DOMINGO IV DE ADVIENTO (B)

DOMINGO IV DE ADVIENTO (B)

En este domingo que precede inmediatamente a la Navidad, escuchamos el pasaje de la Anunciación, momento en el que se gesta definitivamente la encarnación de Dios. Ya no se trata de preparaciones espirituales, ni de promesas o esperanzas, ni de profecías o de intuiciones…, sino de hechos consumados. Dios toma la iniciativa, actúa y se pone manos a la obra: ha llegado el tiempo y lugar oportunos. Toda la historia de la salvación se focaliza en María, porque es el punto concreto de la acción de Dios, la puerta de entrada de Dios al mundo. 

En la primera lectura se nos narra cómo el rey David decide buscar un lugar para edificar una casa física para Dios en la tierra, su templo. Pero Dios no se deja asir ni encerrar. Queda claro que tiene la voluntad y el propósito de habitar en el mundo y de establecerse de manera permanente entre nosotros, pero no es el hombre quien presuntuosamente debe disponer el lugar ni el cómo. 

En su carta a los Romanos, San Pablo plantea las cosas de manera diferente: de arriba a abajo. Dios es soberano, tiene la primacía; y, por eso, tiene un plan muy bien trazado desde hace siglos. Respondiendo a su buena voluntad, Dios había prometido a David una descendencia salvífica, un Mesías de su sangre. Así, el tiempo y el lugar oportuno para la salvación confluyen en la historia personal de una mujer. Israel había estado esperando un largo tiempo… Y, ahora, todo pende de la respuesta de una de su pueblo, María. Dios busca, mendiga, hacerse un hueco entre los hombres. Dios pide permiso para entrar en aquella casa-templo que Él mismo había creado. Y el templo-casa que elige no es un edificio, sino nuestra propia condición humana. Dios quiere vivir como nosotros, ser uno de nosotros, y llama a la puerta de María. Necesita la libertad humana. No puede redimir al hombre, creado libre, sin un sí libre de su voluntad. Dios, al crear la libertad, se hizo en cierto modo dependiente del hombre.  

El cielo y la tierra contuvieron el aliento en el momento de la pregunta a María. ¿Dirá que sí dando un salto al vacío en medio del silencio atronador? “Hágase en mí según tu palabra”. Esta fue la respuesta definitiva de María, con la que empezó todo y con la que hoy se da paso a la Navidad. Si nosotros queremos vivirla de verdad, debemos hacer nuestras estas palabras de disponibilidad y servicio. La obediencia y la modestia fueron las actitudes de la madre del Salvador a la hora de concebirlo, porque estas fueron las actitudes del propio Dios cuando vino al mundo. El nacimiento de Jesús será todo un acto de humildad que hemos de revivir en nuestra vida personal. Hagamos, como María, de nuestra propia historia, historia de salvación; de nuestra propia persona, casa para Dios. 

 

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