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MIÉRCOLES DE CENIZA / HOMILÍA

MIÉRCOLES DE CENIZA / HOMILÍA

Ahora —oráculo del Señor—,
convertíos a mí de todo corazón,
con ayunos, llantos y lamentos;
rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos,
y convertíos al Señor vuestro Dios,
un Dios compasivo y misericordioso,
lento a la cólera y rico en amor,
que se arrepiente del castigo. (Joel 2, 12-13)

 

De toda la Palara de Dios que escuchamos en este Miércoles de Ceniza me gustaría fijarme en tres palabras del profeta Joel. 

La primera es “convertíos”. Porque la Cuaresma, ciertamente, es tiempo de conversión, es decir, de levantar la mirada de nuestro ombligo para poner nuestros ojos en Dios, aquel que decimos que da sentido a nuestra vida pero al que pocas veces dejamos ser protagonista de nuestra historia. Una conversión que, como dice Isaías, pasa también por el esfuerzo, incluso el dolor. Me viene a la mente una imagen que seguramente muchos habéis tenido de pequeños. Mi madre, cuando me caía de la bicicleta, porque era un desastre sobre dos ruedas, cogía la herida y le echaba agua oxigenada… Y lo de ver las estrellas no era una metáfora: las veías del dolor. Y tu madre te decía eso de “tranquilo que cuanto más escuece más está curando”. Nuestra conversión, la de verdad, escuece. ¡Y mucho! Porque entrar dentro no es sencillo ni siempre un camino de rosas.

Segunda palabra: rasgad vuestros corazones. El gesto de rasgar, siempre que aparece en la Biblia, alude a la humildad, otras veces a la perplejidad y el desconcierto, otras al arrepentimiento. La Cuaresma se nos propone como un tiempo para dejar a un lado nuestro YO, tan grande que a veces ocupa todo nuestro corazón, y hacer espacio al TÚ de Dios y al de aquellos hermanos nuestros que peor lo están pasando. La humildad empieza por dentro, nos recuerda Isaías, y no precisamente por fuera, por lo externo. Una Cuaresma para el ayuno, la limosna, la abstinencia de tantas cosas, vividas como gestos que nos permiten tomar el control de un YO desmedido, poniendo en el centro de nuestra vida, no nuestro estómago, nuestro bolsillo, nuestros planes y proyectos, sino la voluntad de Dios que se hace más perceptible en el esfuerzo y la confianza. 

Tercera y última palabra: misericordia. Nuestro Dios, como dice Joel, es misericordioso, lento a la ira, rico en amor. La Cuaresma nos permite contemplar, precisamente, esta dimensión de Dios en uno de los gestos más inauditos de nuestra historia: la entrega de Jesús. Acompañar nuestra Cuaresma del rezo del Via Crucis, contemplar las imágenes del Nazareno, de Cristo en la Cruz, nos habla precisamente de ese amor tan grande que no se guarda nada para sí.

Por tanto, un tiempo de conversión verdadera, de las que escuecen, de rasgar el corazón para dejar espacio al Corazón de Dios, de tremenda misericordia. Y un gesto, el de la ceniza sobre nuestra cabeza, con el que queremos hacer pública y privada intención de dejar atrás aquello que nos impide caminar con firmeza en esta nueva Cuaresma. 

Pidamos a Dios que esta no sea una Cuaresma más que anotar en nuestro calendario. Sino la Cuaresma que nos ayudó a caminar en verdad por nuestra vida. Que así sea.

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