AMAOS, COMO YO OS HE AMADO

AMAOS, COMO YO OS HE AMADO

El “tiempo pascual” sigue avanzando hacia Pentecostés. El evangelio nos vuelve a situar en el momento álgido de la vida del Señor, que es justamente la noche del Jueves Santo, en la última Cena, donde Jesús habla desde lo más profundo de su corazón y nos habla del sentido de su Pascua. Jesús habla de “ser glorificado y de la glorificación de Dios-Padre”. ¿Cuál es la Gloria de Dios y la del Hijo? Esa palabra “gloria” nos despista porque de ella tenemos una idea si no equivocada, sí al menos desenfocada.  Nos parece que la “gloria” es un acto debido a alguien por el que nosotros reconocemos su acción con aclamaciones y vítores. ¡Gloria a Dios en el cielo!, o ¡gloria al emperador!, o ¡gloria al campeón! No sé si los campeones o el emperador necesitan de esta “gloria”; pero Dios no necesita de esta gloria. Y es que Dios es el que “da la gloria”; o, mejor dicho, es que Dios es la Gloria misma. La “gloria” hace referencia a una misma realidad o cualidad del ser de Dios mismo. Repito: él es el que da su Gloria. Intento explicarme. La “gloria” es la explicitación externa de la interioridad de la persona o de un objeto. Por ejemplo, el sol en su interioridad es fuego; su gloria o manifestación externa será la luz y sus rayos junto con el calor. Pues bien, el “núcleo de Dios”, es el amor. Dios es amor. Un amor difusivo, que se transmite, se da y entrega gratis. El Hijo de Dios, Jesús, es amor que participa y recibe del Padre. La “gloria” de Jesús, se manifestará en la cruz, que es el lugar donde le lleva el amor por sus hermanos los hombres. En la cruz Jesús se entrega por amor obediencial totalmente al Padre y también a nosotros sus hermanos. Esa es su gloria. EL AMOR OBLATIVO. Y en la cruz también se manifiesta “la gloria del Padre” que entrega a su Hijo hasta el límite de no reservárselo y dejarlo pender de la cruz, muerto. Ese es el núcleo del misterio Pascual que culmina manifestándose en la Resurrección del Hijo, porque el Amor del Padre es más fuerte que la muerte. Y en Cristo hemos resucitado todos.

Porque el Amor-Gloria de Dios Padre e Hijo es difusivo y se nos comunica a todos en el Espíritu Santo (que es el Amor) nosotros también somos por comunicación del mismo Dios amor que se da. Y por eso Jesús habla del mandamiento nuevo. Nuestra “gloria” será amarnos unos a otros como Jesús nos ha amado. Y eso se convertirá en signo o señal sacramental del discípulo, de la comunidad, de la Iglesia.

Estos días, a partir de la lectura de un libro que habla de la realidad presente del vaciamiento de nuestras iglesias y de la poca audiencia que tiene nuestra propuesta de “salvación”, intento buscar respuestas al por qué de esa constatación. En el libro, como respuesta, se habla de presentar a Dios desde su realidad del Dios misericordioso. Además, el evangelio de hoy nos da una respuesta proclamada desde los inicios del camino de los creyentes en Jesús y que quizás la demos por oída, pero probablemente no la hemos escuchado del todo. Es el “mandamiento nuevo”, el mandamiento del amor, que será el SIGNO por el que nos conocerán.

 

Profundizamos un poco en la realidad del Dios, misericordia.

¿Cómo ama Dios? ¿Cómo nos ama Jesucristo? “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre”. Es el título de una carta del Papa Francisco con el que convocaba el año de la Misericordia. En esa carta hay “perlas” que nos ayudan a desbrozar determinadas ideas sobre Dios. Dios no deja de ser “justo”; pero la justicia de Dios es justamente “ser misericordioso” Por delante va su perdón-amor y el resto será consecuencia de lo que nosotros hagamos con él. El Padre “rico en misericordia” en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Jesús con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios. (MV 1. Rostro de Misericordia).

La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo.

Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre.

La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, donde quiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia.

Hemos de ser misericordiosos como el Padre, Puesto que el Hijo también lo es. El Hijo proclamó beatos o bienaventurados a los misericordiosos y cuando puso letra a esa actitud sonaba aquello de “tuve hambre y me disteis de comer…” Al final de la vida se nos juzgará sobre el amor-misericordia.

El “mandamiento nuevo” de Jesús nace de un Corazón misericordioso que nos invia a seguirle siendo misericordiosos como Él. Hemos recibido GRATIS su amor. Entreguemos nuestro amor igualmente gratis a nuestros prójimos.

Posiblemente la causa de que nuestra evangelización no funcione o vaya en ralentí, debe ser porque nuestro amor a los hermanos no se ve o también va en ralentí.

No podemos negar que como cristianos y como iglesia, a lo largo de los siglos, y aún hoy día, hemos dado signos de entregas martiriales en favor de los hermanos y también de un montón de Congregaciones religiosas y de obras que se han dedicado a ejercer misericordia con los más necesitados. Hoy en día, nuestro pueblo es generoso a la hora de ser llamado a compartir ante una calamidad grande como puede ser un terremoto o como la guerra en Ucrania donde se está poniendo a prueba nuestra generosidad de abrir las puertas de muchas de nuestras casas para gente que nos llega de allí y que no conocemos de ninguna de las maneras. Pero algo no ha funcionado del todo bien.

Y es que el amor a los hermanos empieza por construir o hacer una comunidad de hermanos.

El libro de los Hechos de los Apóstoles (14, 20-26) nos invita a aprender la importancia de la comunidad y la necesidad de no ir nadie “por libre”. Ni siquiera Pablo y Bernabé deciden por ellos mismos el ir a evangelizar. Son enviados por la comunidad cristiana de Listra y a ella vuelven para dar cuenta del progreso de la evangelización, del modo de obrar y para dar juntos gracias a Dios. Y gracias a Dios, porque Él es el primer agente. Pablo y Bernabé son conscientes de que ellos son la mediación de Dios entre los gentiles y que nada pueden hacer sin la presencia y asistencia de la Gracia de Dios.

La Iglesia no es auto-referencial: no se anuncia a sí misma ni se busca a sí misma. De igual modo los agentes pastorales o los enviados por la comunidad iglesia, no pueden ser auto-referenciales. Refieren, narran y anuncian a Jesucristo y a este crucificado y resucitado de entre los muertos. Él es la Vida y la Salvación. Esto se mama y aprende en la comunidad.

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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