El que cree tiene vida eterna

El que cree tiene vida eterna

HOMILIA DOMINGO 8 DE AGOSTO – DOMINGO XIX

Hoy, en el evangelio, continúa con la catequesis de Juan sobre el pan de vida que desemboca en la eucaristía. Este domingo todavía no entra en terreno eucarístico si bien lo inicia al final del evangelio. Por eso trataremos de no tocar la “eucaristía” para centrarnos en ella el domingo que viene.

Permitidme que como introducción cite la frase de Jesús al tentador: “No solo de pan vive el hombre”. Y es que las lecturas de hoy se van a centrar sobre eso que además del pan hace vivir al hombre: un “plus” de pan.

Está claro que para el hombre “unidimensional” (de una sola dimensión: lo extenso, lo medible, lo que se toca) basta con este pan: “Comamos y bebamos que mañana moriremos”. O en castizo sería aquello de: “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”. Es una “filosofía” barata pero es la que impera entre las coordenadas de valores por las que nos movemos en estos tiempos modernos. ¡Y también en otros tiempos!

Veamos sino la historia de Elías (1 Reyes 19, 4-9). Un hombre también probado en todo y por mucho tiempo luchador eficaz a favor del Yhawismo. Su vida es calco del “éxodo” de Israel donde sufre tentaciones, éxitos y fracasos. Pero pasado el “ecuador” de su vida apostólica le llega la crisis del “demonio meridiano”. Ha llegado el momento de sentir el rechazo y la persecución contra su persona y en el  desierto se le termina el “pan”. Pide la muerte puesto que seguir viviendo es ya un sinsentido. Elías pasa por eso que se conoce hoy como depresión.

El garante de toda la vida de Elías acude a él y le invita a comer para que siga caminando “incluso contra toda esperanza” hacia el monte de Dios, el Oreb. Le invita a seguir subiendo hacia el encuentro con Dios. Pero Elías tiene que aprender que no puede con sus solas fuerzas porque “solo” realmente no vale nada. Su fundamento, su roca, su peso, su valía están solo garantizados desde Dios. Debe comer por segunda vez para encontrar las fuerzas necesarias para hacer la travesía de la vida. Ese pan, esas fuerzas tienen su origen en un “pan bajado del cielo”; tienen su origen en Dios, dador de vida. Abrirse a ese “don” es abrirse a la trascendencia y al Transcendente y romper la unidimensionalidad del que solo busca el pan que perece y no da la vida.

El evangelio de Juan 6, 41-51 me parece a mí que ronda por estas cuestiones. En vez de Elías son los judíos los que no ven más allá o se resisten a creer que Jesús es el “Pan bajado del cielo”. Se resisten a CREER en Jesús. Y es que creer significa desfondamiento del “ego”. Significa romper mi “unidimensionalidad” y admitir que no soy ni fundamento ni garante de mí mismo. Admitir que soy (estoy) necesitado de Dios. Que solo Dios es fundamento fiable y único y que por lo tanto necesito de otro “pan”; de un pan “bajado del cielo”.

Y amigos, aquí estamos tocando el nudo gordiano de la fe o de la no fe. El evangelio de Juan nos pone ante la encrucijada del creer o no creer. Y aquí se caen todos los esquemas demostrativos (vengan por vía de razón sea científica o filosófica, o por vía sentimental o intuitiva). Es una cuestión de OPCION en la que entra y se compromete todo mi ser o todo mi yo (inteligencia, conocimiento, razón, voluntad, sentimiento). En el evangelio de Juan (ni en ningún otro) no hay ninguna demostración; solo hay mostraciones. Se  nos muestra quién es Jesús y se nos ofrece un camino. También se nos muestran cantidad de señales, signos, obras en las que se puede ver o intuir la presencia o la mano de Dios detrás de todos ellos. El camino que lleva a la Vida está cargado de señales (digamos señales de tráfico) bien diferenciadas para quien quiera ver. Todos sus caminos llevan a la Jerusalén celestial, pero… hay que fiarse, hay que creer, hay que abrirse al don de Dios, porque nadie puede ir a Dios si Él no le atrae. Es claro que si Dios no se abre a nuestra esfera de creaturas, si Dios no se abaja y no se abre para dejarse invadir, para nosotros el camino hacia Dios permanecería intransitable para siempre. Dios y el hombre son compartimentos estancos el uno para el otro. Si Dios no se abre… nada que hacer. No se le puede conquistar. Si el hombre no se abre… nada que hacer, aunque todo un Dios se empeñe en derribarnos del caballo.

El evangelio de Juan nos está diciendo desde el principio que el Verbo se hizo carne. Que Dios puso su tienda entre nosotros. Que se abajó para encontrarnos y darnos su misma vida. En este capítulo de hoy, Juan insiste en esta realidad de la encarnación y en este abajarse de Dios en su enviado Jesucristo al que se le indica como el “Pan bajado del cielo”. Escuchar a Dios es acercarse y aceptar a Jesús como Maestro y Señor. Creer en Jesús es abrirse al Don de Dios y dejarnos invadir por El para tener su misma vida, la VIDA ETERNA  que es la propia vida de Dios, distinta a la nuestra que es vida  que perece.

Abrirse a Dios es cambio radical de actitud vital. Empezamos a vivir como hijos de Dios y hermanos entre nosotros; empezamos a vivir obediencialmente sabiendo que cada día tiene su afán y que es bueno cargar con la cruz de cada día y seguir al maestro a donde quiera que vaya (al Gólgota o Calvario) porque sabemos que perder la vida por la causa de Jesús (no olvidemos que la causa de Dios son los hombres) es ganar la VIDA.

Termino con la frase de Pablo en Efesios 4, 30 – 5, 2: “Sed imitadores de Dios, como hijos queridos y vivid en el amor como Cristo nos amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor”

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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