SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

Nm 6,22-27; Sal 94; Gál 4,4-7; Lc 2,16-21

 

Año Nuevo no podía no estar vinculado con el origen, con el principio, con el imprescindible y necesario… lo nuevo siempre tiene un origen… siempre tiene una madre.

 

Hoy, el tiempo, tal como lo hemos podido y querido regular, vuelve a empezar, vuelve a encontrar su punto de volver a la vida. Ese inicio es luz. Ese inicio es bendición. El Año Nuevo tiene como compañero una bendición, comunicada por Dios a Moisés para que su hermano Aarón, cabeza de la familia sacerdotal del pueblo de Israel, la proclame, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”.

 

Tenemos el tiempo. Tenemos la bendición. ¡Y tenemos el imprescindible y necesario! Con rostro de mujer. ¿Cómo el Señor puede mostrarnos su rostro sin destruirnos, sin hacer que tengamos que abandonar nuestra condición finita para poder ser capaces del infinito que Él es? María, Madre de Dios, ha sido ‘el imprescindible y necesario’ para que Dios nos mire, nos conceda la paz, nos ilumine con su rostro, nos proteja, nos bendiga. 

 

San Pablo lo proclama: estamos en la plenitud del tiempo. Y esta plenitud tiene por nuestra parte un nombre: María. Y otro por la de Dios: Jesús, “nacido de mujer, nacido bajo la ley”. 

 

Esa ley nos ha ayudado a acoger la soberanía de Dios. Pero ha cumplido ya su tarea. Se abre el tiempo del rescate de lo insuficiente, para dejar espacio a lo suficiente: eres hijo de Dios; eres hija de Dios. Lo eres por la adopción obrada en Cristo. Lo eres si aceptas este ofrecimiento de Dios. La demostración, interna y externa, de que el sí de Dios se ha unido a tu sí, es dejar que se mueva, que surja…, que con toda la verdad de la que somos capaces, no quepa ante Dios más que una palabra: “Padre”. 

 

Todo esto fue posible gracias a la Madre que hoy la Iglesia proclama y celebra como Madre de Dios. 

 

Por eso hoy sigue siendo un buen día para darnos cuenta de la superficialidad de tantas cosas que hacemos, del tanto ruido que hacemos, a veces con la intención de ahogar, otras con la de escapar, otras por aburrimiento, otras por olvido… Hoy, de nuevo, en este nuevo inicio, es momento de volver a salir corriendo (como hace el tiempo) para encontrarnos con María, José, y el Niño. Contar lo que vemos y sentimos. Conservar y meditar todo lo vivido. Descartar lo superfluo, agarrarse a lo necesario… porque el tiempo pasa. Y no vuelve… de la misma manera. Por eso, nuestra alma magnifica al Señor con María, Madre de Dios. Honor y gloria al Redentor que nos trae vida, verdad y… camino. 

 

  1. Juan José Arnaiz Ecker, scj 

 

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