EL REINO DE DIOS ESTÁ CERCA

EL REINO DE DIOS ESTÁ CERCA

¿Quién es ese Jesús que viene? ¿Qué Mesías esperamos? La oración colecta del lunes de la 2ª semana de Adviento reza así: “Señor, suban a tu presencia nuestras súplicas y colma en tus siervos los deseos de llegar a conocer en plenitud el misterio admirable de la ENCARNACIÓN de tu Hijo”. Y es que el misterio de la Encarnación es inabarcable y tremendamente rico, pero a la vez sorprendente.  La Palabra de Dios de hoy, recoge las sorpresas que se dan ante este misterio. Sorpresas en Isaías y sorpresas en Juan Bautista.

Isaías (35, 1-10) cuenta la arenga que el Profeta echa a los suyos, cautivos de Babilonia y de otros pueblos limítrofes a Israel como Edón. Están sufriendo una devastación atroz y una opresión que les hace esclavos. El profeta visualiza un nuevo éxodo hacia Jerusalén de todo el pueblo, por una calzada ancha, entre canticos y algazara. Delante les guía la Alegría y el Gozo perpetuo y atrás quedan la pena y la aflicción. Y la tierra que les espera es un vergel impresionante. Será el Mesías el que realizará esta proeza, pero ese mesías viene descrito con tonos oscuros si lo vemos desde los vencidos. Isaías clama por un mesías “vengador”. Un mesías que dé la vuelta a la tortilla. Que los vencedores de ahora sean vencidos y los vencidos se conviertan en vencedores. “Mirad a vuestro Dios que trae el desquite. Viene en persona, os resarcirá y os salvará”. Posiblemente Isaías no pueda superar estos límites de “venganza” y hasta sea lo más normal, porque tantas veces nosotros pensamos igual y pedimos a Dios el “desquite”. Nos sobrecoge el silencio de Dios ante Auswitch, Siria, Nigeria, Ucrania y tantos otros “infiernos” de nuestro mundo.

Mateo 11, 2-11 nos revela las dudas de Juan Bautista; podemos hablar de la “noche oscura de Juan” ante Jesús y su actividad. El domingo pasado escuchábamos el evangelio de Juan Bautista. Anunciaba un mesías con bieldo y hacha para beldar paja y cortar árboles sin fruto. Juan, en la línea de los profetas anunciaba un mesías para el desquite; un mesías de rompe y rasga; un mesías fuerte. Juan había presentado a Jesús como “el que quita el pecado del mundo”, como el Mesías al que hay que seguir; el que tenía que crecer para menguar él. Pero en la cárcel, le llegan noticias de la actividad de Jesús que le sorprenden y le hacen entrar en un mar de dudas. El tono y la forma de actuar de Jesús no cuadran con lo que él había anunciado y esperado. Jesús no quería aplausos y no buscaba el exponerse demasiado. No buscaba una popularidad fácil basada en su capacidad de hacer milagros; hacía “los justos” y no quería que se hiciera publicidad con ellos. Esperaba que Jesús pusiera orden y separase absolutamente a los malos de los buenos. Y Jesús acoge a todos, participa en comidas con publicanos y pecadores. El juicio queda para el fin y anuncia un tiempo de conversión y de esperanza para todos, desde un Dios que es Misericordioso y no un “Júpiter tonante”. Juan,  necesita luz y aclaración. Y por eso envía a sus discípulos a preguntar directamente a Jesús a quién tiene que seguir. Juan no cae en la tentación de la decepción (como pudo haber caído Judas) sino que busca la luz acudiendo a aquel del que se ha fiado. Y Jesús le trasmite a Juan un mensaje apoyado en textos de los profetas, principalmente de Isaías. Le dice que los tiempos anunciados por el profeta ya han comenzado a realizarse. Los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos andan, los muertos resucitan y, sobre todo, a los pobres les llega la buena noticia. Jesús anuncia la llegada del Reino y lo propone como buena noticia. No lo impone. No utilizará el hacha o el bieldo, sino que se hará el servidor de todos.

Juan no tiene por qué preocuparse. Solo cambiar de perspectiva y entender que la acción de Dios empieza por “abajo” y desde la humildad, la compasión y la misericordia. No desde el desquite y la venganza.  Para animarle, Jesús le lanza una nueva bienaventuranza: Dichoso el que no se escandaliza por mí; dichoso el que no se defrauda ante esta realidad de un Mesías pobre y marginado; un Mesías humilde y misericordioso; un Mesías pobre de espíritu y manso de corazón; un Mesías que sufre persecución y no responde con la fuerza de los ejércitos. Podemos decir que Juan acierta en señalar a Jesús como “el Mesías”, pero no acierta en el modo cómo iba a realizar su misión.

Jesús habla de Juan Bautista ponderándolo más que a nadie. El mayor de los nacidos de mujer. Pero se ve que no basta con eso. Todos los nacidos de mujer deben renacer del Espíritu Santo y fuego. El Reino de los cielos se abre a todos por medio de este Bautismo que es el que realmente hace grande al hombre o mujer. Bautismo inaugurado por Jesús en el Jordán y en la cruz donde se despliega todo el “misterio de la Encarnación”, pero que evidentemente empieza en el momento de la Encarnación del Señor y de su Nacimiento en Belén de Judá.

¿Quién es Jesús para mí? Es una pregunta permanentemente abierta. Aprender el camino del Señor, seguir sus pautas no resulta fácil. Y no porque no esté claro sino porque nos sorprende continuamente y tantas veces nos hace saltar nuestros esquemas y no queremos ajustarnos a otros esquemas que son más evangélicos, pero desestabilizan nuestro acomodo, nuestra pacífica situación personal, familiar, social, nacional. Siempre preferimos que cambien los demás y nosotros seguir tranquilos donde estamos.

El evangelio de hoy nos invita a acercarnos a los cojos, ciegos, paralíticos, leprosos, pobres y hasta los muertos. Hemos de mojarnos. Hay que bajar a “los infiernos” de nuestro mundo y llevarles la buena noticia de la llegada del Reino de Dios. Pero esto hay que hacerlo no solo de palabra sino con el testimonio de nuestras vidas. Pueden ser diversos los caminos, pero todos pasan por el abajamiento, por el tender la mano, por el compartir, por el dignificar al necesitado o al extranjero, por no cerrarnos a nuestra propia carne.

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