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SANTA MARIA, MADRE DE DIOS

SANTA MARIA, MADRE DE DIOS

Hoy comienza el Año Nuevo, celebramos la Fiesta de Santa María Madre de Dios y rogamos especialmente por la Paz. Celebramos también la octava de la Navidad y la circuncisión del Niño con la imposición del nombre JESÚS.

Es el “año nuevo” el que marca fuertemente este día. Inaugurar un año nos lleva a contemplar el sentido de la vida. El tiempo avanza y en ese tiempo avanzamos también nosotros. Pero ese tiempo y nosotros ¿vamos hacia alguna parte o es tan solo el paso de un “ayer” a un “jamás”? Para los creyentes en Jesús también el tiempo está redimido y salvado. Los días y los años son “cangilones” que nos llevan a la eternidad.

Hemos escuchado las palabras del apóstol Pablo: «Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» (Ga 4,4).  ¿Qué significa el que Jesús naciera en la «plenitud de los tiempos»? Para la humanidad, la plenitud de los tiempos tiene lugar en el momento en el que Dios establece que ha llegado la hora de cumplir la promesa que había hecho. Por tanto, no es la historia la que decide el nacimiento de Cristo, sino que es más bien su venida en el mundo la que hace que la historia alcance su plenitud. Por esta razón, el nacimiento del Hijo de Dios señala el comienzo de una nueva era en la que se cumple la antigua promesa. La plenitud de los tiempos es, pues, la presencia en nuestra historia del mismo Dios en persona. Ahora podemos ver su gloria que resplandece en la pobreza de un establo, y ser animados y sostenidos por su Verbo que se ha hecho «pequeño» en un niño. Gracias a él, nuestro tiempo encuentra su plenitud. También nuestro tiempo personal alcanzará su plenitud en el encuentro con Jesucristo, el Dios hecho hombre. El año nuevo 2023 nos indica o recuerda que en año 1 (primero) Dios entró en nuestra historia y la lleno de GRACIA con la Encarnación de su Hijo y nos hizo a todos “hijos en el Hijo”. No hay mayor novedad que esa. Caminamos por este mundo siendo hijos amados de Dios y vamos al encuentro del Señor.

Precisamente el nombre que ponen al Niño en este día de la octava es el de JESÚS que significa Dios Salva. Él es el Salvador. Nos salva del pecado y de cualquier otro límite. Somos creaturas transidas de eternidad por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Somos amados de Dios y caminamos de su mano en fe y esperanza. La garantía de esta Verdad es JESÚS.

Al comienzo de un nuevo año, la Iglesia nos hace también contemplar la Maternidad de María como icono de la paz. La promesa antigua se cumple en su persona. Ella ha creído en las palabras del ángel, ha concebido al Hijo, se ha convertido en la Madre del Señor. A través de ella, a través de su «sí», ha llegado la plenitud de los tiempos. El Evangelio que hemos escuchado dice: «Conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón». Ella se nos presenta como un vaso siempre rebosante de la memoria de Jesús, Sede de la Sabiduría, al que podemos acudir para saber interpretar coherentemente su enseñanza. Hoy nos ofrece la posibilidad de captar el sentido de los acontecimientos que nos afectan a nosotros personalmente, a nuestras familias, a nuestros países y al mundo entero. Donde no puede llegar la razón de los filósofos ni los acuerdos de la política, allí llega la fuerza de la fe que lleva la gracia del Evangelio de Cristo, y que siempre es capaz de abrir nuevos caminos a la razón y a los acuerdos.

Es también la JORNADA DE LA PAZ proclamada en este nuestro mundo que está marcado por la guerra. Y en nuestros días hay una guerra que desestabiliza nuestra sociedad y también nuestro futuro y esperanza. El papa Francisco, que es el mayor profeta de la Paz, es el vocero de esta situación. Repito sus palabras dichas en la Navidad.

“Hermanos, hermanas, volvamos a Belén, donde resuena el primer vagido del Príncipe de la paz. Sí, porque Él mismo, Jesús, Él es nuestra paz; esa paz que el mundo no puede dar y que Dios Padre dio a la humanidad enviando a su Hijo. Jesucristo es también el camino de la paz. Él, con su encarnación, pasión, muerte y resurrección, abrió el paso de un mundo cerrado, oprimido por las tinieblas de la enemistad y de la guerra, a un mundo abierto, libre para vivir en la fraternidad y en la paz. Hermanos y hermanas, ¡sigamos esta senda! Pero para poder hacerlo, para ser capaces de caminar en pos de Jesús, debemos despojarnos de las cargas que nos lo impiden y que nos mantienen bloqueados.

¿Y cuáles son estas cargas? ¿Cuál es este “lastre”? Son las mismas pasiones negativas que impidieron que el rey Herodes y su corte reconocieran y acogieran el nacimiento de Jesús, es decir, el apego al poder y al dinero, la soberbia, la hipocresía, la mentira. Estas cargas imposibilitan ir a Belén, excluyen de la gracia de la Navidad y cierran el acceso al camino de la paz.

Si queremos que sea Navidad, la Navidad de Jesús y de la paz, contemplemos a Belén y fijemos la mirada en el rostro del Niño que nos ha nacido. Y en ese pequeño semblante inocente reconozcamos el de los niños que en cada rincón del mundo anhelan la paz.

Que nuestra mirada se llene de los rostros de los hermanos y hermanas ucranianos, que viven esta Navidad en la oscuridad, a la intemperie o lejos de sus hogares, a causa de la destrucción ocasionada por diez meses de guerra. Que el Señor nos disponga a realizar gestos concretos de solidaridad para ayudar a quienes están sufriendo, e ilumine las mentes de quienes tienen el poder de acallar las armas y poner fin inmediatamente a esta guerra insensata”.

FELIZ AÑO 2023. Que a todos nos llegue la gran bendición: Que el Señor nos bendiga y nos guarde, ilumine su rostro sobre nosotros y nos conceda su favor. Que el Señor nos conceda la Paz.

 

  1. Gonzalo Arnáiz Álvarez, scj.
Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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