25 Jun TOMÓ LA DECISIÓN DE IR A JERUSALÉN
Volvemos al “tiempo ordinario”. Recapitulando los 12 domingos ordinarios anteriores, podemos resaltar la pregunta de Jesús: Vosotros, ¿quién decís que soy yo? Las lecturas de hoy indican el inicio del seguimiento de Jesús en su camino hacia Jerusalén.
En el Libro 1º de los Reyes 19, 16-21 se nos proclama el paradigma de la vocación de Eliseo. Un personaje con un buen estatus social (12 yuntas de bueyes). Elías hace de mediador en la llamada de Dios a Eliseo. La llamada de Dios urge, invita, provoca, seduce, conmueve, pero nunca se impone. Respeta siempre la libertad de la persona. Es una oferta de amistad por parte de Dios que llama y a la vez espera siempre la respuesta de entrega de amor-amistad. Eliseo responde generosamente. Deja todo y sigue a Elías. Se pone en camino “ligero de equipaje”.
Lucas (9, 51-62) nos habla claramente del seguimiento de Jesús a los que queremos ser sus seguidores. Y marca fuertemente las exigencias de este seguimiento para que no nos engañemos o digamos que no nos han avisado o que nos han mantenido en el camino con señuelos de “ínsulas” que no llegan.
En principio es un evangelio que es disonante con nuestros deseos y que apetece ponerle sordina y pasar de página sin darle más oídos. Tantas veces uno tiene la tentación de edulcorar el contenido y el continente del evangelio y decir que no es para tanto. Pero parece que Jesús no quiere ocultar nada y prefiere dejar las cosas claras desde el principio.
El evangelio de hoy empieza de una forma muy extraña: “Cuando se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de caminar hacia Jerusalén”. Un inicio de camino en el que se proclama su cumplimiento: La Ascensión del Señor al Cielo. El camino que inicia Jesús lleva al “cielo”, pero pasa por padecer mucho, ser entregado, morir y resucitar al tercer día. Sabemos el final del camino que ya se ha cumplido en Jesús. Y esta es nuestra esperanza. No un señuelo, sino el contenido de nuestra esperanza que es Cristo sentado a la derecha del Padre y que vendrá a juzgar un día. Y es bueno que tengamos claro el contenido de nuestra esperanza. Quien nos invita a seguirle ha recorrido el camino de subida a Jerusalén, subida a la cruz y subida al cielo. Seguir a Jesús es caminar hacia la vida.
Pero, dicho esto, el camino no es “miel sobre hojuelas”. El camino del seguimiento, como todo camino, es recio. Supone abnegación, renuncias, sufrimiento y opciones dolorosas. Se hace verdad eso de que “el que algo quiere, algo le cuesta”. Y de esto va lo que leemos a continuación en el evangelio.
La comitiva de Jesús es rechazada en un pueblo de Samaria. Son rechazados porque van de paso hacia la “competencia” y no se quedan a adorar a Dios en sus templos. La tentación de los seguidores de Jesús es pedir que Dios actúe a su favor aniquilando a aquella gente. Primer aviso de Jesús a los suyos. Es un regaño. No utilizar a Dios. Dios no es manipulable ni es conquistador ni castigador. Dios es amigo de la vida y no quiere la muerte de nadie. Quiere la conversión de todos.
En el camino hay alguno que proclama “yo te seguiré a donde vayas”. Hay entusiasmo pero no ha habido llamada. No obstante Jesús aclara que no ofrece riquezas ni reinos. Seguirle es seguirle en precariedad. No hay ni casa donde reclinar la cabeza. Es un caminar a la intemperie con muy pocas seguridades. Hay que vivir el “Dios provee” a tope.
En el camino hay invitación explícita por parte de Jesús: “Sígueme”. Hay llamada clara y distinta. En la respuesta hay reticencias y resistencias. Incluso alguna muy grave como es la de enterrar a los muertos. Jesús antepone el seguimiento o la llamada a determinadas obligaciones. Lo “segundo” no puede eclipsar “lo primero”. Todas las cosas, las relaciones, los lazos familiares se relativizan ante el llamado o la vocación de Dios. Muchas veces supone dejar las “yuntas de bueyes”, quemar los aperos y quedarse en la intemperie. No es quedarse solos. Vendrá el ciento por uno. Pero significa una opción decidida por Jesús y su causa. Y esto, a veces, supone dejar padre y madre. Dejar o posponer al padre y a la madre. Es decir, ponerles en su sitio y no absolutizarlos.
Un tercero se ofrece a seguirle “con condiciones previas”. Y ahí estamos. Ahí estamos muchos que nos decimos seguidores pero siempre con condiciones y con peros. No terminamos de fiarnos; preferimos ver los toros desde la barrera; preferimos esperar a ver qué pasa; preferimos decir “muy largo me lo fiais” y seguir entretenidos en nuestras cuitas. “El cielo puede esperar” y nos seguimos creando nuestro cielo particular compaginando a Dios y al diablo, a Dios y al dinero, a Dios y mi “yo” en su pedestal.
Jesús tomó la decisión decidida de subir a Jerusalén. ¿Y tú (nosotros) estamos decididos a seguir a Jesús?
Viene bien escuchar a Pablo (Gálatas 5, 1-18) que se atreve a hablar de lo que significa vivir en libertad, la libertad que Cristo nos ha conseguido. Somos libres para amar, libres para entregar nuestra vida al servicio (ser esclavos) de los hermanos. Liberados de todos los miedos porque estamos rescatados en Cristo. En nuestro caminar hacia Cristo no estamos solos. El Espíritu de ese mismo resucitado está con nosotros.
No hay comentarios