NAVIDAD – MEDIANOCHE

NAVIDAD – MEDIANOCHE

En lo profundo de esta Noche Santa, aquí y ahora, resuena el grito que emitió, para siempre, el ángel de Dios: “Aleluya, Aleluya, os traigo la Buena Noticia: nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Aleluya”.

 

En esta noche especial se proclama: “No tengáis miedo, os traigo la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor”. Dios ha hablado a través de las lecturas proclamadas. Compartamos, simplemente, nuestra fe.

 

El Señor Jesús ha llamado a la puerta de nuestra vida, de nuestros hogares. Hemos abierto, y ahora nos invita a cenar con él. Pero ¿a dónde ha venido el Señor Jesús? Isaías nos lo ha dicho: “a un pueblo que camina en tinieblas, en tierra de sombras”. Jesús viene a nuestra realidad. No todo son tinieblas, pero viene a tu concreto lugar de vida. Viene adonde la angustia del porvenir ahoga. Adonde un mundo duro, pero amado, se va, para no volver jamás. Adonde el futuro no es más que un túnel, tan negro cuanto recorrido para arrancar el pan y el futuro de los que están en la superficie. ¿A dónde va nuestra tierra? Sea a donde sea, con nosotros viene Jesús, el que nació en Belén de Judá, la tierra donde hoy como ayer se concentran los escenarios del odio, de la incomprensión, de la muerte de niños bajo las armas de la guerra que asolan todo el planeta. El profeta Isaías parece que no se ha quedado anticuado del todo. 

 

Pero a nuestro pueblo o ciudad, a nuestra casa, a nuestra familia, a nuestras vidas, según el profeta, ha llegado, está aquí en medio de nosotros, una vez más, como siempre, una Luz grande, brillante, alegre, que disipa las tinieblas, que arrodilla esos fantasmas que agarran con fuerza nuestro corazón, que libera de las esclavitudes que cada uno tenemos. Una Luz que es más importante, más fuerte, más poderosa, que todo un señor emperador Augusto, más importante que el señor gobernador Cirino. 

 

Pero ¡sorpresas de la vida!, el que viene rodeado de nombres tanto de personas importantes como de menos significantes, el que viene a jóvenes y viejos, a los que todo lo ven negro y a los que todo lo ven clarísimo, a gente sofisticada y a gente corriente y moliente, el que viene a los hambrientos y humildes, el que viene a ricos y poderosos (y parece que no precisamente para decirles ¡qué bien lo estáis haciendo!). Y el caso es que el que viene, ya está aquí, como el espantador de los fantasmas de nuestras noches, de nuestros egoísmos y dudas; el que viene lo hace para enseñarnos a tomar un camino en el que se diga, ¡merece la pena vivir!; y, ¡ay! resulta que el que viene a alegrarnos la noche es un simple, llorón e insignificante Niño. 

 

Esa es la respuesta de todo un profeta como Elías, es la respuesta de todo un apóstol como San Pablo, es la respuesta de todo un evangelista como San Lucas: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado”. ¡Miradlo! Está ahí. Acerquémonos a Belén a mirar. Esta noche hay que mirar. Darse cuenta de quién ocupa el centro de nuestra fe. Un niño. Es una locura. Pero es un niño. Es la lógica de Dios. 

Esta noche, ésta y no otra, tenemos la invitación para acercarnos a Belén y mirar y escuchar, porque el evangelio es para ti. Esta noche es para entrar en nosotros mismos, junto con los que nos rodean, y ver, mirar, contemplar y… creer y decir: HOY me ha nacido un Salvador. ME ha nacido y, por lo tanto, NOS ha nacido un Salvador. Y decir, llenos por dentro, Gracias. 

 

Sí, gracias, porque nos ha nacido un niño cuyo nombre es “Príncipe de la Paz”, este Niño “es quien dilata el principado con una paz sin límites”, quien grita ¡basta ya! a la sinrazón de la violencia (violencia por ideas políticas, violencia en el hogar, en las parejas, en el amor). Príncipe de la paz que educa para amar, para respetar, para hacer crecer. Escuchémosle y démosle gracias, porque nos ha nacido “Maravilla de Consejero”, consejero de un pueblo que camina, que tiene porvenir, que no puede olvidar que la justicia y el derecho, para todos y con todos, son las lámparas del camino del futuro. “Padre perpetuo” que siempre está con su pueblo, con cada uno de sus hijos, que viene a su encuentro, pese a todos sus pecados y sus errores. Este Niño demuestra que Dios es Padre nuestro.

 

Acercarnos a Belén y escuchar a los ángeles que hoy, ahora, en medio de tu vida, tengas los años que tengas, te están cantando: “Gloria a Dios en el cielo, y paz a los hombres a los que ama el Señor”. Hagámosle un sitio. El suyo. Acerquémonos a Belén para dejarnos querer, ¡que siempre nos hace falta! 

 

Acerquémonos con una sonrisa, al menos para caerle bien. Acojamos el torrente de amor de Dios dado en Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre (esto último, como tú).

 

Acerquémonos a Belén para decir: “Dios es este niño”. Y corrijamos nuestras falsas imágenes de Dios. Dios es este niño. Dios es el que tenemos en los Evangelios. No es ni el mago Merlín ni el mago de Oz. Tampoco el Banco de España. Dios es débil, es un niño, no tiene sitio en la posada, no hace falta mucho para estar con él. 

 

Y cuando el niño se duerma de nuevo en los brazos de su madre, aprendamos de él su tranquilidad, su confianza en ella, su fragilidad, su fe en la mano que le lleva. Es tiempo de crecer, de cambiar, de dar tiempo a los demás, de abrir la puerta de nuestra casa a quien llama, descubrir que somos capaces de dar, como Dios, ternura. ¿Solamente hoy? ¿Caer en la trampa de las películas? No. La fe nos lleva a seguir desde ya, incluso siendo niño, los pasos de Jesús. Verle, escucharle, seguirle. Hoy re-comenzamos. Cada cual con su historia al hombro. Pero repitamos nuestro Sí a un Jesús Niño, que sigue creciendo en nosotros. 

 

En esta Noche Santa, Dios no se acerca con poder, sino con debilidad; no se impone, sino que llama a la puerta de nuestro corazón; no nos habla desde el Monte Sinaí, sino desde un pesebre, y ahí nos invita a encontrarlo.

 

Basta de hablar. Miremos. Contemplemos. Acojamos, abramos nuestras puertas a este Niño. Que ya está aquí. Aquí y Ahora. Para nosotros. Por nosotros. 

 

  1. Juan José Arnaiz Ecker, scj 

 

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