Construyendo vínculos afectivos

Construyendo vínculos afectivos

Uno de mis sobrinos de tres años, tiene una mantita muy suave de color azul, que nunca deja a la hora de dormir. Esa mantita es fundamental para él, la toma y la abraza mientras se chupa el dedo. Poco a poco se adormenta y duerme con ella durante toda la noche y una vez que se despierta la deja. A lo largo del día, la busca en los momentos en los que quiere ir dormir. Pareciera que esta mantita le ofrece seguridad y calor, lo tranquiliza y lo relaja.

En psicología este elemento se ha denominado comúnmente como “objeto transicional”. Es un elemento que ayuda al niño a pasar de la etapa de apego a la madre o al cuidador a la etapa de adquisición de cierta autonomía. Tal objeto ayuda al niño a dar el paso hacia una etapa del desarrollo más autónoma. En el curso del desarrollo, este objeto va desapareciendo ya que el niño va adquiriendo la capacidad de estar lejos de sus padres, sabiendo que existen y que no lo abandonarán aunque no estén físicamente presentes al momento.

El vínculo del apego

El ser humano es un ser en relación. Desde el momento de nuestro nacimiento entramos en relación con el mundo (personas, objetos, ambiente). Desde la primera infancia vamos estableciendo lazos afectivos, unos más significativos que otros. En el seno de la madre, el niño vive una etapa de simbiosis con ella, son una sola cosa. Con el nacimiento se da el primer paso fundamental de separación. Durante los primeros meses de vida se van desarrollando vínculos con las personas que habitualmente ofrecen cuidado y alimento. En un primer momento, esos lazos responden a necesidades orgánicas, pero como somos seres relacionales, se van desarrollando rápidamente lazos afectivos con las personas más cercanas. Un lazo afectivo fundamental es aquél que se establece entre el niño y su cuidador (madre, padre o figuras de referencia).

El Apego

El apego corresponde a los lazos afectivos fuertes que sentimos por personas que tienen un significado especial para nosotros. Las relaciones están vinculadas al afecto y, en el devenir de las relaciones, se van estableciendo vínculos afectivos. Es por ello que, a partir de las relaciones significativas de la infancia, el sujeto/persona desarrolla la relación con el otro, un elemento inseparable del mismo hecho de ser persona.

El apego se completa en nuestros niños desde los 0 meses hasta más o menos los 2 años, pero continúa modificándose aproximadamente hasta los 6 años. Existen algunos tipos de apego que el niño irá desarrollando, el más frecuente de ellos es el apego seguro. Este tipo de apego se da en aquellas vinculaciones en las que la figura de apego se muestra sensible, disponible, coherente y eficaz a las necesidades del menor, creando una relación de reciprocidad y correspondencia. Estos niños se muestran sociables y confiados con los extraños, aún con cierta cautela y clara preferencia por las figuras de apego. Se trata de niños que se sienten seguros y muestran emociones positivas. Otro tipo de apego es aquel inseguro ambivalente, el niño desconfía de la respuesta que va a recibir de su cuidador, tienen poca capacidad de exploración en ausencia del cuidador y muestran mucha ansiedad por la separación. El apego inseguro evitativo se establece cuando el adulto habitualmente ignora o responden de forma insensible a las necesidades del menor; el niño aprende a disminuir sus conductas de apego, evitando la respuesta y atención del cuidador. Por último se puede desarrollar un estilo de apego desorganizado, se trata de niños que muestran un comportamiento confuso, aturdido y desorganizado, con una mezcla de cercanía y evitación hacia la figura del cuidador. A este punto podemos preguntarnos: delante a nuestros hijos ¿Qué tipo de apego estoy fomentando? ¿Cómo es el comportamiento habitual de nuestros hijos? El apego siempre se establecerá, dependerá mucho de los vínculos afectivos que se desarrollen en los primeros de vida.

En la escuela

El proceso de apego se diversifica a partir de los 5-6 años con la edad escolar. Es muy importante que los maestros fomenten un modelo de relación positivo que promueva la seguridad emocional de los menores. El estilo de apego desarrollado en el niño, influirá en la relación que los niños establezcan con sus maestros y sus iguales en la clase. Por ejemplo, los niños que han desarrollado un apego seguro tenderán a relacionarse en modo también seguro con sus maestros y sus compañeros de clases.

Recientemente a nuestros niños está faltando el contacto físico con sus compañeros y maestros a causa de la pandemia del COVID-19. Esto evidentemente influye en su proceso de socialización. Son evidentes las desventajas que ello ha traído en el desarrollo habitual al que estábamos acostumbrados. Hace poco, los niños pasaban mucho tiempo en la escuela, ahora es más el tiempo que pasan en casa. Conocemos las múltiples complicaciones que esto ha traído consigo, el trabajo desde el hogar, mayor tiempo en casa y la asunción por parte de los cuidadores de muchas actividades que antes se realizaban en la escuela. Tal situación ha supuesto un mayor cuidado por parte de los padres y por su puesto un mayor contacto con sus hijos. Es por ello que es importante estar atentos a los vínculos afectivos que fomentamos en casa y el estilo de relación que se establece en la familia. Favorecer un estilo relacional positivo, afectivo y estable en la familia, puede evitar complicaciones en el desarrollo de nuestros niños y en su vida futura. Los cuidadores podrían ofrecer una base segura, de cuidado, protección y afectivamente nutritiva, de modo que nuestros niños se sientan suficientemente reforzados para afrontar las etapas del desarrollo que le esperan, pero sobre todo para crecer en vínculos afectivos sanos y perdurables.

En la vida adulta

Como hemos visto, la realidad del vinculo de apego va a estar presente siempre en el desarrollo normal de las personas. El vínculo de apego de la infancia va influir mucho el desarrollo afectivo de la persona en el futuro, pero no lo va a determinar. A medida que una persona crece, desarrolla su nivel de autonomía. Los adolescentes buscan independizarse de los padres, pero el vínculo persiste; los adultos toman sus propias decisiones pero buscan la cercanía con sus seres queridos; las personas mayores buscan el apoyo de las generaciones más jóvenes. Estar solo es un gran temor del ser humano y todos buscamos una base segura de apoyo y respaldo. Un estilo de apego seguro propiciará en el futuro relaciones sanas, en las que cada cual respete sus límites e individualidad, en el que sepamos estar juntos pero también en el que sepamos vivir la separación como desafío de crecimiento. Un estilo seguro de apego nos va a prevenir de relaciones confusas, de afectos desproporcionados y poco saludables en las relaciones.

La relación con Dios

La representación de Dios que nuestros hijos se van haciendo va a depender también de la calidad de la relación sensorial-afectiva con la madre (cuidador) que constituye la matriz afectiva de la imagen de Dios en el niño. Se va desarrollando una representación preconsciente de Dios a través de las interacciones sociales de los primeros años y la valorización del niño a través del comportamiento de los adultos. Así, las experiencias religiosas forman parte de la vida relacional que es siempre cambiante y dinámicamente, afectada por los intercambios afectivos. De la misma manera sucede con la imagen de Dios, que se modifica de acuerdo a estos intercambios emotivos, más directamente con las de personas afectivamente significativas. En consecuencia, cuidar los intercambios afectivos en casa, contribuye también a fomentar una imagen de Dios afectivamente significativa y por consiguiente una relación de apego seguro con Dios.

P. Manuel Lagos, scj

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