DOMINGO DE RESURRECCIÓN

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

¡Feliz Pascua! ¡El Señor ha resucitado! El que murió en la cruz por nosotros ha sido rescatado por el Padre para una vida que no tendrá fin. Hoy es el día en que actuó el Señor, el domingo de los domingos, el inicio de este tiempo de Pascua en el que, durante cincuenta días, celebraremos este gozoso acontecimiento. Por todo ello, sea nuestra alegría y nuestro gozo.

El evangelio de hoy nos presentaba la realidad del sepulcro vacío, que no es una prueba ni una señal evidente de la resurrección, sino un signo, que exige la fe. La resurrección no se comprende desde nuestra cabeza o buscando pruebas objetivas o históricas, en este afán de que solo lo científico es verdadero. La resurrección apela a nuestra fe. Como les sucede a Pedro y a Juan: no basta solo ver, sino ver y creer.

Cuando los primeros testigos, las mujeres y los apóstoles vieron que el sepulcro donde habían depositado a Jesús estaba vacío, creyeron. Recordaron las palabras y las promesas de Jesús, que no acababan de entender mientras estaba con ellos, y las vieron cumplidas. La muerte había sido vencida. La vida había triunfado. Dios acababa por dar sentido al dolor, la pasión y la muerte de su Hijo, como cumplimiento de su voluntad, rescatándolo del reino de los muertos y constituyéndolo como Señor.

Los testigos de este acontecimiento se abren a la fe y experimentan la paz y un gozo indescriptible. Es el sentir nuevo de unos corazones nuevos que se han encontrado con el Señor. Nada ni nadie les puede quitar ya esta experiencia, que toca lo más profundo de ellos mismos. Nadie puede discutir que aquellos hombres, temerosos, traidores, cobardes del viernes santo, fueron transformados radicalmente en la mañana de Pascua. ¡Qué distinto es aquel Pedro huidizo que renegó de su Señor de este que hoy anuncia abiertamente el mensaje de la Pascua! Con la experiencia de la resurrección la vida desemboca, como escucharemos a lo largo de este tiempo, en una nueva experiencia de la fraternidad y en el impulso de dar testimonio ante todos los hombres. «Nosotros somos testigos», repetirá Pedro asumiendo esta misión. Creer en la resurrección debe llevar a proclamarlo y a compartir este gozo con todos aquellos, hombres y mujeres de todos los tiempos y todos los lugares, que fundamentan su vida en esta misma convicción.

Estos primeros testigos son el germen de la Iglesia que hoy somos, que en este día se alegra con su Señor, y un modelo de nuestra experiencia de fe. Como nos recuerda Pablo, por el bautismo, hemos sido incorporados a la muerte y a la resurrección de Jesucristo. Participamos de su vida nueva. Por eso hemos de hacer que crezca en nuestros corazones a través de la fe. Una fe que se traduce en actitudes y en vida. No podemos dejar de vivir como resucitados, amando a Dios y a los demás, pues el amor es la mayor prueba de si hemos resucitado o no con el Señor.

Este compromiso de fe y de vida lo renovamos cada vez que celebramos la Eucaristía, en la que anunciamos la muerte y la resurrección del Señor hasta que él vuelva. Porque estamos convencidos de que el Resucitado vive en medio de nosotros y nos llama a compartir la fraternidad. Nos llena los corazones de alegría y de gozo. Y nos da su Cuerpo y su Sangre, anticipando el banquete del cielo como fortaleza para nuestro compromiso en medio del mundo y en las necesidades de todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo, que hemos de llenar de vida porque Él vive. ¡Alegrémonos! ¡Vivamos con Él! Porque ¡ha resucitado!

 

Por el P. Pedro Iglesias Curto

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