SAGRADO CORAZON DE JESÚS

SAGRADO CORAZON DE JESÚS

MIRARÁN AL QUE TRASPASARON

Este año (Ciclo C) la Palabra de Dios escogida para la celebración de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús nos habla del “Buen pastor”. Una imagen muy utilizada en el A. T. y por Jesús para hablarnos de los sentimientos que se encierran en el “Corazón” del Padre.

Ezequiel 34, 14-16, nos cuenta como Dios decide buscar las ovejas perdidas de Israel a las que curará, vendará, alimentará y hará volver a las montañas de Israel. El Salmo 22 reitera que “El Señor es mi pastor, y nada me falta”. Leyendo bien y parándonos en los verbos que se utilizan podemos descubrir la descripción de un Dios enamorado perdidamente de su pueblo. Un Dios con entrañas de misericordia que se comporta como una madre (y también padre) con un hijo enfermo o descarriado. Dios es amor misericordioso. Israel, en su historia es testigo de este amor fiel de Dios que interviene para salvar al hombre. Toda la historia de Israel es una historia de salvación que está guiada por este Dios que ama, que nos ha creado por amor puro y desinteresado y que quiere lo mejor para sus creaturas desde una respuesta libre también desde el amor aceptado y agradecido.

El evangelio de Lucas 15, 1-7 nos presenta la parábola de la oveja perdida y la actividad del pastor por buscarla hasta encontrarla y el trato que le da a la oveja una vez encontrada. La prioridad para el pastor es encontrar la oveja descarriada. El pastor arriesga todo, incluso la integridad del rebaño, con tal de encontrar la oveja perdida. Cuando la encuentra se alegra inmensamente y la trata con cuidado exquisito. Así es Dios para con nosotros. No para en prendas para encontrarnos y regalarnos la vida.

¿Y dónde está el Corazón de Jesús en estas lecturas? Hay una referencia indirecta.

Jesús habla de lo que sabe y Jesús conoce al Padre. Y lo conoce como Hijo unigénito que es. Jesús experimenta a lo largo de su vida este amor entrañable y misericordioso del Padre, por que Dios es así. Dios es amor. Pero Jesús, no solo “sabe” sino que “obra” en consecuencia. Toda su vida es la vida de un Hijo, que se sabe amado del Padre y que todo lo ha recibido de él. Por eso su vida es en primer lugar una vida de alguien que está agradecido al Padre entregándose todo él al Padre en obediencia filial. Y por lo tanto, toda su vida será reflejo o presencia de este amor del Padre en las acciones concretas del Hijo. Jesús es el reflejo, el testigo, la exégesis del Padre. Quien le ve a él, ve al Padre.

Miramos a Jesús. Miramos “su corazón” para ver por lo que en él vibra, dice y hace. De Jesús podemos decir que no fue competitivo, sino que ofreció compasión. Mostró compasión con las multitudes (les dio de comer), con los enfermos, cojos y tullidos. Pasó por el mundo haciendo el bien. Jesús vivió con la conciencia de su auto-entrega (entrega de sí mismo) en favor de todos. Seguro que no dio muchas cosas (porque no tenía), sino que se entregó a sí mismo y por eso fue buena noticia para los demás. Su vida fue una vida de acogida y de entrega a los demás hasta la muerte.

El Papa Francisco escribe en el nº 8 de Misericordiae Vultus: “Jesús, ante la multitud de personas que lo seguían, viendo que estaban cansadas y extenuadas, pérdidas y sin guía, sintió desde lo profundo del corazón una intensa compasión por ellas (cfr Mt 9,36). A causa de este amor compasivo curó los enfermos que le presentaban (cfr Mt 14,14) y con pocos panes y peces calmó el hambre de grandes muchedumbres (cfr Mt 15,37). Lo que movía a Jesús en todas las circunstancias no era sino la misericordia, con la cual leía el corazón de los interlocutores y respondía a sus necesidades más reales. Cuando encontró la viuda de Naim, que llevaba su único hijo al sepulcro, sintió gran compasión por el inmenso dolor de la madre en lágrimas, y le devolvió a su hijo resucitándolo de la muerte (cfr Lc 7,15). Después de haber liberado el endemoniado de Gerasa, le confía esta misión: « Anuncia todo lo que el Señor te ha hecho y la misericordia que ha obrado contigo » (Mc 5,19).

He aquí, el Corazón de Jesús. Es el reflejo del Corazón del Padre, pero es un reflejo personal e intransferible. Es el Corazón del Hijo, verdadero Dios y hombre, que vive esta historia humana nuestra en plenitud de obediencia filial al Padre. Ese es su CORAZÓN. He aquí el corazón que tanto ha amado a los hombres.

Hemos de decir que Cristo es la transparencia luminosa del amor del Padre. Y este amor misericordioso se muestra en su totalidad en la entrega del Hijo en la cruz y la entrega del Hijo al Padre en la cruz. Aparece el amor misericordioso del Padre y del Hijo en el Espíritu. Esta misericordia muestra toda su fuerza en la Resurrección de Jesús. La misericordia de Dios vence la muerte, todas las muertes. Es el fundamento fuerte de toda Esperanza.

La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús cierra el “ciclo pascual”, sabiendo que es un añadido o suplemento de la “Pentecostés” con las solemnidades de la Trinidad, del Corpus y esta del Sagrado corazón. Por eso no podemos aislar la fiesta del núcleo de nuestra fe que es donde realmente nace y se cuece esta fiesta y a ese núcleo nos remite.

Insertándonos en la Pascua de Jesús (muerte y resurrección) estamos tocando el punto omega de la historia. Esa es nuestra meta segura. Peregrinos hacia ese punto omega caminamos seguros. Siempre, en cualquier situación de la vida podemos esperar, incluso contra toda esperanza, porque Cristo ha resucitado gracias a su vida de entrega y de amor misericordioso y a la misericordia del Padre que lo rescata de la muerte, porque una vida así vivida no podía morir o caer en la nada. El amor misericordioso es más fuerte que la muerte. El evangelista Juan nos invita a mirar al que traspasaron. La lanza de Longinos abre el costado de Jesús y penetra hasta el corazón. Un corazón que se hace puerta y canal del que brota sangre y agua; del que brotan las aguas bautismales y la eucaristía. En el bautismo: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”. En el bautismo somos recreados “hijos de Dios”. El Espíritu de Dios nos hace hijos en el Hijo. Jesús nos incorpora y deja entrar en su Corazón para que amemos en el mismo Espíritu que él ama. Nos hace hijos de Dios y también hermanos de Jesucristo y en Jesucristo.

Para nosotros, los Dehonianos-Reparadores, hoy es nuestra gran fiesta. En ella renovamos nuestra consagración religiosa. “Nos viene bien recordar que nuestra vida de “reparación” es para nosotros, antes que otra cosa, una “conversión” al misterio del Costado abierto y una acogida al Espíritu que brota de allí (Jn 7,39), a fin de que llegue a ser en nosotros amor “solidario” con la opción por Cristo (Mc 8,31) y la cruz del Señor (Mc 8,34); llegue a ser en nosotros valor para “seguir” a Cristo en su “camino” (Mc 10,52), participación mística en su Pasión (Col 1,24), alegría y fuerza para “padecer juntamente” con Él (Rm 8,17), que ha querido tomar sobre sí nuestras debilidades y miserias (Mt 8,17; Hb 4,15). Configurada de este modo, la presencia de la cruz en nuestra “reparación” no es resignación a las presuntas exigencias de la llamada “sustitución penal”, sino valerosa disponibilidad para compartir con Cristo su “éxodo” (Lc 9,31) y su suerte (Jn 11,16), respuesta al amor de Cristo a nosotros (Jn 21,19), solidaridad con su opción de obediencia al Padre (Jn 18, 11), cooperación a su obra redentora (Jn 12,24; 1 Jn 3,16).” (J.J. Arnáiz Ecker).

Para todos, un feliz día del SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS.

Gonzalo Arnáiz Álvarez, scj.

Como Iglesia estmos llamados a ser testigos de este amor con la ofrenda de nuestras vidas, unidas a la ofrenda de Jesús al Padre.

 

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