CORPUS CHRISTI – TOMAD Y COMED.

CORPUS CHRISTI – TOMAD Y COMED.

Celebramos hoy la Solemnidad del santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.

El libro del Deuteronomio nos invita a mirar atrás para recordar sabores y sinsabores de nuestro pasado donde hemos podido aprender que no solo de pan vive el hombre. Además nos recuerda del riesgo que corremos de “olvidarnos de Dios”. Está claro que el Deuteronomio avisa a navegantes, porque realmente Israel se olvidó de Dios muchas veces y buscaba solo el pan como recurso exclusivo para vivir. No necesitaba de más o dudaba de todo lo demás.

Lo que ahí se describe, nos está pasando en la actualidad. Nos hemos olvidado de Dios y ponemos nuestra esperanza en otros viveros. El “cuerpo” hoy está de moda. Se ha impuesto el culto al cuerpo de forma inapelable y permea todos los valores de nuestra sociedad. Además sorprende la fidelización y el sacrificio que estamos dispuestos a pagar por tal culto. Podemos decir que aparece como una “verdadera religión” que exige sacrificios de mente y corazón. Un filósofo francés (Gilles L.) dice: “Vivimos en una inversión narcisista directamente a través de mil prácticas cotidianas: angustia de la edad y de las arrugas; obsesión por la salud, por las líneas, por la higiene; rituales de control (chequeo) y mantenimiento (masajes, saunas, deportes, regímenes); cultos solares y terapéuticos (super-consumo de los cuidados médicos y de los productos farmacéuticos) (…).

Algo está pasando y parece que estamos perdiendo el “norte” en nuestra vida, o la estamos achatando tanto que nos olvidamos de otros horizontes que pueden resultar más esperanzadores y que pueden orientarnos hacia una realidad “mayor” que rompa este  narcisismo y nos lleve al encuentro con Dios que será el mejor garante de nuestra vida, de toda vida (no solo la de los listos, jóvenes, sanos, guapos y fuertes) que está orientada al encuentro con el Señor, que es la Salvación definitiva.

¿Cuándo Jesús habla de “cuerpo”, qué nos está diciendo?

La carta a los Romanos señala una realidad “cuerpo” que va por derroteros muy distintos a los señalados anteriormente. Habla del CUERPO de Cristo; habla de la SANGRE de Cristo. Cuerpo y sangre. El cuerpo de Cristo representa la totalidad de la persona de Cristo en cuanto hombre.  Ese Jesús, vive su vida desde parámetros totalmente distintos al sibaritismo y el narcisismo. Vive su vida desde la ENTREGA total de su cuerpo y sangre para el servicio de los demás, para la salvación del mundo. No se guarda para él nada; no se busca a sí mismo en ninguna circunstancia; no tiene miedo a perder la vida porque sabe que perderla por los demás es la mejor forma de ganarla. El que entrega su vida por los demás, la salva. Y no es que busque la salvación, es que en la entrega está la salvación. Si la vida es Don recibido, hacer de la vida un Don para Dios y los demás es algo connatural. En el donarse está inscrita la resurrección y la vida. Porque Dios es el primero que se entrega y dona, y nos hace capaces de abrirnos a esa entrega-donación y hacernos a nosotros capaces de la misma entrega y donación. Y eso es la SALVACIÓN.

Poco antes de morir, Jesús, llegado el momento de pasar de este mundo al Padre, tuvo la genial idea de celebrar la cena con sus discípulos y allí cambiar o llevar a plenitud la ALIANZA sellada entre Dios y los hombres en el monte Moria (Abraham), en el monte Sinaí (Moisés) y ahora sellada en el monte Calvario. Y los gestos que realiza en esta cena, con el pan y con el vino nos dejan anonadados. El Pan se hace Cuerpo de Cristo. El Vino se hace Sangre de Cristo.

Pan-Cuerpo de Cristo entregado y despedazado por nosotros. Es un cuerpo entregado, un cuerpo desgarrado, azotado, clavado y muerto, pero Resucitado. Cuerpo acogido, rescatado por el Padre y que llega a la plenitud de la vida en cuanto hombre verdadero.

Sangre de Cristo derramada por nosotros. Vino-sangre-vida. Sangre derramada hasta la extenuación. Es su vida misma en cuanto se derrama, pierde, desparrama, pero a la vez riega, fecunda, sana, revitaliza, perdona y también resucita resucitada y resucitadora. Esa sangre se nos entrega a todos y cada uno como bebida de salvación. Es el antídoto contra todo egoísmo, contra todo sibaritismo o búsqueda del “yo” individualista y exclusivo. Beber de esa sangre es el antídoto, pero también la fuerza para que en nuestra vida seamos capaces de “derramarnos” por los demás. Vivir al estilo de Jesús supone comulgar y comer de su cuerpo y sangre, y esto significa que Él se nos da; nosotros lo aceptamos y queremos vivir como Él vivió.

Cada vez que celebramos eucaristía entramos en este proceso de identificación con el Jesús muerto y resucitado.

También en la eucaristía encontramos el antídoto contra cualquier tentación de ruptura en la comunión fraterna. El pan es uno. Jesucristo es uno. Nosotros comemos del mismo pan y nos hacemos “uno” en Cristo. Somos comunidad de hermanos comiendo en la misma mesa del mismo pan y bebiendo del mismo vino. La Eucaristía es sacramento de comunión. El pan se rompe para compartirlo y ser entregado como alimento a los demás; pero nunca se puede partir la eucaristía o romper la comunión. Celebrar el Corpus Christi significa querer realizar entre nosotros la comunidad de hermanos. Es un día netamente ecuménico. No es presentable una Iglesia fraccionada en mil pedazos por cuestiones…”teológicas”. Profesamos la misma fe y sin embargo estamos divididos por razones “históricas”.

Y tampoco es presentable una sociedad civil dividida y contrapuesta por intereses mezquinos o por supuestos valores nacionalistas o de culturas. La portada del ABC del lunes pasado presenta una acampada de emigrantes venezolanos en la frontera Mexicana-Usa. Hacinamiento de pobres que buscan encontrar recursos vitales más allá del Río Grande. Un dolor, una pena. Cómo es posible este desbarajuste entre fronteras. Cómo es posible una guerra de invasión en nombre de la grandeza de una nación; cómo es posible que sigan las guerras en el oriente medio o en infinidad de pueblos de África; cómo es posible que siga la fractura entre países “ricos” y “pobres”. Los cristianos no podemos permanecer indiferentes ante estas calamidades y debemos mantener la bandera de la Paz solidarizándonos activamente puestos del lado de aquellos que sufren injusticia.

La fiesta del Corpus está instituida para señalar la verdadera presencia de Jesucristo resucitado en lo que llamamos especies de pan y vino. Cristo está realmente presente ahí. Lo podemos explicar de mil maneras, o intentar comprenderlo desde diversos razonamientos. Pero aquello que es cierto es que nuestra fe se fundamenta en Cristo resucitado y su palabra es veraz. Y Él es el que se declara pan de Vida. Nos indica la necesidad de comer de este pan para vivir eternamente. Él es el que dice esto es mi cuerpo y ésta es mi sangre. Creemos lo que Cristo ha dicho. Por eso no dudamos en reunirnos el “octavo día” para celebrar la eucaristía y comer de su cuerpo y beber de su sangre como alimento de vida y bebida de salvación.

  1. Gonzalo Arnáiz Álvarez, scj.
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