23 Sep Experiencia de voluntariado de Inés Torres en Ecuador
“Después de mucho pensar decides que quieres ser voluntario en verano y llegan los primeros comentarios de amigos, familiares. “Después de todo el año estudiando fuera de casa te vas a ir todo el mes de julio”, “pero cuántas horas de vuelo vas a tener”, “no prefieres irte de vacaciones a la playa y descansar”, pese a todos los comentarios que te hacen tienes las ideas más claras que nunca, este verano seré voluntaria.
Empieza tu preparación, un año antes de marchar y lo ves verdaderamente lejos pero el tiempo pasa y llega el momento de hacer la maleta. Empiezas a meter cosas y llenas la primera maleta y sigues metiendo cosas que piensas que no vas a necesitar pero lo metes por si acaso. En ese momento, miras el tiempo que va a hacer, entonces decides que todo serán pantalones cortos y un par de largos por si acaso, pero tu madre está por detrás diciendo metete un abrigo y tú no le haces caso como habitualmente y metes más de cortos que de abrigo.
Y llega, ese día, llega el 7 de julio y a las 5:30h empieza lo que verdaderamente va a ser una experiencia que marcará tu vida, habrá un antes y un después. Llegas a Madrid, ves alguna cara conocida y otras que no conoces, pero que serán gran parte de este camino que acabas de empezar. Facturas tus maletas, llegas a la puerta de embarque, y ya no hay vuelta atrás, Ecuador te espera.
En el avión oigo y comento los primeros comentarios de deberías quedarte en Quito con nosotros, pero tú ni te lo piensas porque tu maleta está llena de pantalones cortos para soportar ese calor que llevas viendo desde hace tiempo en tu aplicación del móvil, claro. Tras once horas de vuelo, llegas a lo que siempre recordarás como tu casa, a Quito.
Quito, esa ciudad en la que primeramente solo estarías unos días para conocer algunos rincones y después te irías a Bahía de Cáraquez, que es donde tu tenías pensado estar todo Julio de misión. Pero, de esas cosas que pasan, hablando y hablando te repiten que en Bahía son muchos, que haces más falta en Quito, que piénsatelo, haz lo que sientas… y entonces piensas y dices “yo vengo de voluntariado me da igual donde, vengo a dar lo mejor de mí”, y al final te quedas en Quito.
Cada día que pasa, ves que tus pantalones cortos aun no están estrenados y en cambio los pantalones largos ya llevan un par de lámparas pero, ¡qué importa eso!, eres feliz, feliz de vivir esta experiencia con este gran equipo. Y realmente, ¡qué equipo! No podría haber sido mejor, todos muy distintos pero muy iguales por ese algo que nos ha unido, esas inquietudes comunes, esa misión.
Tu misión en Quito ha empezado, empiezan las primeras reuniones con los jóvenes para conocernos y para organizarnos con el fin de preparar los campamentos vacacionales de la parroquia en el Barrio de la Argelia. Es su casa, su barrio y están dispuestos a dar lo mejor de ellos.
Pasa la primera semana y empiezan esos campamentos vacacionales, cien caras nuevas que serán imposibles de olvidar, cada uno con una personalidad, cada uno con un estilo de vida y dejando huella en casa paso que dan. Algunos de estos niños vienen por la tarde para que les ayudemos en alguna de las materias que tanto nos suelen costar estudiar en el colegio, muchas veces algunas de las cosas no las recuerdas y te tienen que refrescar la memoria y ¡qué bien viene la verdad!
En esos ratos por la tarde, intentas que los más pequeños aguanten un ratito sentados y les pones algún dibujo para pintar y alguna ficha de motricidad fina, y cada gesto que dedicas a estos niños de cariño te lo devuelven por cien, abrazos, besos, caricias. En definitiva, cada persona te aporta algo nuevo a tu vida, único, que queda para siempre.
Los campamentos vacacionales acaban y con ello los días en Quito se van agotando. Llegó un día triste, ese día en el que una gran amiga regresaba a España y con su regreso y el fin de los campamentos vacacionales, se nos hace muy duro estar allí en nuestra última semana, dedicada a las misiones parroquiales.
Recuerdo la primera mañana de esa última semana, Sara y yo sólo deseábamos que pasasen esos días y volver a España, pero las apariencias engañan, solo fue el primer contacto, después todo cambió y nos hubiesen hecho falta un par de días más para exprimir de lleno la experiencia de misiones, fuerte y dura, pero única, cargada de momentos muy vivenciales y muy emocionantes.
Cabe decir que el P. Pablo y el Hermano José Mari, nos recordaban cada día que teníamos que bajar a Bahía, así que llegó el día de comprar los billetes y tras 7 horas de viaje, estoy en Bahía. Sí, Bahía, donde yo iba al principio. Y en ese momento te reciben los padres con los brazos abiertos, te enseñan cada rincón y cada obra social de allá y te quedas con los ojos como platos por la gran cantidad de trabajo que tienen solo para tres personas, pero no son tres personas cualquiera, son tres super personas que se merecen toda mi admiración, al igual que P. Pablo y José Mari, ellos son el P. Jonathan, el P. Bruno y el P. Edson. Con todos ellos he descubierto que se puede amar lo que haces y que aquello de dejar tu país de origen para ser misionero claro que nos es fácil, pero que si es algo que sientes muy dentro, sé valiente y vete, como ellos.
También quiero agradecer a cada persona que he conocido en Quito, gente de la parroquia, en especial a la hermanita Vilma y el hermano Pepe, siempre estaban dispuestos a regalarte una sonrisa o buen gesto cuando el cansancio ya podía con nosotros, GRACIAS DE TODO CORAZÓN.
Para finalizar quiero hacer una mención especial al P. Pablo y al hermano José Mari que entregan lo mejor de ellos cada día en Quito haciendo posible las múltiples actividades parroquiales y dejándose el alma en ellas, y por supuesto gracias por dejarnos formar parte de vuestra casa durante este tiempo, ha sido una experiencia increíble gracias a vosotros, GRACIAS.
Por último gracias a Raúl por confiar en mí desde el primer momento y dejarme formar parte de la experiencia.
Se puede amar lo que haces, siempre, sé valiente. Salta”.
Inés Torres.
Venta de Baños
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