SEREIS MIS TESTIGOS

SEREIS MIS TESTIGOS

El domingo pasado se nos invitaba a “orar siempre con confianza”. El evangelio de hoy (Lc. 18, 9-14) nos habla de la actitud de los orantes o de dos formas extremas de rezar. Viene introducido por la lectura del Eclesiástico 35, 12-19, que nos habla del “oído de Dios”: ¿A quién escucha Dios? Alguno pensará que la pregunta es retórica porque Dios escucha a todos. No lo voy a discutir; pero a lo mejor es que hay impedimentos que hacen que no lleguen a Dios nuestros lamentos o peticiones y ahí está el problema.

En principio, la primera lectura nos dice que a Dios no hay posibilidad de comprarlo o de sobornarlo, y mucho menos cuando la causa es en favor de la viuda, del pobre o del marginado. Dios se pone de su parte porque sufren la injusticia de la sociedad igual que la madre o el padre que se ponen al lado del hijo caído, enfermo o marginado. Dios ensalza a los humildes. Esta es una constante a lo largo del Antiguo Testamento.

En el Evangelio Jesús se dirige a “algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás”. Es un tema delicado porque a lo mejor nos pilla de lleno a alguno de nosotros, incluido quien escribe esto. Es la actitud farisaica que podía ser común en los fariseos del tiempo de Jesús –cumplidores rigurosos de la Ley- y que sigue siendo bastante común –creo yo- entre los que nos decimos seguidores de Jesús. No sé si hemos oído hablar de Pelagio y los Pelagianos, pero es una herejía que perdura a lo largo de los siglos. El pecado de los fariseos (algunos) y de los pelagianos es “confiar en sí mismos por considerarse justos”. Y así creen que la salvación es obra suya y que el cielo se puede conquistar y les es debido. No es Don sino que es conquista y recompensa.

Veamos la oración del fariseo. ¿Es oración? Empieza muy bien, pero descarrila desde la segunda palabra. Él es el centro. “No soy como los demás”. Soy extremadamente bueno. El fariseo no pide nada. No abre el corazón. No entra en dialogo alguno. No necesita de Dios. Es Dios el que tiene que descubrirse ante él y estarle agradecido. Es Dios el que debe pagarle por ser tan buen chico. El fariseo no sale de sí mismo. Su oración es monólogo. Es pura referencialidad a sí mismo. Dios es un invitado de piedra. No puede ser escuchado porque no ha hablado con Dios. No solo tiene paraguas para que no le moje la gracia, sino que tiene impermeable que no le deja salir ningún efluvio hacia los demás y hacia Dios. Es impermeable a la Gracia. Dios no puede entrar en su vida. No puede ser “justificado”.

Veamos la oración del Publicano. ¿Es oración? Todo él es oración. No se pone delante, sino que se considera indigno de presentarse ante Dios. Pero sabe que está ante Dios. Y se abre y dirige a Dios con confianza y humildad. No merece nada. Pide misericordia y compasión. Pide el perdón de sus pecados.  No hay caparazón ni impermeable. Hay apertura total a un Tú del que espera misericordia. Esa apertura es la rendija por la que Dios penetra en el corazón del publicano, le invade, le transforma, le justifica, le sana y le devuelve transformado a la vida social. Volvió a su casa justificado, santificado, agraciado, sanado. Volvió “lleno de la Vida de Dios”, su Gracia.

Hasta aquí la parábola que pinta dos extremos para “escandalizar” o llamar la atención y hacernos ver lo esencial.

¿Por dónde andamos nosotros?

Sin buscar componendas, he dicho al principio que tenemos muchos un corazón parecido al del fariseo y tenemos actitudes pelagianas. Reconocerlo puede ser inicio de sanación. Inicio de un entrar en humildad y reconocer que la fuente de la salvación, de la Vida, radica en Dios y no en nuestras fuerzas. Con esta actitud nos acercamos a la del Publicano.

El apóstol Pablo, en su carta a Timoteo vemos como habla, al final de su vida, de combate, de conservar la fe, y de la “corona” que el Justo Juez le dará al final de sus días. ¿Será que Pablo se ha vuelto pelagiano y habla de méritos? Pablo habla de Gracia como Don y a la vez habla de tarea del hombre, que responde a ese Don fajándose en el anuncio del Evangelio, que no deja de ser un trabajo arduo y difícil.

No hemos de pasar por alto que este domingo coincide con la Jornada Mundial de las Misiones, DOMUND, con el lema “SEREIS MIS TESTIGOS”. La iglesia nos propone el ejemplo de los misioneros que lo han dejado todo para salir de su tierra e ir hacia los que no conocen a Cristo o a reforzar los procesos de evangelización de determinadas iglesias locales. Todos y cada uno de nosotros estamos llamados a SER testigos. La Iglesia o es misionera o no es Iglesia. “Cada uno de nosotros hemos de tomar conciencia de nuestra propia misión en Iglesia. La iglesia que estamos llamados a soñar y construir es una comunidad de mujeres y hombres unidos en comunión por la única fe, por el común bautismo y por la misma Eucaristía, a imagen del Dios Trinidad: mujeres y hombres que juntos, en la diversidad de ministerios y carismas recibidos, participan activamente en la instauración del Reino de Dios, con el afán misionero de llevar a todos y a todas el testimonio gozoso de Cristo, único Salvador del mundo”(Mensaje del Sínodo en el 60 aniversario del Vaticano II).

El Papa, en la homilía del 11 de octubre 2022, conmemorando el 60º aniversario del inicio del Vaticano II también sueña sobre la Iglesia que él quiere y espera: “Redescubramos el Concilio para volver a dar la primacía a Dios, a lo esencial, a una Iglesia que esté loca de amor por su Señor y por todos los hombres que Él ama, a una Iglesia que sea rica de Jesús y pobre de medios, a una Iglesia que sea libre y liberadora. La Iglesia debe volver a Galilea, a las fuentes del primer amor para descubrir en sus pobrezas la santidad de Dios”.

El evangelio de hoy nos enseña a Dar la primacía a Dios y a descubrir en nuestra pobreza e indigencia la santidad de Dios – Misericordia.

También hoy, se nos solicita ayuda económica para ayudar a la tarea misionera y nuestra oración continua en favor de la misión y de los misioneros de “primera línea”.

  1. Gonzalo Arnáiz Álvarez, scj.
Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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