SUBIÓ AL MONTE A ORAR

SUBIÓ AL MONTE A ORAR

El pasaje de la transfiguración del Señor aparece en el evangelio de Lucas, en tiempos confusos en el grupo de Jesús. Su anuncio de la pasión hizo entrar en crisis todas las expectativas mesiánicas que aguardaban sus seguidores. Jesús, en vez de anunciar la subida al “trono de David”, les anuncia la subida “al trono de la cruz”. El Hijo del Hombre iba a padecer mucho e iba a morir. También anuncia su resurrección al tercer día, pero este anuncio parece que no lo escuchan o no lo entienden. Jesús y los suyos suben al monte PARA ORAR y allí recibirán un baño de esperanza.

Nosotros hoy estamos pasando por una crisis profunda cuyo epicentro se encuentra en Kiev, pero sus ondas expansivas nos tocan muy de cerca. La crisis afecta a las estructuras externas (políticas, sociales, económicas) pero también afectan a nuestra interioridad donde tocan los fundamentos de nuestra fe y de nuestra esperanza. Sentimos el drama de los que huyen de la barbarie, de los que mueren como víctimas de una agresión brutal, de un pueblo invadido, de un ejército invasor, de un hambre atroz, de un frío intensísimo para los que allí resisten. Tanta gente de ese pueblo, también de los invasores, y nosotros mismos somos creyentes en el Dios de Jesús. ¿Existe algún remedio? ¿Esto, hay quien lo pare? ¿Qué tenemos que hacer? Preguntas de no fácil respuesta. La Palabra de Dios está ahí y hoy podrá iluminar alguno de estos interrogantes o dramas.

Aprovechando que se encuentra enclavado en el camino cuaresmal cada domingo de cuaresma, en la primera lectura, hace referencia a una “pascua” del Antiguo Testamento. En esta ocasión hace referencia a la primera alianza que se realiza entre Dios y el hombre. Es Abraham el convocado para realizar esta alianza con el Señor. Una alianza atípica por ser primera. Una alianza que se fundamenta en la pura promesa por parte de Dios. “Te daré” o “Así será”. Promesa de una gran descendencia o de una tierra que mana leche y miel. En las alianzas venideras, Dios garantizará el futuro por un pasado ya realizado; presentará primero sus hazañas para después proponer alianza y pedir confianza. Aquí no hay preámbulos porque no puede haberlos. Tan solo es el “que te saqué de Ur”.

La fe de Abraham es paradigmática. Es de la calidad máxima. “Se fía contra toda esperanza” o se fía a fondo perdido. Abraham pone toda su confianza en el Señor y arriesga todo su ser en favor de Dios y su promesa.

El evangelio de la transfiguración describe un momento de la vida de Jesús en el que se condensan muchas enseñanzas. Fundamentalmente se nos revela el tipo de mesianismo que el Padre quiere para su Hijo, la obediencia del Hijo, la transparencia de su divinidad, el camino de la cruz, el cumplimiento de las Escrituras en Jesús la importancia de la oración, etc. Se pone al inicio de la cuaresma para “adelantar” la Pascua o invitarnos a ver en la Pascua el momento cumbre de la historia de la Salvación.

Por el momento que vivimos, quiero acentuar el tema o paradigma de la oración de Jesús. Jesús sube al monte para ORAR. En un momento de crisis porque el horizonte de la muerte se cierne sobre su vida dedicada a anunciar la llegada del Reino de Dios. Un Reino donde Dios ejerce su soberanía y resulta que él se va a topar con el rechazo y la muerte.

El evangelio del primer martes de cuaresma nos habla de Jesús que enseña a orar a sus discípulos. Y dice: “Cuando recéis no uséis muchas palabras… pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que se lo pidáis”. Este es el punto de partida del orante para una buena oración. Apertura e infinita confianza ante el Dios que es siempre mayor y que nos sobrepasa por todos los lados. Pero a la vez es un Dios que “sabe”. No le es indiferente la obra de sus manos. Dios está presente en la historia profana haciendo que sea siempre historia de Salvación. Dios es Señor de la Historia y la “toca”. Siempre es cierto que en Él nos movemos, existimos y somos.

Volviendo al Maestro, en los momentos de crisis, Jesús recurre a la oración. Pero hemos de tener en cuenta que no solo en los momentos de crisis. Jesús está en “oración” permanentemente. Se le ve muchas veces estar a solas en la presencia de Dios; busca muchas veces tiempo de retiro para mantener la comunión con ese que Él llama su Padre. Ora en el templo, en la sinagoga, en la casa. Ora solo y en comunidad. Jesús es el hombre orante por excelencia. Jesús habla con Dios y escucha a Dios. En Él existe una extrema confianza en aquel que es Dios. Y su oración-encuentro será alguna vez de “petición”, pero las más de las veces es de agradecimiento y gozo; de alabanza y bendición.  Y eso, en la extrema confianza del niño que se pone en la presencia del padre. Un Padre que le precede siempre, que le ama desde siempre y que quiere siempre lo mejor para su Hijo. Quiere la vida del hijo y no la muerte.

Jesús también pide. Pide la unidad; pide el perdón; pide la llegada del Reino; pide el pan de cada día. Y lo pide con la confianza del que sabe que eso que pide ya ha sido dado.

En el monte Tabor, Jesús vuelve a preguntar a su Padre: ¿Qué quieres de mí; qué quieres que haga? El encuentro con Dios, le transforma. Sale confortado y confirmado en su Filiación, en el amor incondicional del Padre y también en la aprobación del camino que debe seguir en su mesianismo. Su camino pasa por entregar la vida en favor de los muchos. Además, a los discípulos se les invita a escuchar a Jesús; a seguirle en el camino en el que él va delante.

En la oración, Dios no le ahorra la cruz. Ese subir a la cruz se convertirá en la manifestación más clara del amor del Padre por su Hijo y por nosotros y en la manifestación más clara del amor del Hijo hacia el Padre y nosotros. El Padre no abandona al hijo en ningún momento, ni siquiera en la cruz y el Padre lo levantará de la muerte para romper todas las cadenas que atan al hombre.

Nosotros, ahora, por todos los sitios surgen invitaciones a la oración por la paz en Ucrania. Y nuestra oración se limita a la apetición de la paz y le indicamos a Dios lo que tiene que hacer. Pedimos que Dios intervenga y pare la guerra. Y pedimos… y nos frustramos porque la guerra sigue y cada día con más encono. ¿Qué sucede? ¿Dios está sordo? ¿Hacen falta más cadenas de oración?

Responder desde el principio que ni mucho menos. Que Dios oye, se abaja y está enterado del clamor de su pueblo. ¿Y por qué no actúa? Claro, la pregunta está hecha desde nuestra perspectiva de querer que actúe como un “supermán” o “un apagafuegos”. Y esto no es así; y no lo es desde que el mundo es mundo. No paró la mano de Caín, ni a los egipcios, ni a los babilonios, ni a los persas, ni a los romanos, ni… Ciertamente andaba por allí cerca y entraba en el corazón del hombre que se abriera a Él. Y este corazón lo cambiaba (Abraham, Moisés, David, Ciro, Jerjes,…).

Dios ha respetado hasta los límites insospechados la libertad del hombre. Ahí está el calvario para muestra.

Y entonces: ¿La oración para que sirve?

En primer lugar, digo que la oración es la manifestación de una actitud fraguada en el corazón del  hombre “orante”. Y que este hombre o mujer es orante en todo tiempo y lugar. En las duras y en las maduras. Siempre. Oración es encuentro de amor entre personas que se conocen, respetan y se quieren. Oración es abrirse al Otro y dejar que te invada. Oración es tener infinita confianza en el otro y saber que nunca te abandona. En la oración cabe la petición; pero como cabe la petición entre el esposo y la esposa, entre los amigos, entre los que se aman de verdad. Yo a mi Padre Dios, siempre desde el corazón de su Hijo, le miro y le pido o le hablo de aquello que llevo en el corazón. Y le cuento mis alegrías, mis esperanzas, mis cuitas, mis dolores de muelas o de cáncer o de guerras y odios que se dan en nuestro mundo. Él los conoce, pero me da igual, Se lo digo y ya está. Y después, infinita confianza porque Él es mi Padre o nuestro Padre.

En segundo lugar, la oración no es “mía”, sino “nuestra”. Padre “nuestro”. Nos movemos todos en el mismo Espíritu. El Espíritu que nos hace “hijos” y hace posible que llamemos a Dios “Padre”, nos une y mancomuna. Nos hace hermanos y miembros del cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Todos estamos abrazados por ese Espíritu en eso que llamamos la “Comunión de los santos”. Si un miembro sufre, todo el cuerpo sufre; si un miembro reza y espera, todo el cuerpo se ensancha con esa esperanza y esa oración. Mi oración llega a Ucrania y Ucrania llega a mi vida. Todos salimos beneficiados de la oración del creyente. Y si ésta es oración comunitaria y eucarística, tanto mejor. Yo no estoy a favor de promover muchas “cadenas” de oración, porque a Dios no le hace falta insistirle y provocarle. Él lo da anticipadamente y por entero. Pero el hacerlo todos juntos o muchos juntos es un símbolo de fortaleza y de encuentro; un testimonio de comunión que puede mover a otros a cambiar y a situarse de forma distinta ante Dios y ante los hermanos. Sobre todo, nos puede ayudar a nosotros mismos a cambiar de actitudes en nuestra vida ordinaría. Ser pacificadores y ministros de reconciliación.

En tercer lugar, la oración supone entrar en el mundo de Dios dejando a Dios “ser Dios”.  Hay milagros. Soy testigo de algunos.

Por eso, a continuación, “con el mazo dando”. De la oración salgo transformado. Salgo esperanzado y convencido de que a pesar del dolor y la muerte que me (nos) afecta y rodea, Dios anda entremezclado por esos andurriales de dolor y de muerte. Él puede consolar y de hecho consuela de mil formas; dar esperanza y luz: Y sobre todo desde la cruz de su Hijo garantiza el amor, el perdón, la misericordia y la Vida en la resurrección donde serán apagadas todas las lágrimas y resplandecerá la justicia y todas las cosas serán restauradas. Yo, en el entre tanto, pongo mis manos al servicio de la fraternidad y trato de construir un mundo más justo. No puedo ser opresor ni injusto. Deberé operar por la verdad y la justicia. No me callaré ante las injusticias que sufren mis hermanos y trataré de desenmascarar aquellas situaciones donde alguien pisotea a alguien.

Termino mirando a la cruz de Jesús.

Jesús recoge el testigo de todos los profetas del A. T. que ha sido refrendado por sus vidas.

El “éxodo” de Moisés, o del A.T., en Jesucristo llegará a su plenitud. Pasa por la muerte y en la muerte, encontrará la muerte su muerte. Por la muerte, Jesús pasará a la Vida y a la resurrección. Dios no abandona en la muerte a los perseguidos por la potencia del mal. Ese es el camino que lleva a la vida y no hay otro camino. Gloria y cruz se reclaman mutuamente.

Recorramos ese camino indicado y vivido por Jesús.

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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