PADRE, HE PECADO CONTRA TI.

PADRE, HE PECADO CONTRA TI.

DOMINGO 4º de CUARESMA – C

 

Con este domingo pasamos el “ecuador” de la cuaresma. Es algo así como llegar al “monte del gozo” desde el que divisamos ya cercana la fiesta de la Pascua. Cercanía que estimula a urgir la preparación pero respirando gozo y alegría. Gozo y alegría provocados no solo por el “olor a Pascua” sino sobre todo porque en nuestro particular camino de conversión vamos descubriendo cada vez más la gradenza y calidad de nuestro Dios. La Palabra de Dios de hoy nos sorprenderá mostrándonos un Dios lento a la ira y rico en clemencia que se goza en perdonar hasta la mil generación.

Me atrevería a llamar a este domingo, además del “letare” o del “gozo”, como el domingo de la gran Fiesta del Perdón o del encuentro con el Dios Misericordioso.

La lectura de Josué nos recuerda la primera pascua celebrada por los hebreos finalizado el éxodo. Pasado el jordán y tomada Jericó se cumplen las promesas y se empieza la posesión de la tierra prometida. Israel ya es pueblo porque tiene una tierra propia.

Pero la liberación de Israel hecha por Yhaweh va más allá de lo puramente geográfico.

De hecho el pueblo es liberado del oprobio o de la vergüenza de Egipto. El pueblo es circuncidado. Será el signo externo de pertenencia a un nuevo pueblo totalmente libre y liberado de la esclavitud de los egipcios y también liberado de sus pecados. La acción de Dios sana de raíz olvidando todos los pecados e infidelidades realizadas hasta el momento de la celebración de esta pascua que inicia la vida normal de un pueblo que a lo largo de 40 años ha podido experimentar el brazo fuerte de Dios en su favor. A las infidelidades del pueblo se opone una vez más la misericordia y magnanimidad de Dios que perdona hasta “por mil generaciones”. La misericordia de Dios es mucho “más larga” que la justicia vindicativa. Si Dios “castiga” es para enderezar y motivar y nunca para destruir.

No será facil descubrir este rostro de Dios. Pesará mucho más la idea del Dios “vengador” que la del Dios “misericordioso”.

La carta a los Corintios remacha esta idea del Dios de la misericorida y lo dice con palabras que no dejan de asombrar (me) a la vez que constatar que se las ha escuchado poco. En los evangelios suena una sentencia de Jesús que dice: “Tus pecados están perdonados”. Es una sentencia inaudita y sorprendente porque nunca añade condición alguna. El perdón es previo a toda acción “merecedora” del hombre y por lo tanto es gratuita. San Pablo se hace eco de esta “buena noticia” en esta carta diciendo: “Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados”. Ni más ni menos nos está diciendo que la “Obra de Dios” es reconciliar al mundo consigo de forma gratuita y por pura iniciativa suya, poniendo en causa nada menos que la vida de su único Hijo. Dios no ha roto nunca su voluntad de diálogo con el hombre, su voluntad de comunión y comunicación con el hombre. Y cuando éste se empeña en romper este diálogo, Dios se empeña más en “acosar” a este hombre para atraerle hacia Él y que no se pierda en la nada.

El grito de Pablo, en esta ocasión, es que “nos dejemos reconciliar por Dios”, que no seamos cerriles y que abramos nuestro corazón para dejar a Dios que haga su obra de creación, de re-creación y de salvación en nosotros.

No seamos necios. Dejarnos invadir por Dios es con mucho lo mejor. Seremos creatura nueva, seremos justificados, seremos santificados, seremos “otros cristos”.

No podemos dejar pasar por alto el encargo de Dios: Ser ministros de la reconciliación. Es la gran tarea. Trabajar denodadamente por la reconciliación entre los hombres. Esto solo será posible si nos sabemos reconciliados por Dios, y desde ahí sabremos perdonar y abrir cauces para la conciliación, para la fraternidad, para la justicia.

La parábola del Padre pródigo en misericordia es el colofón de este día del PERDON.

Va dirigida a la “gente de bien”, que critica a Jesús que acoge a publicanos y pecadores. Es un “aviso de navegantes” que nos puede pillar de lleno a cada uno de nosotros.

Es una parábola esquisita. Dificilmente inventada por alguien que no tuviera una experiencia clara y distinta sobre el ser de Dios. Jesús nos habla de su “Padre” Dios y lo pinta magistralmente en los rasgos que marcan la personalidad del padre de la parábola. Es un padre “sorprendente” frente a unos hijos que “no se merecen tal padre”. Unos hijos vividores y desconfiados; unos hijos que solo quieren marcar distancias y afirmarse en su autonomía desenganchada absolutamente de la corriente de amor del padre que les fundamenta y les hace ser lo que son. Son unos hijos desagradecidos y por lo tanto desgraciados porque se aislan de la gracia, de la gratuidad y del amor paterno.

El hijo menor se marcha, y descubre en su vida disoluta que no hay felicidad fuera de la casa del Padre; que ha perdido todo y que no tiene nada que reclamar. Al menos tiene la hombría de reconocer que ha pecado contra el cielo y contra su padre. Y porque conoce a su padre confía en su misericordia y decide volver para que al menos lo vuelva a recibir en su casa como obrero.

La reacción del padre es insospechada. Realmente es “rompedora” porque hace añicos los criterios normales de la “buena educación”. Encontramos un conjunto de gestos –salir, otear, correr, abrazar, besar, calzar, vestir, banquetear, hacer fiesta, introducir en casa- que nos dicen que el padre es el que perdona reintegrando al que se hizo esclavo en su cualidad y dignidad de hijo, sin mérito alguno por parte del hijo. Da vida a aquel hijo que había muerto.

El hijo mayor es símbolo del fariseismo. Es el que obedece al Padre pero por puro cumplimiento de un deber. Está dentro de la casa paterna pero como si fuera un extraño. Es incapaz de gozar de las bienhechurías de la casa e incapaz de gozar por la vuelta del hermano al que no reconoce como tal. También para él, el padre tiene palabras de ternura saliendo a su encuentro y tratando de que entre en la casa reconciliado con su hermano y también con su propio padre.

¿A qué hijo de estos nos parecemos nosotros? Probablemente descubramos rasgos de los dos en cada uno de nosotros. Yo me atrevería a decir que tenemos bastante más del hermano mayor que del pequeño.

Nos resistimos a entender que el Padre es el Dios de la comunión, de la alegría, de la vida. Que nos ha dado todo lo suyo como nuestro y que por lo tanto lo mío es tuyo.

Igualmente nos resisitimos a creer que Dios es misericordioso hasta el límite de respetarnos siempre, esperar siempre, acoger siempre, abrazar siempre y reintegrar siempre a todo aquel que haya roto con Él y en algun momento decida volver a casa.

Dios es así. Nos queda el maravillarnos y el cantar sus grandezas. Responder como nuevas criaturas con espíritu circuncidado. Somos hijos a los que se nos ha hecho una gran misericordia. No tengamos miedo de volver a la casa del Padre. No tengamos miedo de celebrar la gran fiesta del perdón a la que se nos invita al final de este camino cuaresmal. No tengamos miedo de vivir la fraternidad y acojer a todos como hermanos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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