BROTARÁ UN RENUEVO DEL TRONCO DE JESÉ

BROTARÁ UN RENUEVO DEL TRONCO DE JESÉ

San Pablo exhorta en su carta a los Romanos (15, 4-9) a mantener la Esperanza. Les dice que las Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan esas Escrituras mantengamos la Esperanza. Paciencia; consuelo; esperanza.  La Palabra de Dios de hoy, nos llena de consuelo y forja el contenido de nuestra esperanza abriendo el telón de la historia y presentándonos de una forma concreta los rasgos de la personalidad del Salvador.

Las palabras de Isaías (11, 1-10) Suenan muy bien; entusiasman y llenan de gozo al que las oye e interioriza y las deja reposar en su corazón. Un vástago del tronco de Jesé (el padre de David) nacerá. El mesías de Dios será de la estirpe de David. Sobre él se posará el Espíritu del Señor y lo poseerá y no lo abandonará nunca. Este Espíritu derrama sobre él todos sus dones. Prudencia, sabiduría, consejo, valentía, ciencia, piedad, temor del Señor. La vestimenta de este nuevo Rey es no la de un guerrero con cota, yelmo y espada, sino una vestidura que trasmite paz. La justicia ceñirá sus lomos y la lealtad sus caderas. Herirá al malvado desde la palabra desenmascarando el engaño y la injusticia. Su reinado será un reinado de paz. Tanto es así que hasta el lobo y el cordero se tumbarán juntos. Isaías describe el nuevo reino como un nuevo paraíso. La vida descrita en el Génesis en los tiempos de la creación, vuelve a florecer y ser realidad en el futuro reino del Mesías; el día en que la raíz de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles y será gloriosa su morada.

El evangelista San Mateo (3, 1-12) nos presenta a Juan Bautista, el Precursor del Mesías y nos deja oír su voz. La llegada del Mesías es inminente; y Juan exhorta a preparar el camino al Señor; preparar su llegada y su acogida. ¿Cómo? Vamos a verlo. Juan predica en el desierto. El profeta Isaías había hablado de la “voz que clama en el desierto”. Juan cumple esta profecía de Isaías. Juan va vestido de piel de camello con correa de cuero a la cintura. Juan se “viste de Elías” o como Elías. Se identifica con este profeta que también clama con voz fuerte contra los pastores de Israel y lo hace desde los márgenes del desierto.

La primera palabra de Juan es: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos”. El Reino de Dios llega, viene, está cerca; pero es necesario que el corazón de cada uno de nosotros se abra a la venida de este Reino, que lo acoja y adentre en él. En las cosas de Dios y su relación con los hombres tenemos que repetir una y otra vez que todo lo que viene de Dios es Don y a la vez es tarea para el hombre que lo acoge. Don y tarea. Estamos hechos de una pasta que se llama amor-libertad y no hay forma de penetrar en ella si el amor no reacciona en libertad y acepta que Dios lo invada. Así hemos sido hechos, a Dios gracias, y, lógicamente, Dios respeta su hechura. Es exquisito a la hora de respetar nuestra libertad-amor.

¿Qué es la conversión? Lo dicho. Desde el amor del que se sabe amado, abrirse al Dios que es amor y misericordia. Convertirse es desquiciar mi vida egoísta (centrada en mí, con el quicio puesto en mi yo) y “quiciarla” en Dios; hacer que Dios sea el quicio de mi vida. Significa reorientar mi vida hacia Dios y su Palabra manifestada en Cristo Jesús.

Juan dice que es necesario dar los frutos que pide la conversión. Ante Dios no valen los títulos nobiliarios, el ser hijos de Abraham o pertenecer a la Iglesia. Ante Dios no se vive de rentas y menos de las de otros. Tengo que matizar esta afirmación. No vale ser “vividores”. No vale despreocuparse y afirmar que “ancha es Castilla” dada la Gracia de Dios y su Don definitivo realizado ya en Cristo Jesús. Al Amor se responde con amor; al Amor gratuito se responde con amor gratuito. Ser un “vividor” es traicionar este amor y confianza dados por Dios de antemano y por siempre. Juan nos invita a no hacernos ilusiones falsas o vanas. Es bueno y necesario hacer obras de conversión. Juan presenta al Mesías como alguien “mayor que él”. No merece ni llevarle las sandalias. Es un ejemplo de conversión. Fruto de la conversión es la humildad, la pobreza de espíritu. No se anuncia a él – y mira que tenía éxito puesto que muchos iban a él como al nuevo mesías- sino que señala al que ha de venir como quien va a bautizar con Espíritu Santo y Fuego. El que viene trae consigo un bautismo purificador y regenerador que penetrará en la interioridad de los corazones para hacer de cada uno un hijo de Dios.

Finalmente, Juan pinta el día del Señor, la llegada del Mesías como el día del Juicio. Los malhechores serán talados y borrados de la faz de la tierra. Juan carga las tintas y se hace eco de la línea profética que culmina con él. Cuando Jesús hable, matizará estas palabras. Pero hay que tomarlas con la seriedad que Juan señala. El día del Señor hay que prepararlo. Es necesario estar despierto, vigilar, orar y cambiar de quicio.

Uno percibe que los tiempos mesiánicos no aparecen por ninguna parte. Resulta fácil decir que es porque no nos hemos convertido. No hemos escuchado la voz del que clama en el desierto ni la de Aquel que clama desde una cruz. No podemos caer en la desesperanza y en el aquí no hay nada que hacer. El Mesías ha llegado en Jesús que cumple todas las pautas que marcaron los profetas y Juan Bautista. Por lo que es necesario seguir mirando hacia el futuro con esperanza y con seguridad de que acontecerá en plenitud el Reino de Dios. Entre tanto celebramos la Eucaristía donde somos alimentados por el Pan de Vida. Y cito unas palabras del Papa en el Congreso eucarístico internacional en Matera el 25-9-22: “Hermanos y hermanas, Soñemos una Iglesia eucarística. Hecha de mujeres y hombres que se parten como pan para todos aquellos que mastican la soledad y la pobreza, para aquellos que están hambrientos de ternura y de compasión, para aquellos cuya vida se está desmoronando porque ha faltado la buena levadura de la esperanza. Una Iglesia que se arrodilla delante de la Eucaristía y adora con asombro al Señor presente en el pan; pero que sabe también inclinarse con compasión y ternura ante las heridas de quien sufre, levantando a los pobres, secando las lágrimas de quien sufre, haciéndose pan de esperanza y de alegría para todos. Porque no hay un verdadero culto eucarístico sin compasión para los muchos “Lázaros” que también hoy caminan a nuestro lado. ¡Muchos!”. Desde la eucaristía que celebramos hemos de salir convertidos para ir forjando ese mundo nuevo que esperamos.

Juan Bautista es figura de Adviento. Como él nosotros hemos de ser precursores de Jesús ante nuestra generación bastante entretenida en cosas y descreída en lo fundamental. Hemos de identificar a Jesús y mostrarlo ante la gente: Él es el enviado de Dios, el Cordero de Dios, el Siervo de Dios. Que lo podemos descubrir en cualquier sitio, porque está en medio de nosotros.

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
[email protected]
No hay comentarios

Escribe un comenario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.