JESÚS ES DE LA ESTIRPE DE DAVID

JESÚS ES DE LA ESTIRPE DE DAVID

Las lecturas litúrgicas de este domingo nos meten de lleno en el MISTERIO DE LA ENCARNACION. DIOS SE HACE HOMBRE. Es un momento propicio para saborear los albores de este misterio contemplando las personas que lo hacen posible desde su colaboración libre y responsable. Personas capaces de abrirse al misterio por su obediencia y fidelidad.

San Lucas, en su evangelio, maneja dos personajes, Eva y María, para presentarnos el Misterio de la Encarnación de Jesús. San Mateo (1, 18-24) nos habla de la anunciación del Ángel a San José teniendo como telón de fondo la historia de Acaz. Eva fue desobediente y María fue obediente. Acaz fue desobediente y José Obediente. Hoy nos fijamos principalmente en estos dos personajes (Acaz y José) que son los protagonistas de las lecturas.

En Isaías 7, 10-14 vemos al rey Acaz ante la tesitura de fiarse de Dios, que promete proteger a su pueblo (Judea) o someterse al invasor asirio pactando con él, la no destrucción de su pueblo. Acaz elige lo segundo. Más vale lo malo conocido. Acaz cae en la tentación del desánimo y en la desconfianza. La gran tentación de todo hombre es caer en la duda de la presencia de Dios a su lado. ¿Está o no está Dios en medio de nosotros? Tentación sufrida en el desierto por el pueblo de Israel y tentación reiterada en cada momento difícil de la historia. Acaz siente más el abandono que la protección y prefiere escudarse en sus métodos diplomáticos que escudarse en el Señor. El profeta insiste en que se fíe de Dios y le sugiere que pida una prueba. Acaz no entra en el juego y se justifica. Prefiere jugársela a dos bandas; prefiere poner una vela a Dios y otra al diablo. En el fondo dice no a Dios porque lo pone a la misma altura que al rey de Asiria.

La reacción de Dios no es mandarle a paseo, sino en ofrecerle una señal. La Doncella parirá y ese niño se llamará Enmanuel: Dios con nosotros. Será la garantía permanente de que Dios está siempre a nuestro lado. En las duras y en las maduras.

En el evangelio de San Mateo, José está ante la tesitura de fiarse de Dios o romper la trama de la historia de colaboración con Dios. Si María era “doncella”, José era también un joven brioso de una talla humana exquisita y fuera de lugar. Fraguado en la cultura semita y en la fe de Abraham, el evangelista lo tilda de “justo”. Es decir, un hombre que recorre su camino vital contando con Dios en todo momento y obedeciendo sus mandatos. Se sabe amado de Dios y sabe que cumplir la Voluntad de Dios es lo mejor para él y para su pueblo. En el momento más crucial de su vida pasa por la “noche oscura” y se pone a prueba su fe. El crisol de su fe será la circunstancia del embarazo de María por obra del Espíritu Santo, justo en el momento de los desposorios. José, que seguramente sabe por María lo que ha pasado, no duda por un momento del relato de María. José se asombra ante la presencia del Misterio que ha llenado y fecundado a su esposa y decide retirarse para no intervenir o interferir en los planes de Dios. La presencia de Dios al justo le lleva a “descalzarse” ante la tierra sagrada, le lleva a no tocar para no estropear.

Es en esta situación donde José es visitado por el Ángel de Dios. El Ángel le dice:

No tengas miedo; acércate a la “zarza ardiendo”, acércate a María y tómala y llévatela a tu casa. La presencia del Misterio en ella no es la presencia de un Dios soberbio. Es un Dios humilde, que se abaja y hace niño indefenso que necesita de ti. Este Dios acarrea tras de sí, la vida y no la destrucción o la muerte. Quien le toca, toca salvación. José, puedes llevar contigo al “Arca de la Alianza” que es María porque ella es portadora de Bendición para todo el género humano.

Tú, José, le pondrás por nombre Jesús; es decir: DIOS SALVA. Poner el nombre a una persona, en la cultura semita, es un acto de primera magnitud. Constituye el momento genuino de la paternidad, tan importante que la misma generación carnal. Dios necesita del SI de José para que las profecías se cumplan; para que el niño engendrado en María por obra del Espíritu Santo, fuera de la estirpe de David. La estirpe la da el padre y José era descendiente de David. Dios, por medio del Ángel, le está pidiendo a José su SI obediencial; le está pidiendo su colaboración necesaria para llevar adelante su Plan de Salvación fraguado desde antiguo.

Y José dice SI. Su sí, fue un silencio operante. Hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer. José responde con las obras y asume toda la responsabilidad de ser padre y esposo. Será el “pater familiae”, de una familia muy singular; pero tendrá que ejercer, y lo hará en todo momento, como lo que realmente era, como padre de Jesús y esposo de María.

José, unido a María su esposa, es y son figura en este adviento. Son maestros en la fe. Uno es Patriarca y la otra es Matriarca con los que se abre la Nueva Alianza sellada en Jesucristo, el fruto bendito del vientre de María y de su padre legal José. Ambos son modelos por su SI. Supieron romper la dinámica del NO, de la desobediencia, del pecado que fue inaugurada en los albores de la historia humana y que ahora es rota por la obediencia filial y total de José y de María.

San Pablo (Romanos 1, 1-7) resume el contenido de nuestra fe en esto: “Este evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras santas, se refiere a su Hijo, nacido según la carne, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección”. Esto es lo que creemos y anunciamos; esto aconteció y acontece cada día. Esto es lo que celebramos con gozo en las próximas fiestas de la NATIVIDAD DEL SEÑOR.    Gonzalo Arnaiz Álvarez, scj.

No hay comentarios

Escribe un comenario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.