Estad pendientes, escuchad bien.

Estad pendientes, escuchad bien.

ESCUCHAD TODOS

Dejamos las “alturas” teológicas del Evangelio de San Juan para retornar al no menos “teológico” Evangelio de San Marcos pero con una teología que se nos hace mucho más de “andar por casa”.

El tema de hoy es delicado. Tocamos “La Ley”. Simplificando quizás demasiado, podríamos descubrir en las lecturas  un movimiento que va desde la exterioridad a la interioridad de las personas para retornar renovadamente a la exterioridad. Intento explicarme insistiendo en que es esquema y queriendo respetar en su densidad global cada una de las lecturas.

  1. Exterioridad. El Deuteronomio 4, 1-8 empieza muy solemne. Es un nuevo “Escucha Israel” y por lo tanto lo que viene tiene categoría institucional y re-fundacional. Se promulga de nuevo la Ley Mosaica con su decálogo. No tocar nada dice el autor. Amén, tendremos que decir. Los problemas surgen cuando hay que aplicar la Ley en la vida ordinaria. No matar es muy genérico. ¿Se puede matar al enemigo, al extranjero, al malhechor? Para ayudar a esta concreción vendrán los decretos que ya no son tan universales puesto que tratan de responder a circunstancias concretas. Desaparecidas o cambiadas las circunstancias deberían desaparecer o cambiar los decretos. Lo que suele suceder es que estos decretos tienden a perpetuarse y quieren adquirir el rango de “ley”. Y ya tenemos el lio montado. Con el pasar del tiempo se van creando determinadas instituciones, tradiciones, costumbres que se repiten “porque siempre se ha hecho así” y se van cargando sobre la gente obligaciones y taras que más que ayudar asfixian la vida religiosa. El catálogo de leyes  que todo israelita debe cumplir para ser buen israelita llegaba al numeral 634 en los tiempos de Jesús. Era un “peso” legal tremendo de muy difícil cumplimiento. La mayoría del pueblo no conocía esas leyes y por lo tanto no las podría cumplir. Ipso facto era tenido por impuro y marginal. Solo los “puros” (fariseo significa puro) podían aspirar a la santidad porque conocían todas las leyes y las ponían en práctica. La religión será igual a practicar. Se convierte en una práctica exterior. Es cumplimiento.
  2. Interioridad. ¿Dónde la interioridad, dónde el corazón? Esta es la cuestión planteada cruda y duramente por Jesús en el Evangelio de Marcos 7, 1-23. Un Jesús interpelado por los “puros” (fariseos) y que responde con “cajas destempladas” apelando a Isaías, un profeta que no dudó en enfrentarse al “aparato” o entramado religioso-cultural del Israel de su tiempo haciendo un llamado a la interioridad del corazón condenando la vaciedad del culto que no iba acompañada de sentimientos de amor y fidelidad a Dios y su Palabra. Decir SI a Dios implica decir SI al prójimo. No se puede alabar a Dios con las manos manchadas en sangre inocente. El Evangelio de Marcos nos sorprende con un “ESCUCHAD TODOS”. Estamos ante un nuevo “Escucha Israel”. Lo que viene es algo institucional y para siempre. Es algo FUNDANTE y para no olvidar. “Lo que hace impuro al hombre no viene de fuera sino de dentro”. Viene del corazón. Es al corazón lo primero que hay que mirar para calibrar el valor de lo que hace el hombre de cara a Dios y de cara al hermano.

Desde las palabras de Jesús todos los “aparatajes”  humanos quedan muy relativizados. Y aparataje son o pueden ser los códigos, leyes, tradiciones, usos que a lo largo de los tiempos nos hemos ido dando. Y en la Santa Iglesia de Dios tenemos muchas de estas cosas que se siguen imponiendo y haciendo por “tradición” de la mala, o porque “siempre se ha hecho así” o porque “yo lo mando”. Bastaría meternos en el mundo “litúrgico”; a uno le da miedo ir sorteando las cosas que nacen del corazón eclesial y aquellas otras que se han ido pegando al corazón de tal forma que casi no le dejan latir. El Vaticano II intentó volver a las fuentes y liberar la litúrgica de tantas adherencias y capas añadidas a lo largo de los siglos que impedían o dificultaban el trato normal del hombre con Dios. (Piénsese por ejemplo en la lengua o idioma usado para hablar con Dios y el compartir fraterno).  Consiguió mucho el Concilio. Se hizo camino de aclaración y de liberación. Pero ahora parece que suenan vientos restauracionistas que vuelven al pasado buscando las “seguridades” de la tradición (mal entendida) y de la ley (mal entendida).

  1. Nueva exterioridad. Santiago en su carta (1, 17-27) apela permanentemente a la necesidad de la “encarnación” del espíritu o de la interioridad de la ley. La “interioridad” debe necesariamente encarnarse en hechos concretos porque el hombre es espíritu encarnado o interioridad encarnada. Querer mantener una dimensión sin la otra es negar al hombre. En el cristianismo (como en todas las religiones y otros “ismos”) hay siempre un peligro de escapismo de la realidad histórica externa. Parece ser que ya en tiempos de Santiago a algunos les bastaba con decir cosas bonitas o tener sensaciones íntimas de fuerte misticismo. Santiago apelará permanentemente a la prueba de las “obras”. No lo dice, pero parece pensar que “obras son amores y no buenas razones”. Nos dirá que el corazón puro debe dar frutos, debe dar obras concretas de amor. Visitar huérfanos y viudas y no mancharse las manos con este mundo. (Mundo = a entramado de valores o contra-valores construido por la mano del hombre sin contar con la Ley de Dios. Quizás aquí valga repetir aquello de que del corazón del hombre salen “los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad”)
Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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