EL AUXILIO ME VIENE DEL SEÑOR

EL AUXILIO ME VIENE DEL SEÑOR

El libro del Éxodo nos introduce en el tema de la oración, narrando el valor de la oración de Moisés rogando a Dios por la victoria de su ejército en una de tantas escaramuzas en las que Israel tuvo que verse metido para conquistar la tierra de promisión. Un cuadro pintoresco ver a Moisés en el monte con brazos extendidos sostenido por sus ayudantes.

La mejor interpretación del pasaje la hace el salmo responsorial (120, 1-8): “Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra. El Señor te guarda de todo mal, él guarda tu alma. El Señor guarda tus entradas y salidas ahora y por siempre”.

Y empecemos a levantar nuestros ojos a los montes:

-Para ver a Moisés, en el Sinaí, oyendo la voz de Dios y recibiendo la Ley.

-Para ver a Moisés, mediador,  en Rafidín orando por su pueblo.

-Para ver a Moisés sobre el Monte Nebo, contemplando la tierra prometida.

-Para ver a Elías, orando en el monte Carmelo, pidiendo la lluvia.

-Para ver a Jesús, en el monte Eremos, proclamando las bienaventuranzas.

-Para ver a Jesús, en el Tabor, transfigurado.

Para ver a Jesús, en el Calvario, clavado en la cruz. Contemplemos al gran mediador, al único mediador levantando sus brazos, abrazando cielo y tierra; intercediendo por nosotros y proclamando su fidelidad a Dios y la fidelidad de Dios en medio del tormento y de la muerte. Realmente de ese monte nos llega la salvación. Él es nuestro auxilio que se hace permanente y presente para todo tiempo y lugar. Del costado abierto manará sangre y agua. Brota el Espíritu y el Agua viva que nos purifica y salva. Por la fe en Cristo Jesús nos llega la salvación. Dice Pablo a Timoteo.

Pregunto: ¿Es cierto que levantamos los ojos a los montes? ¿Realmente esperamos el auxilio del Señor? ¿Dónde está puesta nuestra mente y nuestro corazón?

Jesús nos invita a orar a Dios siempre y sin desánimo. Para hacer eso hace falta tener puesta nuestra confianza en Dios. Reconocer que Él está a la base y que todo nos viene de Él. Pero nuestra oración es “débil”. Está minada porque pensamos que el auxilio nos vendrá de otros lares. Queremos datos, hechos, constatar la eficacia y para ello buscamos respuestas en las ciencias físicas y matemáticas. Dios queda esquinado y reducido al último recurso cuando no negado y eliminado.

Estamos confundiendo planos. Dios no es uno más en el concurso de las diversas causas que mueven el mundo. Él es la Causa Última ( o primera) que fundamenta todas las demás causas. Él es el creador y no concurre con la obra creada porque toda ella depende de Él.

Habrá que hacer otro recorrido para verificar la eficacia de la oración. Personalmente me muevo entre dos polos. Primero tomar en serio la palabra de Jesús que nos dice “Pedid, llamad, buscad y hallaréis”. “Orad siempre y sin desanimarse”. Son palabras que creo y acepto porque vienen de donde vienen. Jesús se ha hecho digno de toda confianza. Por otra parte, y segundo, Jesús ora en la cruz y su oración parece no cumplirse. No pasa de Él, el cáliz que ha de beber. Y la oración va a resultar eficaz porque en la cruz se va a cumplir toda Justicia.

Y es en esta aparente contradicción donde uno puede encontrar un “previo”, un algo anterior que ilumina toda la realidad. ¿Cuál es este “previo”?

Precisamente saber que Dios está “antes” y es el primero. Dios es el que “llama”, el que “reza” antes. Somos fruto de esta llamada de Dios desde toda la eternidad. Y una llamada que nace del Amor y que busca nuestra respuesta y nuestro encuentro. “Rezar” es antes que nada entrar en comunión con Dios. No se trata de darle explicaciones y convencerle para que nos auxilie. Él ya está auxiliándonos antes que se lo pidamos. Dios quiere nuestro bien y el del mundo entero se lo pidamos o no. Él es “Bueno” y ha creado “todo bueno y muy bueno”. Rezar es acompasar nuestra vida a los compases de Dios. A veces nos parecen lentos o dislocados. Pero si realmente estamos abiertos a Dios y esperamos su auxilio, este llegará o llega desde una realidad anterior y más profunda a aquello que nosotros dilucidamos. Es necesario fiarse de Dios porque es digno de toda confianza.

Nuestra oración no es la primera palabra. Repasando oraciones “oficiales” o “no oficiales” hacemos circunloquios para presentarle a Dios un panorama en el que queremos que intervenga. Y se lo pedimos “con fe”. Pues no. Nuestra oración no es primera palabra. Dios es la primera Palabra y nos ha dado ya su Palabra definitiva. Su respuesta ha sido el enviarnos a su Hijo. El auxilio nos ha llegado en Jesucristo.

El catecismo de la Iglesia (n. 1560) comentando el evangelio de la Samaritana, dice: “Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús tiene sed. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios con la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de él”.

Poner nuestra confianza en Dios, no significa “una bajada de nuestras manos”. Total, ya lo hace o lo hará Él. Moisés no se puede permitir bajar las manos. Jesús tiene que subir a la cruz. Ponernos en las manos de Dios es poner nuestras manos (nuestra persona) en acción en favor de Dios y su causa. Si pedimos la paz no podemos ser “guerreros” sino constructores de paz. Si pedimos por los misioneros, hemos de hacernos nosotros también misioneros. Si pedimos por los pobres, nos hacemos solidarios con los pobres. La oración no es ensimismamiento sino descentramiento. Con la oración veremos el mundo desde Dios, y obraremos según Dios, sin descanso, en favor del Reinado de Dios.

  1. Gonzalo Arnáiz Álvarez, scj.
Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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