NAVIDAD – MEDIODIA

NAVIDAD – MEDIODIA

Is 52, 7-10; Sal 97; Hb 1, 1-6; Jn 1, 1-18

 

“Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor”. Hace apenas unas horas, en todas las iglesias, resonaban con fuerza estas palabras. En la celebración de la Misa de Medianoche se nos invitaba a mirar, a ver, a contemplar a este Niño que se nos ha dado. A hacer lo que nos ha dicho el profeta Isaías en la primera lectura: “mirar cara a cara al Señor”. Cara a cara, porque nuestro Dios tiene rostro, nuestro Dios tiene cuerpo, es uno de los nuestros. Tiene ojos para vernos, manos para tocarnos, oídos para oírnos y tiene boca para hablarnos. En nuestro lenguaje. En nuestras vidas. 

 

La carta a los Hebreos nos lo recuerda con claridad: “En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios”. Ahora, habla por el Hijo, habla por Jesús de Nazaret.

 

Jesús es “Palabra de Dios”. Por él y a él decimos: “Te alabamos, Señor”. Domingo tras domingo, día tras día. Ya en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. 

 

Palabra. Para muchos es lo que nos distingue de los animales. Y no deja de ser cierto que, cuando los hombres dejamos de hablar entre nosotros, nos convertimos en unos animales. Esta Palabra, que es Dios, es VIDA. Y la vida es LUZ. El cuerpo de este niño que nos preside es VIDA y es LUZ. Vida y Luz que vienen a brillar en lo que haya de tinieblas en este mundo. A lo que haya de tinieblas en nuestros corazones, en nuestras historias personales, en nuestro interior. La Vida y la Luz vienen a nosotros en este día para ser acogidas como lo que son: la debilidad, la indefensión, la ternura y el futuro de un bebé y, en definitiva, de todo ser humano. 

 

Solo hay dos posibles actitudes: recibir a este niño que llama a nuestra puerta o rechazarlo. Este niño por ser Vida y Luz tiene el poder de convertirnos, nada más y nada menos, que en “hijos de Dios”, en personas nacidas de Dios, de su Querer, de su Amor, de su Palabra. De este mirar cara a cara a Dios en este niño, nace una misión irrenunciable para todo aquel que le mira y le escucha: “ser testigo de la Luz”.

 

Jesús ha venido esta Noche Santa a SU CASA. Este Niño está delante de nosotros, en medio de nosotros. Ocupa el centro. Un niño. Entregado a merced de los demás. No nos domina, no nos impone nada, no espera nada de nosotros. Simplemente está. ¿Qué otro poder de este mundo nuestro se planta así en medio de nosotros? ¿La televisión, el cine, la publicidad…? Todas estas cosas nos quieren enseñar a vivir. Ese niño tumbado ahí, también. Pero, los métodos son muy distintos.

 

Jesús viene a esta comunidad, a nuestras casas. Porque aquí está su casa. Y aquí habla. Cada día, cada domingo. Nos viene a recordar. Nos viene a enseñar. Viene a insistir en que ser cristiano, que ser miembro de la Iglesia es cuestión de servir. A recordarnos que, en el centro de todos nosotros, tirado por tierra, quien manda es un niño. Y su mandar es el mandar de alguien que quiere recibir un abrazo, que necesita cariño. Ese es el sentido de juntarnos a hacer Iglesia: convertirnos en personas que dan vida, que dan afecto a quien lo necesita, convertirnos en un hogar, gritar con la vida de cada día que merece la pena haber nacido, que tiene sentido la existencia. 

 

Aquí dentro, pero mucho más ahí fuera, muchos gritan (y son voces de jóvenes y de adultos) que necesitan un Salvador, un Mesías que los libere de tantos falsos dioses que exigen la entrega de sus vidas al vacío. Con palabras de verdad, de luz y de vida. No con la rudeza y el autoritarismo de un “reverendísimo padre”; sino que libere, que salga al encuentro con un abrazo. 

 

Ante nosotros está un Jesús inaceptable para su pueblo: no es un Mesías vendido a los dioses de la guerra, del poder o del deseo. Es un Dios que es capaz de recibir besos y abrazos de amor, no de miedo. Un Dios capaz, cuando crezca, de abrazar a niños, paganos, prostitutas, militares romanos, recaudadores, jóvenes y viejos. 

 

Si somos hijos de Dios, si somos seguidores del Señor Jesús, hoy la Palabra viene para ser escuchada. Que no nos pase lo que decía Miguel de Unamuno de muchos de su tiempo: hablan de Cristo y del Evangelio sin conocerlos. Escuchemos, leamos el Evangelio, la Buena Noticia de Jesús. Allí está la Luz, el Camino, la Verdad, la Vida. 

 

Si somos hijos de Dios, si somos seguidores del Señor Jesús, asumamos la difícil tarea de abrazar con corazón limpio a los hombres y mujeres que nos rodean. Porque los limpios de corazón, verán a Dios. 

 

“A Dios nadie le ha visto jamás, el Hijo único que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”. Miremos al Hijo, escuchemos al Hijo, abracemos al Hijo y a nuestros hermanos y hermanas. “¡Gloria a Dios en lo alto del cielo, y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor!”.

 

  1. Juan José Arnaiz Ecker, scj 

 

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