“ESTÁN COMO OVEJAS SIN PASTOR”

“ESTÁN COMO OVEJAS SIN PASTOR”

HOMILÍA XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Esa frase de Jesús (están como ovejas sin pastor) es el punto de partida de mi reflexión de hoy. Jesús ¿hablará solo para aquella gente? O ¿Será válida también para “nuestra” gente? ¿Estaban ellos sin pastor o seguimos estándolo también nosotros?

El “orden social” en el que pretendemos instalarnos parece tener de todo menos “orden”. Decir que vivimos en un desbarajuste puede sonar a pesimista, pero abrir los periódicos y leer información local, comarcal, nacional, internacional es como para ponerse a llorar. De Venezuela llegan gritos desgarradores de un pueblo oprimido y apaleado por malandros y una policía que intenta liberar a fuerza de balazos y de pisotear derechos. En España las colas del paro y del hambre aumentan y al lado brillan los botellones y no-fiestas populares donde el Covid disfruta a lo grande. ¿Por qué no llega el Reino de Paz y de Justicia anunciado desde antiguo, prometido por los profetas y proclamado por Jesús?

Ante las lecturas de hoy domingo, en un principio, me quedo desconcertado.

Leo al profeta Jeremías 23, 1-6 y nos dice que la paz social de su pueblo no existe por culpa de los “pastores” de Israel. Por culpa del Rey y de los sacerdotes que eran los que debían instaurar la paz y la justicia. Debían de ser justos y no lo eran. Los reyes hacían oídos sordos a los proyectos de Yahveh y se dedicaban a sus labores, es decir, a medrar lo más posible, caiga quien caiga. Y los representantes religiosos hacían de palmeros al rey de turno y vivían como “reyes”. Jeremías anuncia la llegada de un Rey justo que instaurará la justicia y el derecho y que cuidará bien a sus ovejas, el pueblo de Israel. El profeta dice verdad; pero ¿dónde está ese vástago de David? No parece llegar. El mundo sigue girando sobre el quicio del egoísmo, del sálvese el que pueda, y no aparece el “rey” esperado. ¿Este rey será un señuelo para mantener la esperanza de un pueblo desesperanzado o tiene consistencia real y es una persona concreta? ¿O será que los profetas no aciertan a entender bien los caminos de Dios que piensa en un “Rey” del todo diferente a los reyes y reinos de este mundo?

El evangelio de Marcos nos cuenta una jornada de trabajo (o de descanso frustrado) de los Apóstoles que venían contentos de su experiencia evangelizadora por las aldeas del lugar. Jesús los ve contentos y cansados y les invita a ir a un lugar tranquilo. El reposo es necesario también cuando se trabaja en la evangelización. Y es bueno para reponer fuerzas, para compartir ideas y vivencias, para celebrar la fe, para dar gracias, para rezar… Pero vemos que en esta ocasión no fue posible porque la gente los esperaba para escucharles y verles. Es ahí donde Jesús se lamenta y dice: “Están como ovejas sin pastor”. Estamos ante la misma situación que en tiempos de Jeremías. Los mismos culpables. Los pastores no atienden a las ovejas; no las alimentan. Es más las explotan y viven de ellas.

Jesús las acoge y empieza a darles un alimento distinto del hasta ahora utilizado. Jesús empieza a anunciar el Reino de Dios ya presente. El futuro prometido por Jeremías ya se está realizando en el presente. Y nos preguntamos ¿Dónde? Ciertamente nosotros sabemos que es Jesús ese “Pastor Bueno” prometido, pero su figura de rey, o de sacerdote, o de legislador, se irá viendo que dista mucho de las ideas preconcebidas por el pueblo de Israel (incluida toda su gente) y que siguen marcadas en el disco duro de muchas generaciones y que llegan hasta nosotros mismos. Hasta mí mismo que me pregunto muchas veces, por qué Dios no interviene y desbarata tantos entuertos que se dan en nuestro mundo.

Hoy, la respuesta la encuentro en la carta de San Pablo a los Efesios. Dice: “Hermanos, ahora estáis en Cristo Jesús”. Me pregunto si estamos realmente en Cristo Jesús o seguimos en las antípodas. Y ahí está el quid de la cuestión.

Estar en Cristo Jesús es estar en el “Cristo crucificado” anunciado sin tapujos por Pablo. Estar en Cristo Jesús es asumir sus criterios de vida y su estilo de vida. Jesús habla de misericordia, de perdón, de amor al enemigo, de servicio y de entrega a los demás, de ser los últimos, de dar la vida por los amigos, de fraternidad, de que somos hijos de Dios, y de tantas otras cosas que se pueden resumir en las bienaventuranzas, en el padrenuestro o en “Tuve hambre…” del juicio final.

Si estamos en Cristo, ahora estamos cerca los que antes estábamos lejos. Pablo habla de la unidad entre gentiles y judíos, cosa inaudita desde esquemas antiguos. Unidos en Cristo hombres de diversas razas y culturas. Cristo en la cruz ha vencido al ODIO. Él es nuestra PAZ. Ha realizado un HOMBRE NUEVO. Todos nos podemos acercar al mismo Padre (el buen Pastor) con un mismo Espíritu que se nos ha dado.

Aquí están las claves para que el mundo deje de ser un desbarajuste y empiece a ser un reino de paz y justicia. Solo desde estas pautas que maneja y vive Jesús es posible la Paz y la Justicia. Todo lo demás será navegar dando vueltas en derredor del torbellino del egoísmo y del odio que sólo produce enfrentamientos y muertes.

Este es el camino que Dios nos presenta en su enviado Jesucristo. La cruz es la que ensambla toda la creación. La cruz que es el símbolo del amor sin medida y de la entrega sin medida. Un amor que nace del primigenio amor de Dios que se manifiesta justamente en la creación del mundo y en el misterio de salvación revelado en Cristo, del que se hablaba el domingo pasado.

Encontramos en la Palabra de Dios las pautas bien marcadas para descubrir los caminos de Dios. Necesitamos entrar en conversión. Conversión permanente porque nuestro corazón parece inclinarse mucho sobre el amor propio y no se deja invadir por el Espíritu de Dios que lo lleva por los derroteros de una vida entregada como don al servicio de los demás, después de haber descubierto que Dios nos ha amado antes con ese amor desmedido y que se nos manifestó en Cristo Jesús. Un Cristo crucificado por nuestra salvación. Demos la espalada al egoísmo y al odio e intentemos vivir con decisión y frescura nuestra filiación o nuestro ser hijos de Dios y nuestra fraternidad, justamente por ser hijos del mismo “Padre”. Vivir desde esos presupuestos generará necesariamente la Paz y la Justicia. O por lo menos nos acercaremos mucho ellas. Los cristianos seremos muchos o pocos, pero si vivimos este evangelio, realmente seremos buena noticia y seremos sal que sala o levadura que fermenta.

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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