Homilía en la Vigilia Pascual

Homilía en la Vigilia Pascual

UN AMOR DESBORDANTE

Homilía en la Vigilia Pascual

 

Lo de Dios es la historia de un amor desbordante. Nadie se esperaba algo así. Tan sólo aquellos que conocían bien la historia de María y de Jesús, que sabían de los momentos que habían marcado su nacimiento. Sólo ellos podían intuir que Dios quería hacer las cosas a su modo, no a nuestro modo. Sólo ellos podían barruntar un amor desmedido, incomprensiblemente desmedido, tremendamente humano, desconcertantemente divino. 

El resto del pueblo judío, incluso de los conocidos de José, María, Jesús, algo podía haber intuido por su propia historia, la misma que ellos sabían de memoria y que recitaban en la escuela, en la sinagoga y en casa, como una cantinela. Para ellos, los judíos del tiempo de Jesús, lo de que “Al principio Dios creó el cielo y la tierra” y todo lo que venía después era algo sabido de memoria, incluso pasado por su corazón. Dios les quería, porque eran obra suya, como todo lo que les rodeaba. Detrás de tanta bondad no podía encontrarse otro, sino Dios. También sabían que en el pasado habían sido rescatados de la esclavitud del Faraón de Egipto, aquella primera noche de Pascua, de paso, gracias a la mano poderosa de Yahvé a través de la mano temblorosa de Moisés. Y ahí intuyeron que Dios hacía las cosas a su modo: eligiendo no siempre a los mejores. Incluso a los rechazados. Incluso a los huidos. Incluso a los ancianos, como Abrahán, a quien prometió todo un pueblo en su vejez y con quien hizo posible lo que parecía imposible. Tampoco se les olvidaba, porque era casi imposible olvidarlo, las promesas continuas de los profetas. Sabían que no siempre habían sido acogidos bien por el pueblo, pero que en sus palabras se encerraba la sabiduría de un Dios que, incomprensiblemente, mantenía la alianza realizada a sus antepasados a pesar del pecado y el rechazo de muchos. Dios, y eso lo habían experimentado una y mil veces, les amaba como se aman los esposos… ¡qué digo “como”! Mucho más: Dios les perdonaba y volvía a ellos a pesar de la caída continua. En Dios, y así se lo habían contado sus padres, y sus abuelos a sus padres, y sus tatarabuelos a sus padres… en Dios el pueblo había encontrado agua para su sed, compasión para sus dudas, aliento en sus dificultades. Con Dios, no había oscuridad posible: Él era la luz, el que guiaba cada paso, incluso en la noche. Por Dios, era posible el cambio del corazón. Incluso sabían que hombres duros, de corazón de piedra, habían vuelto a la vida recta, a la ternura que sólo proviene del Señor, al corazón de carne que late al ritmo del Corazón de Dios. 

Homilía Vigilia Pascual P. Ángel Alindado

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