mi corazón, pienso que son la verdad verdadera. Dichas por Jesús, que es la Verdad y que Él las vivió hasta el límite. Esa forma de vida de Jesús, que en su vida encarna todas y cada una de las bienaventuranzas, es atrayente sin límite. Es con mucho el mejor “hombre” que nos ha dado esta bendita tierra y ha elevado a una altura inesperada las posibilidades de toda la humanidad. Las indicaciones de Jesús nacen de una “sabiduría” inigualable e indican el camino mejor para llegar al mejor puerto de ser “humanos”. Por eso hemos de decir que sus orientaciones pueden ser utopía, pero de la buena. Marcan nuestro lugar de llegada no solo como posible sino como real.

Una vez que afirmamos su verdad y bondad, entonces afirmamos su posibilidad desde Jesucristo. Hemos de contar con la GRACIA pero eso se da por descontado sin que deje de ser gracia o don de Dios. Dios se nos da primereándonos, va siempre por delante y se nos adelanta en la jugada. Además, está la realidad afirmada con nitidez en la carta de Pablo a los Corintios. Dios nos lo ha revelado todo por el Espíritu que se nos ha dado. Este Espíritu nos lleva a descubrir a Dios como Padre y a la vez nos dinamiza para vivir desde el amor del Padre. Solo desde ahí podremos llegar al mandato de Jesús: Sed perfectos, o buenos o Santos. El sermón del monte nos propone una moral o ética de máximos. Algo a conseguir a lo largo de toda una vida. Esta ética de máximos no puede plasmarse en un ordenamiento jurídico concreto que se imponga a toda la sociedad. Eso, sí sería impracticable. El ordenamiento jurídico de una sociedad debe trabajarse sobre una ética de mínimos que sea aceptada y practicada por todos los ciudadanos de esa sociedad. Los creyentes cristianos debemos reflejar en nuestras vidas nuestra búsqueda y apetencia de los máximos. Con nuestro comportamiento debemos ser indicativos o señales en el camino para decir que se puede ir mucho más allá de los mínimos sociales.

A lo largo de la historia hemos tenido muchas personas que han servido de “indicadores” de este camino que han intentado vivir las bienaventuranzas hasta el límite… de amar al enemigo. Nombres hay a mogollón; desde Jesús de Nazaret hasta Teresa de Calcuta o Carlos Acutis. Pero hoy quiero recordar a un testigo de nuestro tiempo: Moneñor Rolando Álvarez, obispo de Matagalpa, condenado a 25 años de cárcel por oponerse a la dictadura en Nicaragua. Prefiere quedarse en la cárcel para acompañar y solidarizarse con los perseguidos por causa de la Justicia.

Seamos imitadores de Jesús. No pongamos “puertas” al amor. Ojalá entendamos la bondad del amor al enemigo y lo practiquemos gozosamente en nuestras vidas.

  1. Gonzalo Arnáiz Álvarez, scj.

 

 

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