“Dichosos los pobres”

“Dichosos los pobres”

San Lucas, en su evangelio, toca muchas veces el tema del dinero y de las riquezas. Y trata de ese tema porque tiene muy claro que el dinero es un ídolo muy potente que ocupa muy fácilmente el corazón del hombre. Los bienes materiales son ciertamente obra de Dios y por lo tanto “buenos”. Para evitar que estos bienes se conviertan en “dios”, San Lucas trata de enseñarnos cómo hemos de manejar esta realidad para ser verdaderos seguidores de Jesús.

El evangelio de este domingo (Lucas 6, 17-26) recoge las primeras propuestas prácticas de Jesús. En Lucas, el sermón del monte (las bienaventuranzas) de Mateo, se convierte en un sermón en “el llano” donde se combinan 4 bienaventuranzas y 3 malaventuranzas o maldiciones. Es un sermón en la llanura delante de gente variopinta para indicarnos que las palabras de Jesús “aterrizan” en la vida ordinaria de sus interlocutores. Para Lucas, el monte es el lugar del retiro y de la oración; el llano es el lugar donde se concretan en la vida diaria los valores del Reino.

Antes de entrar “en harina” me pregunto qué pinta en este domingo, el texto de Jeremías 17, 5-8. Encontramos en él una bendición y una maldición. La maldición suena fuerte: “Maldito quien confía en el hombre”. ¿Es que no nos podemos fiar unos de otros? Es evidente que el profeta no se refiere a eso. Está hablando de aquel que margina a Dios en su vida y que busca su fundamento último en sí mismo, o en otra persona de nuestra misma especie; o, peor todavía, poner la confianza en animales (tótem) o ídolos de madera o en el horóscopo o el destino. Poner la confianza vital en cualquiera de estas realidades lleva a la perdición o a la nada. Aislarse de Dios o alejarse de Él es igual a apartarse de la fuente de Vida que es la gran bendición. Es, por tanto, en sentido puro y duro una maldición pero que no viene de la voluntad de Dios, sino que viene de mi propia iniciativa y opción. Soy yo el que me separo de la luz y por eso me inunda la oscuridad.

La bendición viene proclamada para aquellos que ponen su confianza en el Señor. Serán como árboles plantados a la orilla del río. Poner la confianza en el Señor no es negar todas las demás realidades, incluidas las personas, sino que es afirmar aquello que es absoluto, firme y seguro por siempre y para siempre. Lo demás es relativo y adquiere valor “a la sombra” de Dios. Fiarse de Dios significa que vivir según los mandamientos de Dios es el camino seguro hacia la Salvación y la Vida. Fiarse de Dios es garantía de LIBERTAD. Una libertad que se afianza en el amor y se dirige hacia la plenitud del Amor.

Jesús, en el evangelio, utiliza el mismo género de Isaías de la bendición y de la maldición. Y lo que va a hacer es ponerle palabras que actualizan el mensaje profético. Las palabras de Jesús se deben entender justamente desde el hombre que tiene puesta su confianza en Dios de forma absoluta. Jesús, afirmando a Dios desde la raíz de su ser, descalifica, también de raíz, los valores emergentes como el dinero.

Las palabras de Jesús escandalizan por su radicalidad.  Yo personalmente, siempre que oigo las bienaventuranzas me turbo porque me siento “pecador” y me apetecería ponerles sordina a determinadas afirmaciones, diciendo que son ideales y casi imposibles de cumplir para “el común de los santos”. Pero no es así. Las palabras de Jesús son las que son y lo son para todos los que las quieran escuchar. No podemos seguir practicando la táctica del avestruz y no querer ver las consecuencias que para nuestra vida acarrearía la aceptación del mensaje evangélico.

Dichosos los pobres, malditos los ricos. Esta afirmación nos hace “rechinar dientes”, porque estamos pensando lo contrario. Y es que sabemos perfectamente que no somos pobres. No sé si seremos ricos, pero ¡cómo nos apetece! Como prueba de que lo que digo es verdad, podemos constatar que, en estos momentos de crisis, lo que realmente nos preocupa es la crisis económica y no la crisis de valores. Daremos por superada la pandemia cuando la economía vuelva a los datos del año 2019. En el fondo, nos basta con que se arregle lo económico y volvamos a tener valor adquisitivo y mantener el consumo a tope.

El evangelio de hoy, las palabras de Jesús ponen en solfa todos estos esquemas. Ni Lucas ni Jesús afirman que la pobreza sea un bien. En los planes de Dios no entra la pobreza. No es una bendición. La pobreza es fruto del pecado del hombre. Y los pobres son la manifestación de este pecado estructural. Ante el hecho de los pobres “de facto”, Dios (y Jesús) siempre se ponen de su parte, porque son los grandes desfavorecidos del pecado de sus hermanos los demás hombres. Dios (y Jesús) se hacen voz de los que no tienen voz y reclaman para ellos lo que en justicia distributiva les pertenece.

Romper el círculo vicioso de la economía que nos hemos montado y del pecado estructural anejo a ella solo será posible si aceptamos caminar por las sendas señaladas por el evangelio y los caminos recorridos por Jesús que, en principio, lo que dice lo trata de vivir. No anuncia el evangelio desde palacios sino por los caminos. No es mendigo, pero vive sin tener donde reclinar la cabeza. Se pone del lado de los marginados y lucha con toda su alma contra determinadas injusticias. Jesús es pobre o ha elegido ser pobre. Desde esa plataforma, y desde ninguna otra, anunciará el Reino de Dios y sus valores, que son tan distintos a los de este mundo (bienaventurados los ricos) porque los valores de este mundo construyen antifraternidad y esclavitud. Los valores del Reino son fraternidad y libertad.

Las bienaventuranzas lucanas siguen hablando de los que ahora tienen hambre o lloran o sufren persecución. Cada una de ellas merece todo un capítulo de reflexión, aunque todas ellas pueden ser referidas y resumidas en “ser pobres” o traducido a nuestro lenguaje, ser marginados. Cada una de ellas es también un “escándalo” para nuestros oídos. No puedo pormenorizar, pero lo mejor es que dejemos resonar estas palabras en nuestro corazón para ver si nos lo cambia.

En los domingos sucesivos iremos oyendo las enseñanzas de Lucas que perfilarán lo anunciado en este “sermón del llano”.

Termino hoy repitiendo la aclamación del salmo responsorial: Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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