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Orientados hacia el Reino de Dios

homilía

Orientados hacia el Reino de Dios

La primera lectura recoge la hermosa oración de Salomón en la que pide SABIDURÍA o lo que es lo mismo, un corazón dócil para discernir el mal del bien. Un corazón dócil a la Voluntad de Dios que es el que verdaderamente rige a su pueblo con sabiduría, con justicia y equidad. Salomón pide ser reflejo de Dios en la administración de la economía de salvación de su pueblo. Sabemos que Salomón tuvo buenos principios, pero después  dejó de ser administrador y se comportó como patrón y amo de su pueblo. Abandonó los caminos del Señor. Hoy nos toca fijarnos en la primera parte e imitar de él su petición  para hacerla también nosotros de corazón. Que el Señor nos de la sabiduría suficiente para conocer cuáles son sus caminos y enrumbar nuestra vida siguiendo los indicadores que nos van marcando el buen camino que nos lleva a la casa del Padre.

San Pablo nos hace saborear nuestro destino; un destino marcado en Cristo y ya presente en nuestra historia pero que todavía necesita llegar a plenitud en cada uno de nosotros. Pero hemos de gustar que no existe ningún otro destino distinto que el de ser imagen de su Hijo para que él fuera el PRIMOGÉNITO de muchos hermanos. San Juan, cuando habla de Jesús nos dice que es el “unigénito”.  Y es que es cierto que Dios – Padre tiene solo un Hijo, el Verbo que cuando se encarna, en el decir de Pablo se constituye en primogénito, porque a partir de ese momento encarnacional, el Padre nos asume a todos como hermanos de Cristo y por lo tanto hijos amados en su Hijo. Una realidad para reconocer, agradecer, saborear, admirar y gozar. Es una maravilla contemplar esta obra maestra de Dios desplegada en la historia por medio de Jesucristo. Dios es el SABIO y su sabiduría se encarna en Jesucristo. Salomón se queda chiquito porque el realmente “Sabio” es Jesucristo el Hijo de Dios hecho hombre. Y esa sabiduría se reparte y nos hace partícipes a todos de esa misma sabiduría. El Espíritu Santo no hace otra cosa que regalar esa sabiduría de Dios y hacernos a todos hijos de Dios y sabios con Dios.

Los últimos verbos empleados por Pablo en la lectura de hoy son magníficos: “A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó los glorificó”. Son verdadero evangelio; son verdaderamente buena noticia. A mí me esponjan el corazón y me hacen mirar la historia con esperanza y con apenas nubes al respecto del final de esta nuestra vida y nuestra historia. El evangelio de hoy habla del final de los tiempos. Se habla de malos y buenos. Se habla de horno encendido donde habrá llanto y rechinar de dientes.

No creo que haya contradicción entre el mensaje de Pablo y lo afirmado por Jesús.

Según Pablo, Dios primero pre-destina y después llama. A los que llama, los justifica. Y a los que justifica los glorifica. Y lo afirma con verbos en “acción pasada”. Acción ya realizada.  Es decir que “yo”, tú, nosotros, todos, estamos entrelazados en esa cadena de Gracia y de Amor. Es decir: ya estoy glorificado porque he sido justificado plenamente en Cristo. “Yo” he sido llamado por mi nombre. He sido nombrado por Dios, convocado a la vida para llevarme a la Vida plena. Una convocación o llamada realizada en los albores de la creación pero concretizada en mí, en el día de mi bautismo. Esa llamada es fruto de su predilección o amor desde antes de la creación del mundo. Dios nos tenía a todos encerrados en Cristo cuando planifica llevar a término su obra creadora. Obra creadora que es “Trinitaria”. La Trinidad se “abre” para que pueda existir este mundo creado, pero desde siempre creado en “perspectiva crística”. Que seamos todos “hijos” en el Hijo”.

Estas cosas, digo, que me dan serenidad existencial por saberme de la mano de Dios e introducido en su circuito de gracia. Existe la posibilidad de que yo me salte a la torera toda esta programación de Dios. Existe esa posibilidad. Pero sinceramente creo que Dios Trinidad pone todo de su parte, toda “su carne” en el asador, para que eso no suceda. Y como estamos en “buenas manos” espero y creo que lleve a feliz término la obra que un día empezó en mí, en nosotros, en todos. Pongo una cita sabrosa del profeta Miqueas, leída en la eucaristía el pasado martes, que corrobora todo este horizonte de esperanza:

¿Qué dios hay como tú, que perdonas el pecado
y absuelves la culpa al resto de tu heredad?
No mantendrá  su ira por siempre, porque se complace en la misericordia.
Volverá a compadecerse de nosotros y pisoteará nuestras faltas.
Él arrojará en lo más profundo del mar todos nuestros delitos.

 

Evidentemente eso no significa que “ancha es castilla”. No. Eso, ni se diga entre vosotros, diría Pablo. “Nec nominetur in vobis”. El amor manifestado en Cristo se hace amor compartido y amor agradecido. A tan gran amor no se puede responder con banalidad ni displicencia. Amor con amor se paga.

A toda esta historia de amor se le llama “el Reino de Dios que viene y llega”. Y ese Reino de Dios es verdaderamente un “tesoro escondido” y una “piedra preciosa”. Descubierto como tal hace que toda tu vida se oriente decididamente hacia ese Reino y los valores que acarrea. Todas las demás cosas pasan a segundo término. No se devalúan. Se revalorizan más todas y cada una, pero cada una en su sitio. Primero Cristo y después viene lo demás. Sin Cristo se apaga todo otro valor. Pasa a devaluarse en ídolo o falso dios. Pasa a ser vanagloria, oropel, barniz que cubre oquedad. Pasa a ser un “sin sentido”, nausea.

Con Cristo todo tiene garantía de permanencia y de futuro. Seamos sabios y sepamos elegir. No echemos la perla preciosa a los cerdos.

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