21 Sep LÁZARO Y EPULÓN
Continuamos el tema del uso de los bienes de la tierra ante el anuncio del REINO DE DIOS por parte de Jesús.
El evangelio del domingo pasado nos decía que no se puede servir a Dios y al Dinero. Entre ellos hay una confrontación absoluta o digamos que se repelen mutuamente. Solo Dios es “Dios” y cualquier otro que intente presentarse como tal, es un “falso” o noticia falsa. Dios es incomparable por más que intentemos elevar ídolos deslumbrantes que tan solo son “sombras” que ofrecen salvoconductos falsos porque no conducen a ningún sitio seguro.
Ese evangelio del domingo pasado utiliza un lenguaje que llama la atención: “Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro quien os lo dará?
Lo “ajeno” es todo lo que nos rodea, o aquellas cosas que se nos entregaron para “dominar y someter” al principio de la creación. Parece ser que el mandato se ha vuelto del revés y hemos conseguido que todas esas cosas nos dominen y sometan a nosotros. Las hemos convertido en “idolos”.
Lo “vuestro” es algo que nadie nos puede arrebatar o quitar. La vida. Es cierto que se nos ha dado, pero como a “hijos” y por lo tanto es un don que mana de una promesa inquebrantable y que Dios no retirará nunca. Somos hijos por la gracia de Dios, pero lo somos y para siempre. Pero esta vida está llamada a ser “vida” plena en Cristo resucitado. Y esto supone por parte nuestra agradecimiento y fidelidad a Aquel que nos ha amado desde el principio y por siempre. Si administramos lo “ajeno” como si fuera “lo nuestro”, entonces orillamos de nuestra vida aquello que es realmente valioso: La vida eterna.
El profeta Amós, en la lectura de hoy, vuelve a retomar el tema de las riquezas o de los ricos. O quizás sea mejor decir que vuelve a hablar de la incoherencia que se da entre la fe y la vida de muchos creyentes. Afirmamos un “credo” pero vivimos o hacemos nuestra vida con otros “credos”. El profeta se atreve a hablar de la “orgía de los disolutos”. Orgía descrita como comidas abundantes y sabrosas regadas con vinos generosos, música y baile, perfumes. Pasar la vida pensando solo en nosotros mismos y viviendo como si no existieran los desastres, las hambrunas, las injusticias y la pobreza en general. “Los desastres de José” serán tenidos en cuenta por Dios, que oye el clamor de su pueblo y no lo desoirá. Se hará solidario con ellos y levantará al pobre del polvo. Y no olvidará a aquellos que marginaron a sus hermanos.
Jesús, en el evangelio pone en parábola la misma enseñanza del profeta hablándonos de Epulón y de Lázaro. A Epulón lo hemos bautizado nosotros así; Jesús no le da nombre. Tan solo habla de “un hombre rico” que banqueteaba todos los días. Era un crápula, que dicho en griego podría ser “epulón”. Este tipo no se entera (o no quiere enterarse) de que en su puerta hay un hombre que pasa hambre. En estos dos “tipos” tenemos fotografiada la realidad social de entonces y de ahora. Todo lo que había sido creado por Dios y puesto en nuestras manos para administrarlo en justicia y equidad (todo de todos y para todos) nosotros lo hemos parcializado al infinito y dividido de tal forma que tan solo unos pocos poseen lo que es de los muchos. No es fácil hablar de esta realidad porque es muy compleja. Pero compleja no significa insoluble. Dependerá de los valores que seamos capaces de imprimir en nuestras reglas de economía que no es neutra, sino que depende de la “filosofía” del ecónomo. La sociedad occidental o los países ricos, entre los que nos encontramos, puede aparecer como “epulón” ante el resto del mundo. No solo aparecer, sino que tenemos que afirmar que realmente lo es. Acapara en una parte del mundo los bienes que pertenecen también a otros países. Y vivimos banqueteando. Ahora con mucho miedo de entrar en fase de apretarse el cinturón, pero por causas distintas a una conversión o reconocimiento de nuestro abuso. La causa es la posibilidad de que una guerra se convierta en conflicto de intereses múltiples y que llegue una tercera guerra mundial. El papa Francisco habla de ella como una realidad en proceso y muy cercana. Además de todo esto, en nuestra propia sociedad opulenta, en nuestra propia nación, autonomía, municipio, barrio, podemos encontrarnos con muchos “lázaros”. Yo encuentro en la calle mucha gente que pide limosna (y no es por vicio) y me topo con desplazados, emigrantes de diversa procedencia que buscan trabajo y alimento o estabilidad social. Ahora tenemos muchos ucranianos que han debido desplazarse de su país y que llegan a nosotros sin tener nada. Todo esto no lo podemos olvidar ni poner al margen o mirar para otro lado.
La parábola de Jesús, en una segunda aparte, cambia el panorama y tenemos a Lázaro en el Seno de Abraham (cielo) y a Epulón, enterrado y en el Sheol (infierno). Epulón, que sigue siendo muy él y creyéndose con derechos de utilización de Lázaro, se da cuenta de que se había equivocado. Tenía que haber visto a Lázaro en la puerta de su casa y no ahora, en el Seno de Abraham. Parece querer arrepentirse e incluso piensa en su familia para que no vaya a ese lugar. La respuesta final del evangelio es lapidaria. Tienen a Moisés y a los profetas. Que los escuchen. Y si no los escuchan, aunque resucite un muerto, tampoco lo escucharán.
Al menos dos enseñanzas. Si queremos cambiar el mundo hemos de intentar volver a los criterios por los que fue hecho este mundo. Pensar en cómo lo quiso e intuyó el creador. Es como mirar el “modo de uso” de esta realidad creada. Para eso tenemos a Moisés y los Profetas. Tenemos la Palabra de Dios. Tenemos (nosotros) al Hijo de Dios que se encarnó para marcarnos el camino, la verdad y la vida. Se encarnó para dejar clara cuál es la voluntad de Dios y que es lo que quiere de nosotros. Quizás haya que escuchar lo que dice Pablo en la lectura de hoy: “Guardar el Mandamiento”. Yo creo que es el mandamiento nuevo: Amarnos unos a otros como Jesús nos amó. Es el resumen de los diez mandamientos y de toda la revelación. La cruz que él vivió y padeció nos habla de los valores del Reino y de los valores que deben impregnar nuestra carta magna si queremos que se disuelvan las barreras que nos hemos montado y nos separan a unos de otros y podamos hacer y poseer una tierra que mana leche y miel.
No podemos olvidar que caminamos al encuentro del Señor. Que esta vida culmina con la realidad del abrazo del Padre que nos regalará la Vida eterna. Jesús siempre tenía presente esta realidad y deseaba y pedía su llegada. Esto le hacía vivir en este nuestro mundo como algo no definitivo. No significa que esta realidad no tenga valor; pero no es el Valor. Esto debe estar supeditado a las leyes del Reino de Dios. Y eso lo encarna con obediencia y amor al Padre y con solidaridad extrema con los hermanos. Siendo rico se hace pobre, decimos en la liturgia porque así lo indica el mismo Pablo en un himno cristológico. Ese es el camino, aunque no seamos ricos. Siempre podremos hacernos “pobres” ante realidades que se dan a nuestro lado. Hay muchas carencias (no solo de dinero) y es bueno y posible que nos hagamos cargo de esas carencias.
Cuidado con interpretar mal, lo que atribuimos a la parábola. No estamos diciendo que el pobre de ahora, que se aguante, porque después va a recibir la Vida. Eso es un consuelo insolidario y por lo tanto falaz, aunque sea cierto que después va a recibir la vida porque Dios es así. Pero es abusar de Dios o no escucharle si no queremos traer a nuestra vida sus criterios. Esta tierra puede rezumar “cielo”. El Reino de Dios está ya en medio de nosotros. Tenemos que dejarle resonar en nuestra vida y en nuestro corazón. A nosotros se nos ha enviado a un resucitado de entre los muertos. Jesús es el VIVIENTE que está a nuestro lado y en medio de nosotros. Él es nuestra esperanza. Escuchémosle y cambiaremos el mundo.
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