El Buen Pastor

Homilia

El Buen Pastor

PASCUA 5º DOMINGO A

Este domingo es conocido tradicionalmente como el del “Buen Pastor”.  Pero precisamente en este ciclo “A” no se encuentra esa afirmación en boca de Jesús. Solo se insinúa. En él aparecen otras imágenes que no dejan de ser interesantes y sugerentes: aprisco, puerta, ovejas, ladrón, bandido, guarda, voz…

Junto a esas imágenes hay mucho movimiento de entradas, salidas, llamadas y finalmente una imagen del pastor que saca a las ovejas, las lleva fuera y camina delante de ellas para guiarlas a buenos pastos.

Jesús está hablando a los que habían echado fuera al ciego de nacimiento; a los que se arrogaban el título de “pastores” o de “representantes de la ley” y no habían querido ver el milagro del que recobra la vista y reconoce a Jesús como Mesías.

Con esta parábola trata de dar vista a los que viendo no ven. Y su pecado es mayor.

Con la parábola no deja títere con cabeza. Desenmascara a los pastores de Israel. Les llama bandidos y ladrones. Salteadores. Han utilizado el aprisco de Israel para medrar ellos y adelgazar a las ovejas. El buen pastor es el que cuida de las ovejas, las conoce, las llama por su nombre, las saca del aprisco y las lleva hacia otro lugar, otra tierra donde ya no habrá aprovechados sino que el pastor las librará de todo peligro y las cuidará hasta dar la vida por ellas. Ese pastor es o será el Mesías de Dios que está llegando y llama a la puerta y convoca a todos para una nueva salida, un nuevo éxodo hacia tierras mejores.

Los príncipes de Jerusalén no se dan cuenta o no quieren escuchar el aldabonazo de Jesús. Y es ahí donde él despliega una enseñanza nueva en la que se fija en la figura de la Puerta, del Pastor, de las ovejas y el redil.

En el día de hoy afirma: YO SOY LA PUERTA

Es un momento de autorrevelación de Jesús que se proclama “puerta”, la única puerta. La afirmación nos invita a fijarnos en las puertas. Tienen una función esencial en los edificios. Su función será de servicio a los lugares o personas que cierra y abre, pero es fundamental. ¿Qué sería de nuestra casa sin puertas? ¿Y de nuestras catedrales o museos o palacios o ciudades? Ahora nos hubiera gustado tener “puertas” para cortar la pandemia. La puerta es criterio para separar al de dentro del de fuera. La puerta es paso obligado y se convierte en momento de encuentro o desencuentro.

Jesús, al declararse “puerta” podemos entrever que se está mostrando como el paso obligado para llegar a Dios. Él es la puerta, que por su encarnación, une al cielo y a la tierra. Une a la vez que separa. Dios se hace hombre y arrastra al hombre hacia Dios. Pero para ello, el hombre debe aceptar ese paso que puede resultar escandaloso.

Esa “puerta” se muestra singular. Una vez que se entra por ella no quedas cautivado, sino que eres totalmente libre para entrar y salir sin exclusión de ningún tipo. Eres como el “señor” de la casa. La puerta está a tu servicio. Y al entrar y al salir encontrarás “pastos”. Esa puerta conduce al alimento que da la vida. El pasto, el alimento será el mismo Jesús que se hace alimento nuestro, eucaristía, pan partido y entregado. Esos pastos, esa nueva Ley del amor, ese pan eucarístico nos dan la Vida y esa de forma abundante, total, definitiva.

Podríamos abrir paso a nuevas conclusiones desde esta imagen de la puerta, pero hoy quiero pararme un poco en salmo responsorial, el salmo 22, que pone voz a los sentimientos más profundos del salmista que mira a Dios como el Buen Pastor que ha guiado a él y a su pueblo por caminos de justicia. Jesús tendría multitud de veces este salmo en su boca, cuando se encaraba al Padre en las múltiples circunstancias de su vida. Unas veces circunstancias felices, otras anodinas y otras donde la oscuridad y el dolor envolvían su alma con tinieblas de muerte. Cierto que Jesús es el sacramento del Padre y es el mejor exégeta del Padre. Quién le ve a él, ve al Padre. Él realiza y hace vida nuestra las entretelas del amor del Padre; pero a la vez es el mejor orante ante el Padre.

Con este salmo queremos unirnos a Jesús lanzando nuestra mirada al Padre en estos tiempos convulsos.

“El Señor es mi pastor, nada me falta”. Es una buena premisa. La mejor premisa. Nada me falta porque tengo al Pastor conmigo. Él es el gran don y el gran seguro de mi vida. Es el fundamento. Todo lo que soy y somos arrancan y se fundamentan en su amor de padre y pastor bueno. Con él a mi lado, nada me puede faltar. Nada nos puede faltar. Nada. Tenemos todo y lo tenemos en su gran regalo que es Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte.

“En verdes praderas me hace recostar. Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el sendero justo”. Nuestra vida es de peregrinos. Caminamos al encuentro del Señor de forma plena en el gran abrazo, en el Amén final de nuestra historia. Este caminar tendrá sus momentos de oasis y de descanso; pero la mayor parte del tiempo es tarea, es camino, es seguir las sendas del pastor.  Sabemos que Él va delante y nos guía por senderos seguros. Momentos de “tabor”, momentos de comer, beber y sestear son necesarios y los tenemos. Pero no podemos quedarnos ahí y plantar “tiendas”. Hemos de seguir adelante confiados, pero sabiendo que encontraremos riscos y quebradas en nuestro avanzar.

“Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo. Tu vara y tu cayado me sosiegan. Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida”.

Cañadas oscuras, momentos oscuros los estamos pasando. ¿Zozobra nuestra fe? La pandemia parece que va pasando; pero se avizora otra pandemia “económico-social” con tintes de catástrofe. En medio de esta otra oscuridad hemos de seguir poniendo nuestra mirada en el Pastor que va delante y desde Él no hemos de temer nada.

Esta otra pandemia sí que está en nuestras manos el poder superarla. Desde las pautas del “Buen Pastor” seguro que saldríamos de ella fortalecidos como sociedad humana fraternizada; donde cada uno busque el bien de los demás y donde todos nos apoyemos a todos. No por afán de medrar sino por afán de comulgar y hacer que los buenos pastos sean comunes para todos.

El Buen Pastor “prepara una mesa ante mí”, ante nosotros. La gran mesa de la fraternidad, la gran mesa de la Eucaristía. El Pastor se hace alimento. El Buen Pastor muere para que tengamos vida. Ahí está el camino para vencer la pandemia y toda pandemia. Seguir al Pastor en la entrega de la vida en favor de los demás. Sin distinción de raza o credo. Ponernos al servicio de los otros. Esta es la gran tarea. El Pastor va delante. No tengamos miedo de seguir sus pasos. De esta forma llegaremos a “habitar en la casa del Señor por años sin término”.

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Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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