El don del Espíritu Santo

homilia

El don del Espíritu Santo

PENTECOSTÉS

La Pascua del Señor, culmina con el envío del Espíritu Santo por parte de Jesús que ya está sentado a la derecha del Padre. Hoy, último día de la cincuentena pascual o de la “pentecostés” celebramos el acontecimiento del “DON DEL ESPÍRITU SANTO”. Un último día que no “cierra” nada sino que “abre” la historia al tiempo de la Iglesia. Ahora es que empieza la maduración de la creación. Con el DON del ESPÍRITU empieza  la “Nueva creación”. Es esta nota de novedad la que impregna los relatos que hoy se proclaman como Palabra de Dios.

Hechos 2, 1-11 nos narra el acontecimiento de la Venida del Espíritu Santo. Sucede en medio de viento fuerte, fuego, truenos… todo ello figura del anuncio de una manifestación de la Divinidad rememorando lo sucedido en el Sinaí. Está sucediendo algo fundante, algo que inicia un nuevo trato, una nueva alianza de Dios con los hombres. Una alianza no escrita en tablas de piedra sino insuflada o grabada en los corazones de carne de los hombres: “Espíritu derramado sobre toda carne”.

Los discípulos hablan “lenguas” diversas o son entendidos por todos los pueblos presentes en Jerusalén. Empieza un nuevo “génesis”, una nueva creación. La primera creación había sido des-construida por el pecado. Otros “espíritus” habían seducido el corazón del hombre que se dedicó a una auténtica “anti-génesis”. Figura de ello es lo acontecido en Babel a la hora de construir la torre. Crearon división, discordia, incomunicación y violencia. Ahora  el “Espíritu de Dios” empieza de nuevo a revolotear sobre todo lo creado, particularmente sobre el hombre, para llevar todas las cosas  a la plenitud de la creación.

Esta misma realidad re-creadora se manifiesta también en el evangelio de Juan 20, 19-23. Notemos que estamos en el primer día de la semana, aunque ya ha anochecido. La resurrección inaugura un nuevo día, un primer día indeclinable (donde ya no se pone el sol) o un octavo día de plenitud donde la creación llega a su máximo grado de evolución: la filiación divina de todo hombre por el Don del Espíritu.

Si a la obra creadora se oponía la nada o el caos; a la nueva creación se le opone el miedo de los discípulos, el aislamiento, la incredulidad a los primeros testigos. Al principio fue la Palabra la que empezó a poner “orden”. Ahora es la Palabra hecha carne que ha atravesado por la muerte y que sale victoriosa y anuncia la Paz. Paz de Dios. La Bendición de Dios realizada como promesa a Abraham, a Moisés, a David se hace realidad plena en Jesucristo resucitado vencedor del pecado y de la muerte. Jesucristo que se dejó guiar por el Espíritu de Dios en su quehacer terrenal ahora tiene el Espíritu como suyo (aunque recibido del Padre) para entregarlo y hacer nuevas todas las cosas.

Jesús sopla su Espíritu sobre sus discípulos. Les entrega su Espíritu. Estamos ante el espectáculo de una nueva creación. Dios sopló sobre el barro para darle su “Espíritu”. Ahora Jesús sopla sobre sus discípulos para entregarles su Espíritu de Hijo para hacerles, recrearles como verdaderos hijos de Dios porque tienen o poseen como regalo el mismo Espíritu del Padre y del Hijo.

El Don del Espíritu en Pentecostés podríamos llamarle el “Big-Bang” o la gran explosión de la nueva creación. Ahí arranca y ya no se detiene esta expansión del mundo de la Gracia que va empujando, permeando y atrayendo toda la realidad creada para hacerla pasar (pascua) a su realización última y definitiva que no es otra que la cristificación. Dios todo en todos por Cristo en el Espíritu.

FRUTOS DEL ESPÍRITU. Siguiendo la lectura de los textos de hoy notamos los siguientes frutos:

Universalidad. El Espíritu llega a toda carne y a toda la creación. Se rompen fronteras y límites de raza, nación, religión, espacios y tiempos. Nace la Iglesia (comunidad de creyentes en Cristo) como sacramento de esta universalidad. Eso es lo que significa “católica”. El Espíritu sopla para que seamos uno en el amor fraterno. Está claro que hay mucha tela que cortar en este apartado, porque nos queda mucho para dar esa nota de “catolicidad” o universalidad. Pero debe ser una tensión permanente en nuestra comunidad creyente y algo que hay que pedir y a la vez empeñarse en construirlo dejándonos arrastrar por el Espíritu.

Alegría. Los reunidos sienten la alegría del resucitado en medio de ellos. Estaban profundamente tristes y desalentados. Deprimidos diríamos hoy. Y ante el resucitado se caldea el corazón y renace su esperanza. Realmente quedan iluminados por el Espíritu. La iluminación es otro don-fruto del Espíritu.

Parresía. Fortaleza. Los apóstoles quedan restablecidos y llenos de ánimo y fuerza para salir y “dar la cara” por el evangelio. Abren las puertas y anuncian el kerigma con fuerza y convicción.

Comunión entre ellos centrada en Jesús. Es evidente que el Espíritu del Resucitado crea la comunidad eclesial y la crea para la Misión. La Iglesia es constitutivamente misionera, anunciadora, testimonial de que ¡es verdad¡ Jesús ha resucitado. La Salvación es de nuestro Dios y nos ha sido dada en Cristo Jesús.

Hombre nuevo (hombre espiritual). Nacido del Espíritu. Por lo tanto no ya perteneciente al ámbito “carnal” o del “hombre viejo” (egoísta, cerrado, orgulloso, diosecillo, envidioso, …) Ese hombre espiritual viene descrito por Pablo (1 Cor 12, 3-13) por aquel que fundamentalmente reconoce a Jesús como Señor de su vida y se deja guiar por el Espíritu del Resucitado que reparte diversos carismas pero que sobre todo se hace todo a todos en el Amor. El himno a la Caridad viene seguidamente en el capítulo 13. Y esa o ese es la mejor fotografía del Espíritu Santo.

Amigos, cerramos el tiempo pascual más atípico que nos ha tocado vivir. Lo hemos vivido presos de la pandemia y encerrados. Ahora empezamos a abrir puertas y a volver a respirar aire de calle, de plaza o de playa. Tenemos unas ganas locas de poder abrazarnos y de volver a la rutina de una vida que llamamos ordinaria. Podemos preguntarnos qué nos añade el sabernos “LLENOS de Espíritu Santo y Renovados en Cristo resucitado”.

Manejar el principio de “sálvese el que pueda y el que venga detrás que arree” no parece ser muy cristiano; y me temo que es el talante en el que se está haciendo la “desescalada”.

Como comunidad iglesia, habremos de volver a las celebraciones litúrgicas con gozo y alegría. Pero no podemos permanecer aislados del mundo que nos toca vivir. Un mundo, socialmente hablando, por donde está pasando un tsunami o un terremoto que ha destruido de raíz muchas seguridades y muchos puestos de trabajo. Ha debilitado hasta extremos insospechables la economía del país; destrucción que toca muy fuertemente a los más débiles, que son muchos. Miles, millones de personas en la frontera del hambre y de la desesperanza.

Evidentemente que dentro de nuestras comunidades creyentes se encuentran hermanos nuestros en estas circunstancias. Pero también tenemos otros hermanos que no son “eclesiales” y que están en las mismas circunstancias. Nuestra catolicidad lleva a sentir como nuestra toda miseria y toda necesidad, toda pobreza y flaqueza de nuestros entornos. No podemos dejar de ser solidarios. La comunión entre hermanos nos lleva al compartir. Hemos de ser generosos poniendo de nuestra parte la ayuda que podamos dar en cualquiera de los aspectos que suscita el desastre al que nos toca vivir.

Hay que intentar dar de comer al hambriento y de vestir al desnudo. También hay que intentar dar esperanza y luz en medio del dolor y muerte que aflige a muchos de nuestros hermanos. Hemos de ser testigos de esperanza en medio de esta pandemia que tiene visos de perdurar en el tiempo, al menos por sus consecuencias. Tendremos tiempo de volver sobre el tema, porque el camino de desescalada se promete largo y nos viene bien encauzarlo desde nuestra perspectiva de fe en Cristo resucitado y sabiendo que el Espíritu de Dios está con nosotros.

La celebración que hoy culminamos debe llevarnos a desplegar nuestras “velas” o dones recibidos y ponerlos a favor del soplo del Espíritu para ir avanzando en la tarea de evangelizar y de hacer crecer el Reino de Dios en nuestro entorno.

Todo es nuestro, nosotros de Cristo y Cristo de Dios (Padre). FELIZ PENTECOSTÉS.

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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