Hacer memoria para vivir

Hacer memoria para vivir

 

Homilía en el III Domingo de Cuaresma – Ciclo B

Las lecturas de hoy nos proponen un itinerario muy interesante: el de la memoria histórica… el de echar la vista atrás y recordar cómo Dios ha estado presente en nuestra historia.

Memoria… La primera lectura comienza así. Dios le recuerda a Moisés qué es lo que ha hecho con el pueblo: Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud. En una frase, Dios condensa el núcleo fundamental de la fe de Israel: Dios será, para ellos, el salvador, el que les dio la libertad, todo lo contrario de esclavitud. Y así entienden las normas que vendrán después en la lectura, los 10 mandamientos: no como algo que corta las alas, que coarta la libertad o que aprisiona el corazón, sino como una posibilidad de ser libres, más libres que nunca. Sin embargo, Israel lo olvidará en muchos momentos.

Vivir según Dios, por tanto, no es esclavizarnos. No lo es. Tal vez sería interesante que, en casa, repasáramos esos 10 mandamientos, la antigua ley, para recordarnos cuánto más libres seríamos si los hiciéramos de verdad presentes en nuestra vida: respetar a los otros, respetar a los maridos y mujeres, querer a los mayores, escuchar a Dios, no envidiar, no codiciar sin sentido alguno, ser fiel, ser constante, no engañar… ¡Cuánto más libres seríamos si en lugar de someternos, falsamente, a la libertad de nuestros deseos y apetencias nos sometiéramos a la libertad del amor que quiere y respeta todo y a todos!

También es memoria histórica lo que hace Jesús. Ante la imagen de un templo convertido en lo que no es, Jesús recuerda, con un gesto que nos deja un tanto estupefactos, que la casa de Dios es para Dios, que rendirle culto no es compatible con rendir culto al dinero ni a la codicia, y que eso que hacen es, en el fondo, una traición a sus propias vidas y su propia fe. A continuación, Jesús planta a los que le escuchan una afirmación: destruid este templo y a los tres días lo levantará de nuevo. Tal vez nos sorprenda cómo pasa de un templo (el físico, el de piedra) a hablar del otro templo (el espiritual, su propia vida). Sin embargo, es la consecuencia de lo que ha sucedido antes: si nos mantenemos firmes en los mandamientos, si somos fieles a Dios, si de verdad amamos y respetamos a los otros, nuestra vida, aunque se resquebraje, aunque tiemble, aunque aparentemente se destruya, no terminará para Dios. Volverá a la vida. La muerte y la desaparición no tendrán la última palabra. Recordarnos el motivo de nuestra vida, el para qué que ha puesto Dios en nuestro corazón, nos permitirá existir más allá de la destrucción aparente de la muerte. Nuestro templo, nuestra vida, volverá a estar en pie.

Termino. Hoy, como siempre, existen zonas en nuestra tierra marcadas por la guerra. En muchos casos, son zonas donde la destrucción campa a sus anchas y el mirar al otro como un enemigo y no como un hermano convierte todo en muerte y desolación. Pero también hay lugares que han experimentado cómo la fidelidad, la entrega, el respeto, el cariño y también la fe ha devuelto la vida a las ruinas. No es algo ajeno a nuestra tierra, a nuestro país, a nuestra Europa, que también ha pasado por momentos así en su historia reciente. Sí, hay futuro, hay esperanza, hay Dios. Es la confirmación de lo dicho antes: la memoria de Dios que nos salva, la puesta en práctica de los mandamientos, hace que lo que parece no tener más allá renazca y florezca. Hagamos memoria también nosotros. Demos gracias a Dios por todo lo que ha hecho en nuestro día a día. Intentemos ser fieles a su Palabra. Y esperemos, como Jesús, que Dios reconstruya nuestro cuerpo, nuestras casas, nuestras vidas.

P. Ángel Alindado

 

 

 

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