Montes

Montes

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 9, 2-10

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.

Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.

Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».

No sabía qué decir, pues estaban asustados.

Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo».

De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.

Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.

Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.

***

 

Hay lugares en la Biblia que siempre que aparecen son como una llamada de atención que nos lanza Dios como diciendo “¡Atento! que va a suceder algo especial”. Así pasa, por ejemplo, con los caminos: siempre que aparece un camino tenemos que poner especial atención porque Dios va a actuar de manera inminente. También pasa siempre que aparecen lugares relacionados con el agua, sea un río, el mar o un lago. Uno de estos lugares “especiales” son los montes. Hoy nos encontramos con uno de ellos, con el monte Tabor. Pero me gustaría que pusiéramos nuestra mirada en otros dos montes para poder comprender de qué se está hablando aquí.

La relación de Dios con el monte, con los montes, venía de antiguo. Si echamos mano de nuestros recuerdos sobre la historia de Israel, nos encontraremos con un monte muy interesante, el monte Sinaí. El pueblo de Israel ha salido de Egipto de la mano de Moisés. Ya ha tenido experiencia de quién es este Dios que les ha liberado y, en medio del desierto, Moisés es llamado por Dios a encontrarse con Él en esta montaña, el Sinaí. Por tanto, ya tenemos una primera característica: la montaña, el monte, es un lugar de encuentro con Dios. Moisés sube y allí Dios y él sellan un pacto, traducido en las famosas tablas de la ley, la primera “constitución” del pueblo de Israel, las primeras normas que regularán su vida y sus relaciones, también su relación con Dios. Dios, por tanto, en el monte, habla, se comunica, quiere relacionarse con el hombre. El monte, segunda característica, es lugar, también, de la Palabra de Dios, donde Dios dice siempre algo. Si continuáramos leyendo, descubriríamos, además, que sus conciudadanos, cuando Moisés desciende, le ven diferente, su rostro había quedado transformado y transfigurado. Moisés no era el mismo. El monte, por tanto, también es un lugar en el que, fruto del encuentro y el diálogo con Dios, el hombre queda transformado, cambiado. He aquí la tercera característica, por tanto.

Vamos al monte que hoy centra lo narrado en el evangelio. Ya no nos encontramos en medio del desierto, ni en el Sinaí, sino en el monte Tabor. Pero la escena es, en algunos puntos, muy similar. Jesús y los apóstoles también suben al monte a encontrarse cara a cara con Dios a través de la oración, aunque en el caso de los apóstoles el sueño casi les venza y sean en algunos momentos incapaces de ver más allá de lo que está sucediendo. También se van a encontrar con el “hablar” de Dios y con un mandato. En el Sinaí eran las tablas de la Ley, los mandamientos. Aquí nos encontramos con que Dios nos pide “escuchar” a su Hijo. Él, Jesús, por tanto, es la nueva ley, el nuevo mandamiento y tiene mucho que ver con el “haced lo que Él os diga” de María en las bodas de Caná. La nueva ley nos pide “escuchar” a Jesús para reproducir en nuestra vida su propia vida. Y un tercer aspecto: si en el Sinaí Moisés quedó transformado por el encuentro con Dios, aquí es Jesús el que queda transfigurado, el que adquiere un nuevo rostro por este encuentro con Dios Padre. Si continuáramos leyendo veríamos que después de esta escena Jesús comienza un tiempo de predicación y curación casi extenuante. El encuentro con su Padre en el Tabor le ha llamado a entregarse más y más.

Pero vayamos a un tercer monte. Quiero que pongamos nuestra mirada en el final de la Cuaresma, en la Pascua. Allí nos encontraremos de nuevo un monte, el Calvario, donde poder encontrarnos con Dios. Los textos recuerdan, en ese momento, al “mirarán al que traspasaron” de los profetas. Allí, en ese monte, también escuchamos a Dios. Y Dios aparentemente no dice nada. Digo aparentemente, porque la Palabra de Dios es, en el Calvario, en ese monte, tan elocuente como los cientos de discursos y palabras de Dios en la Biblia. Su Palabra es el la Cruz. Su Palabra es oblación. Su Palabra es entrega radical al hombre. Y también nos encontramos con un transfigurado: el mismo Cristo crucificado.

Termino. Encontrarse con Dios. Dialogar con Él. Quedar transformado. También nosotros estamos llamados a subir al monte para realizar este proceso. La oración, la entrega diaria, el encuentro con los otros, las obras de caridad y solidaridad, la escucha, tratar de salir de nosotros mismos y alejarnos del egoísmo y el egocentrismo… son modos de concretar ese proceso. Llevémoslo a nuestra vida. Transformémonos con Cristo. Dejémonos guiar por Él. Y no caigamos en la tentación de quedarnos adormentados, esperando que sea otro el que lo haga. Que así sea.

 

P. Ángel Alindado

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