HABITÓ ENTRE NOSOTROS

HABITÓ ENTRE NOSOTROS

La Iglesia, en la liturgia de este día prepara tres eucaristías distintas destinadas a la misa de media noche o del gallo, la de la aurora y la del medio día. Cada eucaristía tiene sus propias lecturas y todas ellas dedicadas a celebrar el Nacimiento del Salvador. El evangelista Lucas es el elegido para ser proclamado en las dos primeras misas; y el evangelista Juan para la tercera. Está claro que la lectura del prólogo del evangelio de San Juan es la más densa y teológica que nos ayuda a descubrir el misterio encuadrado en la Historia de la Salvación y a leer la interioridad de lo que acontece en ese portal de Belén. Nada menos que la Palabra de Dios, que estaba junto a Dios desde el principio y que era Dios, se hace hombre y habita entre nosotros. Ese es el gran misterio.

Esto es cierto, pero a mí, siempre me ha parecido que este evangelio es demasiado denso para meditar en un día donde la cena de Nochebuena se alarga tanto que se acorta la noche y se llega a la eucaristía del mediodía un poco desentrenado el espíritu aunque con mucha alegría para celebrar la Navidad. Es por eso que en este día creo que la homilía debe ser breve, quedarse en los acontecimientos históricos narrados sencillamente por San Lucas y exhortar a vivir la Navidad en la alegría de sabernos visitados por Dios permanentemente en ese Niño que se nos ha dado para siempre. Por eso paso a comentar solo el Evangelio de Lucas de la misa de media noche y madrugada.

El Evangelio de Lucas 2, 1-14 dedica solo dos líneas para describir el acontecimiento que vieron los siglos: “Y sucedió que, mientras estaban allí (Belén) le llegó a María el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada”. Más breve imposible; y sin embargo estamos tocando el instante cumbre en la historia de la humanidad.

Contemplando ese momento, nuestros ojos no ven más que una parturienta, María; un padre azaroso tratando de colaborar en lo que puede, José; y un recién nacido acurrucado entre pajas en el pesebre (Jesús). Pueden aparecernos interrogantes sobre el porqué de esa situación, pero no podemos ir más allá; no podemos llegar al sentido último de lo que ahí sucede. Solo la voz de Dios puede ayudarnos a ver más allá de lo que el sentido de la vista nos transmite.

Los pastores están despiertos en la noche. Están en vigilia vigilantes de los acontecimientos del entorno. Y por eso oyen y ven al ángel del Señor que les anuncia la GRAN NOTICIA: “EN LA CIUDAD DE DAVID, HOY, OS HA NACIDO EL SALVADOR”. El niño nacido en Belén, es nada menos que el Mesías, el Señor, el Salvador. Y los pastores creen a los ángeles y van corriendo hacia la cueva donde encuentran a María y a José con el niño recostado en el pesebre como les había dicho el ángel. Y los pastores se alegran y gozan, y dan parabienes, y cuentan lo que les había sucedido.

Los pastores habían recibido del Ángel como señal “el pesebre”. Pensemos un poco en lo que significa esta señal. Encuentran al Niño recostado en un pesebre.  El niño es envuelto en pañales y recostado en el pesebre. Se abaja hasta ocupar el último lugar. Deja atrás todo. No hay sitio para él ni en la posada ni en las casas de los pobres. Está entre los últimos, incluso por debajo de los pastores, que son en definitiva los esclavos o siervos más siervos. Su sitio no se lo va a reclamar nadie. Es lo indeseado y lo último de lo último. Se lo podrán reclamar las bestias, como mucho. La pobreza es el camino de la Revelación del Hijo de Dios. Se sitúa en los márgenes, entre los desposeídos de cualquier rango y honor. El Mesías entra en el mundo sin hacerse notar. Dios actúa siempre desde lo pequeño, lo pobre, lo humilde.

Por aquellos campos y cuevas anduvo David, siendo también un donnadie. Estaba a la intemperie del campamento, totalmente desprotegido siendo “un niño” pastor. David pasó de la intemperie al campamento y después a la ciudad donde fue ungido Rey.  Jesús subirá de la intemperie (el pesebre) a la cruz (trono) en la ciudad del Rey David, pero también en las afueras. El Rey (Jesús) no va a abandonar el último lugar en ningún momento. El pesebre ya apunta a la cruz.

Los pastores no se quedan en la cueva sino que vuelven a su sitio de trabajo  habitual. Pero vuelven transformados. Ya no es lo mismo. Harán lo mismo que antes con sus rebaños, pero lo hacen ya de otra forma; lo hacen transformados en el hondón de su alma y dan gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, y se hacen testigos de eso y lo cuentan para que otros vayan y vean y oigan lo mismo que ellos han visto.

Ojalá fuéramos nosotros hoy como los Pastores, vigilantes, que otean el HOY de Dios permanentemente. ¿Dónde nace Dios hoy?

Pastores de recia fe, capaces de acoger al Espíritu de Dios y su Palabra venga de donde venga. Son muchos los ángeles que Dios nos envía para decirnos cuál es su voluntad. ¿Escuchamos a Dios? ¿Nos fiamos de Él? ¿Creemos en Él?

Pastores ágiles para entrar en acción. ¿Hasta dónde estamos dispuestos nosotros a dejar atrás cosas, seguridades, bienes, para caminar ligeros de equipaje hacia la VIDA? ¿Agradecemos el don de la ENCARNACION DEL HIJO DE DIOS? ¿Agradecemos el don de la Eucaristía, que  ella misma es la celebración del gran GRACIAS A DIOS?

“GLORIA A DIOS EN EL CIELO Y EN LA TIERRA PAZ A LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD”

FELIZ NAVIDAD 2022.  Gonzalo Arnaiz Álvarez,  scj.

 

 

 

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