Un profeta ha surgido de entre tus hermanos

Un profeta ha surgido de entre tus hermanos

Apenas ha iniciado Jesús su vida pública, y ya comienza a sorprendernos. Pero este maravillarnos, este quedarnos asombrados ya nos venía anunciado en la primera lectura: Moisés nos decía que Dios hablará directamente con nosotros, y nos prometió que llevará a plenitud esa comunicación. Él nos trasmite su palabra. El pueblo de Israel suspiraba por ese profeta definitivo, por esa Palabra definitiva. Y Dios quiso hablarnos personalmente en Jesús, al que muchos no lo reconocieron. Jesús es la palabra definitiva del Padre para la humanidad. Lo hemos recordado en navidad.

Por eso cada uno de nosotros tendría que preguntarse si Jesús sigue sorprendiéndonos. Si sus palabras y acciones, en sintonía con la voluntad de Dios —porque sabía escucharlo en lo más íntimo de su corazón—, nos siguen suscitando asombro, nos siguen cautivando; o por el contrario son las palabras que año tras año escucho, pero que no calan en mi vida. ¿Por qué? La respuesta es personal. Hoy el hombre sigue buscando palabras de consuelo y consejo, enseñanzas que le transformen y le den un sentido a su caminar, porque en cada uno de nosotros está la semilla de la trascendencia; sin embargo nos olvidamos de volver el rostro a Jesús. Buscamos por mundos lejanos y Dios habita en nosotros.

 

Jesús también cumple lo que promete

 

Jesús, con sus cuatro trabajadores del lago, a los que acaba de llamar la semana pasada, comienza a hacer verdad sus palabras: los llamó para hacerles pescadores de hombres. Para liberar de la opresión y del peligro del mar a los dominados por el mal. Y hoy les enseña el arte de esa nueva pesca… ¡Qué bonito! ¿Podremos aprender también nosotros?

Sinagoga de Cafarnaún. Jesús comienza a pescar para el Reino en un lugar pequeño, porque Dios apuesta por lo sencillo, por lo pequeño, por lo que no cuenta. Y entra en la sinagoga, lugar de oración, lugar donde se cultiva la ley y se mantiene la pureza de la ley. ¡Qué paradoja!, porque en ese escenario se encuentra un hombre con espíritu impuro.

Y Jesús, en el día del descanso sabático, entra en la sinagoga para orar y enseñar. Ora para entrar en sintonía con Dios y ser fiel a su voluntad, como he dicho anteriormente. También nosotros debemos entrar en esa sintonía, para dejar aparte nuestros caprichos y obedecer al Padre. Además de sus discípulos, otros también están atentos a sus enseñanzas. Quizá deba detenerme y dejar un espacio para escuchar al Señor, estar atento y seguir sus pasos.

Su modo de enseñar es nuevo. Jesús no viene para enseñar nuevas interpretaciones a la ley, sino para devolver la dignidad total a la persona. En el comienzo de la vida pública de Jesús, su primera acción pública va dirigida a la vida verdadera, a la liberación. Esa novedad en la enseñanza no viene desde el poder, o la prepotencia; sino de Aquel que es la fuente de toda autoridad. Jesús nunca busca dominar por la fuerza, sino que ofrece su fuerza divina para que el hombre recobre su vida.

 

Un hombre grita

 

Los escribas que mantienen una enseñanza vinculada a tradiciones de ley que deja al hombre en manos de su propia enfermedad, dominado por espíritus impuros, que no liberan, están sordos ante el clamor de ese hombre. Sin embargo, Jesús supo escuchar la desesperación de ese hombre, porque él vino a acabar con todo lo que no nos deja ser plenamente humanos. Jesús ha venido a liberarnos de cualquier tipo de posesión (y creedme, estamos más poseídos que lo que pensamos), porque lo que tendría que estar ocupado por Dios, lo está por aquel no-dios que domina nuestra vida (cada uno de nosotros seguro que puede poner nombre a esas “posesiones”). Y lo importante es que Jesús (Dios-Salva) nos devuelve toda dignidad.

Jesús, con su presencia y su voz (enseñanza) despierta todo aquello que estaba dormido y que, como nos recordaba el domingo pasado, nos llama a la conversión. Ojalá también Jesús conmocione nuestras vidas, nos haga salir de nuestra cómoda interpretación de la ley y las formas, nos ayude a reconocer nuestras inmundicias y podamos seguirle con mayor verdad.

 

Y Jesús grita «cállate»

 

No es ver quien grita más fuerte, sino mostrar la verdad. También los «espíritus impuros» pueden decir la verdad; de hecho, a Jesús le llaman el Santo de Dios. Pero Jesús sabe que la verdad teórica no sirve, que la adulación no ayuda a construir el Reino que se acerca. Jesús no quiere entrar en diálogo con quien sabe quiere destruirle. Jesús ha venido a liberar y a dejar tranquilo al hombre acorralado por tantos dominios. Curioso, el mal no sale sin gritar ni retorcerle. El mal siempre quiere hacer mal. Y es que, quien asume con Jesús ser liberador, quien deje entrar a Dios en su vida no dejará de recibir sus golpes.

 

Oración

 

Oh Dios,

quiero dejar espacio en mi vida

para escucharte,

seguir tus pasos y agradarte Señor.

Quiero reconocerte

—sin falsedad—

como el Santo de Dios.

Quiero poner mi vida en tus manos

para liberar y mostrar la dignidad de toda persona.

Quiero ¡oh Dios!,

que ocupes todo el espacio de mi vida

para no dejar resquicio al mal.

P Jesus C. Garcia

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