El Buen Pastor que da la vida por sus ovejas

El Buen Pastor que da la vida por sus ovejas

EVANGELIO

Evangelio del día

Lectura del santo Evangelio según San Juan 10, 11-18

En aquel tiempo, dijo Jesús:

«Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.

Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.

Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.

Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre».

 

REFLEXIÓN DE LA HOMILÍA

El evangelio de este cuarto domingo de Pascua se centra en la figura del buen pastor, una de las imágenes que más ha estado presente en la conciencia de los cristianos y que, curiosamente, fue la primera representación artística de Jesús en los inicios de la Iglesia. Ni la cruz, ni la resurrección, ni el nacimiento, sino el buen pastor fue la primera forma que encontraron los cristianos para expresar quién es Jesús. Esta imagen alude por una parte a la historia de Israel, en busca siempre de un pastor, un guía, alguien que fuese mediador del mismo Dios, como tantas veces proclamaran los profetas. Pero sobre todo en esta idea, que tiene mucho que ver también con el contexto social y cultural de Israel, se resumen los rasgos principales de quién es Jesús y cómo se define él mismo, con esas palabras tan importantes en el evangelio de Juan («Yo soy»).

Ante todo Jesús, buen pastor, es aquel que da la vida por sus ovejas. De este modo se distancia de todos aquellos que a lo largo de la historia (líderes, jefes, ideologías, publicidades…) han querido aprovecharse de los demás para beneficio propio, abandonando luego a quien ya no interesa. Como los mandatarios de la primera lectura, jefes del pueblo y ancianos, quizá estamos demasiado acostumbrados a una generosidad interesada o nos resulta sospechoso quien parece hacer el bien a cambio de nada. El buen pastor, sin embargo, entrega su propia vida. Nadie se la quita, sino que él, voluntariamente, es quien la entrega. Así, esta imagen nos recuerda el acontecimiento pascual, pues en ella se descubre, de una manera más intensa, ese amor hasta el extremo por nosotros, en obediencia al Padre, que el Hijo manifiesta en la cruz y el Padre al salvarlo de la muerte. Juan nos recordaba con palabras lo que esta imagen de Jesús, llevando a hombros a la oveja perdida, nos describe: «¡Mirad qué amor nos ha tenido el Padre!».

Pero además de expresar esta entrega total por las ovejas, la imagen del buen pastor resume también la relación que se establece con los suyos, y que Jesús define como un muto conocimiento: «Yo soy el buen pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen». No se trata de un conocimiento de cabeza. Para los judíos conocer implica toda la realidad de la persona: inteligencia, sentimientos, acciones, relaciones… Conocer es entrar en comunión con el otro. Y a eso nos invita Jesús hoy, a entrar en comunión con él, en esa misma comunión del Padre y el Hijo, en esa comunión que da sentido a un amor hasta dar la vida. A nosotros nos toca entrar en esta profunda relación y permanecer junto al pastor.

Es curioso, sin embargo, que Jesús no se cierra ni siquiera a «los suyos». Hay más ovejas, que no forman parte de su redil. Y a ellas Jesús, buen pastor, se siente también enviado. No se trata de una obligación. Ni mucho menos. Pero Jesús sí pone de manifiesto que su cuidado de pastor no se limita a los márgenes estrechos que nosotros mismos le marcamos, sino que su misericordia se abre a todos los hombres, sobrepasando incluso nuestra propia comprensión.

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