ESTOY CONTIGO SIEMPRE

ESTOY CONTIGO SIEMPRE

La lectura del Éxodo hace memorial de la vocación de Moisés como primer paso de la Alianza que se sellará en el Sinaí. Estamos en el monte Horeb o monte de Dios.
Constatamos que Dios está presente en cualquier lado. “Santa” es toda la tierra salida de sus manos; y Él es “Señor” de toda la tierra. Para encontrarle hay que buscarle o por lo menos hay que tener “curiosidad” y dejarse sorprender por lo insólito. Moisés, pastoreando a su rebaño, busca tierra fértil al pie de la montaña. Y allí se sorprende y se acerca a la zarza ardiente que no se consume. Dios le habla y Moisés escucha y acoge. Intentemos escuchar lo que dice Dios de sí mismo. Son acciones en favor de su pueblo. Él, en primera persona, conjuga los siguientes verbos:

“Yo he visto”, “he oído”, “me he fijado”. “Voy a bajar a librarlos, a sacarlos, para llevarlos”. Son todo verbos que indican por parte de Dios una postura favorable y de cercanía con su pueblo. No es para nada indiferente. Dios “ve”. Ve todo lo que acontece ayer, hoy y mañana. Ni un solo cabello de nuestra cabeza está sin contar. Cuanto más ve la opresión de su pueblo y la de todos los pueblos; también la opresión y destrucción de Ucrania y de otras aberraciones que puedan suceder. Dios “oye”. Oye los lamentos y las voces que piden su ayuda; que venga su Reino, que venga a liberarnos. Dios se fija. No ve u oye desde la “barrera” o como quien oye llover. Le afecta y mira con atención para tomar sus medidas. Siempre medidas que nacen de su misericordia y que, empezando por los más afligidos, apoyará toda iniciativa que lleve a la vida.

Dios decide bajar a liberarlos. A los israelitas de la opresión de los egipcios; a todos nosotros para liberarnos de la esclavitud del pecado y además de todos los que nos oprimen creando destrucción y muerte por donde pasan. Dios decide sacarlos del lodazal de la esclavitud para llevarlos a una tierra que mana leche y miel. Esta promesa será realidad después de muchos sudores, y después de la muerte del mismo Moisés, cuando Josué entra en Jericó.

Todo este “Hacer de Dios”, el mismo Dios lo encierra en el NOMBRE con el que quiere ser reconocido y venerado: “YO SOY EL QUE ESTÁ CONTIGO SIEMPRE”. Esta es la gran novedad. Dios no tiene “lugar ni casa” fija. Dios está con su pueblo y donde esté su pueblo. Diremos que Dios está en todos aquellos que se acercan, escuchan y obedecen, porque descubren que estar a su lado LIBERA Y SALVA.

En el “ciclo C”, el de este año se nos ofrece la posibilidad de proclamar el evangelio de la Jesús y la Samaritana. Es el del “ciclo A” que impone en la cuaresma un tiempo cuaresmal vivido hacia la renovación de nuestro bautismo. Sería el más genuino. Pero para mantener diversas alternativas en los tres ciclos, el “C” elige un evangelio “penitencial”. Nos invita a la CONVERSIÓN.

En esta llamada a conversión Jesús quiere despejar alguna incógnita por determinados malentendidos de la gente o de la cultura ambiente. Estamos acostumbrados a dividir a la gente entre “buenos” y “malos”. Evidentemente nosotros estamos siempre del lado de los buenos y juzgamos a los de enfrente. Si sucede una desgracia “natural” (un terremoto, inundación hundimiento de una casa) suelen oírse voces de “aviso de Dios o de castigo de Dios”. Peor, si cabe, cuando el mal viene provocado por decisiones políticas de algún “iluminado” que siempre han existido a lo largo de los siglos. Nadie osó decir que los mártires de las persecuciones romanas eran castigo de Dios; pero después, con el andar de los siglos, hubo hasta guerras declaradas “santas”, para defender el honor de Dios. También hoy suenan voces semejantes en favor de Putin. No es el caso del papa Francisco que en un mensaje al Kremlin les dice: “En nombre de Dios, os pido que paréis esa masacre. Dios es solo el Dios de la paz, no de la guerra. Quien apoya a la violencia, profana su Nombre”. (14-3-22).

Jesús, en el evangelio, nos quiere situar a todos en el mismo lado. Todos necesitamos convertirnos para no perecer. Es una llamada fuerte a la conversión del corazón. Ponernos en sintonía con la voluntad de Dios Descubrir en nuestra interioridad las facetas oscuras que esconden el orgullo y la pretensión de considerarnos “buenos” y merecedores del favor o auxilio divino a nuestra medida.

Jesús cuenta la parábola de la higuera estéril. Cada uno de nosotros somos “higuera”. Un árbol bien bueno en sí mismo. Pero no da “higos”. No sirve. Mejor cortarlo. Se entiende la comparación. Podemos ser estériles porque no damos los frutos que Dios quiere de nosotros. La medida es radical. En el viñador aflora la paciencia y la misericordia. “Espera, déjala un año más para ver si despierta y da frutos”. Pues en ese tiempo estamos. Tiempo de espera y de esperanza. Dios tiene paciencia. Espera de nosotros los frutos de la conversión y de la misericordia; los frutos de amor al prójimo.

La lectura de San Pablo nos llama también a conversión. Es claramente un llamado a no caer en la tentación de creernos salvados o seguros en el camino de la salvación por el hecho de pertenecer a una iglesia o a una congregación o a haber hecho muchas cosas por Dios. La seguridad no puede venirnos desde nuestras fuerzas o desde dentro de nosotros mismos. La salvación nos llega gratuitamente desde Dios, desde el Padre de nuestro Señor Jesucristo que siempre toma la iniciativa de llamarnos porque nos ama. Seguir a Jesús es el camino, y este seguimiento es fácil descubrirlo solo si se escucha la Palabra de Dios. Es un camino de cruz y por tanto sembrado de muchos percances. Es un camino por el desierto de la vida. Es necesario crecer en la Fe y fiarse permanentemente de Dios que está siempre de nuestra parte y a nuestro lado. Yahvé: Está con nosotros siempre.

Hemos de aprovechar este tiempo de cuaresma para entrar en proceso sincero de conversión. No dejemos pasar el tiempo. Abramos hoy el corazón a la voz de Dios y escuchémosle.

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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