EL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DEL SEÑOR

EL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DEL SEÑOR

YO SOY EL PAN VIVO BAJADO DEL CIELO

La fiesta del “Corpus” fue instituida allá por los años 1264, por el Papa Urbano IV, para marcar con fuerza la presencia real del cuerpo y de la sangre de Jesús en las especies del pan y del vino consagradas en la celebración eucarística. PRESENCIA REAL Y VERDADERA del Señor Resucitado en el pan y el vino ofrecido y consagrado. Santo Tomás ante el pan y vino consagrado dice que los sentidos “fallan” y que no nos informan de la realidad ahí presente. Dice que la fe debe prestar el suplemento necesario para descubrir en las especies del pan y del vino el cuerpo y la sangre del Señor. Santo Tomás añade que el Señor Jesús es digno de todo crédito y sus palabras no pueden engañarnos. Él afirma que “esto es mi cuerpo” y “esta es mi sangre” y por lo tanto debe prestársele el obsequio de los sentidos y admitir totalmente lo afirmado por Jesús que, siendo Dios, no puede ni engañarse ni engañarnos.

La Iglesia, en el concilio de Trento (1545), afirma solemnemente que por la consagración eucarística el pan y el vino dejan de ser pan y vino y son realmente el cuerpo y la sangre del Señor. Permanecen las “especies” del pan y del vino, pero en el pan y el vino se ha dado una transustanciación. Siguen las especies, pero la sustancia ahora es no la del pan  y vino, sino la del cuerpo y la sangre del Señor.

Lutero dará otra explicación a la presencia de Jesús en la eucaristía (empanación o consustanciación) y en la modernidad hay tentativos de explicar este acontecimiento desde la “transfinalización” y desde la “escatologización” del pan y del vino.

Personalmente digo que todas las teorías tienen su “aquel” y ayudan a enriquecer el acontecimiento, pero la razón última sigue siendo la de Santo Tomás de Aquino que no es otra que la de fiarse de la palabra pronunciada por Jesús en la última cena.

Palabras de Jesús que no son “inventadas” desde un subidón emocional de aquel momento sino que son el reflejo de una profundización meditada a lo largo de toda la vida sobre el hecho de la Alianza realizada por Dios con su Pueblo.

La primera lectura, Génesis 14, 18-20, narra la historia de un sacerdote del Altísimo llamado Melquisedec que utiliza pan y vino en su ofrenda de acción de gracias por Abraham. Una ofrenda realizada con elementos que son fruto de la tierra y del trabajo de los hombres. Elementos que son necesarios para la vida y para la fiesta de aquellos pueblos. Pan y vino sugieren de inmediato banquete y fiesta.

La segunda lectura, 1ª Corintios 11, 23-26, escrita en el año 50, nos habla de una tradición “que procede del Señor” donde se nos refieren las palabras que Jesús dijo en la última cena cuando repartió el pan y cuando bendijo la copa. “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”. Es lo que dice Jesús cuando les da a comer del pan “bendecido”. “Cuerpo” es toda la persona de Jesús que en ese gesto anticipa su entrega total en favor nuestro. El pan es un pan entregado, despedazado para ser comido. Es sacramento de su muerte y a la vez comunión por parte del que come el pan de su entrega y de toda su persona.

“Este cáliz es la nueva Alianza sellada con mi sangre”. El vino será sacramento de su sangre derramada, de su vida derramada en favor de los demás y para los demás. Jesús es consciente de que en la cruz, con su muerte, con su sangre derramada se va a realizar una Nueva Alianza entre Dios y toda la humanidad, sellada por la sangre derramada en obediencia al Padre y en amor hacia sus hermanos los hombres.

Este sacramento servirá de “Memorial”. Cada vez que lo realizamos, anunciamos la muerte de Jesús, proclamamos su resurrección en la esperanza de su venida.

Lucas 9, 11 – 17 nos cuenta el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces. Este milagro puede apuntar hacia el acontecimiento eucarístico. No tanto el pan y los peces cuanto la actitud de Jesús. Un Jesús atento a las necesidades de la gente; se preocupa por ellas, las acoge y busca solución. La busca junto con los otros y de lo poco hace mucho. La acogida, el compartir, el repartir, el servicio hacen que surja la fiesta, el banquete y que sobreabunde después de llegar a todos. Son signos o señales de que el Reino de Dios se anticipa.

La eucaristía es también el banquete de la abundancia. Dios es generoso en la donación de todas sus bendiciones y bienes –su propio Hijo- para que tengamos vida y Vida abundante. El Hijo se nos da como alimento en su cuerpo y sangre para hacer comunión con nosotros y podamos hacer comunión total con Él.

El pan y el vino, en  la eucaristía, se hacen verdaderamente cuerpo y sangre del Señor. Y comer del pan eucarístico también provoca la comunión de vida entre nosotros. Es la fuente de la comunidad y el alimento de esta comunión entre los miembros de la comunidad. Todos comemos del mismo pan y nos hacemos uno con ese pan que es el cuerpo de Cristo.

Hoy es un día pensado para vivir y celebrar esta presencia real de Jesucristo en el sacramento de la eucaristía.

Pero no podemos olvidar que comulgar con el cuerpo y la sangre del Señor es comulgar con un “cuerpo” entregado y con una sangre “derramada”.  Al comer este pan nosotros nos hacemos “cuerpo entregado” y “sangre derramada”. Es decir que no se nos da para la fruición mística (que también) sino que se nos da para que nuestra vida sea ofrenda agradable a Dios y sepamos vivir nuestra vida, al estilo de Jesús; dando nuestra vida a favor y servicio por los demás. Todos los demás, pero de forma particular por aquellos que están más necesitados de vida. Hemos de estar al servicio de los pobres, los indigentes, los sin techo, los afligidos por cualquier causa. Hemos de ser pan partido, compartido y repartido a favor de los hombres y mujeres,  nuestros hermanos y hermanas. Esta última dimensión es la que se quiere resaltar al declarar el día de hoy como el día de Cáritas, el día de la solidaridad y del compartir algo de lo que poseemos en bienes materiales. Seamos generosos.

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