El Cuerpo y la Sangre del Señor

homilia

El Cuerpo y la Sangre del Señor

“QUÉ BIEN SÉ YO LA FUENTE QUE MANA Y CORRE”

El libro del Éxodo nos habla del MANÁ en el desierto: Aquel PAN que cada mañana recogían los israelitas  a las puertas de sus tiendas, recién bajado del cielo. La lectura propone el desierto como lugar de la prueba para el pueblo de Israel. Dios quiere poner a prueba su fidelidad. Los israelitas “tientan” a Dios en Masá y en Meribá. De ser “probados”, ellos ponen “a prueba” a Dios.  Dios les gana por muchos goles en fidelidad. Ellos no han dejado de mirar “a Egipto” y han soñado con las ollas de cebollas y las aguas del Nilo. Permanentemente han estado subyugados por la tentación “del pan” y deseaban la vuelta a la esclavitud. Cualquier tiempo pasado era mejor. La libertad costaba muchos esfuerzos y renuncias y preferían quedarse atrás. Dios, por medio de Moisés va intentando llevar a su pueblo a la Libertad y para ello les pone pan y agua en el desierto. Pan y agua que adelantan la tierra que mana leche y miel.

Los israelitas ven la mano de Dios en muchos de los acontecimientos de su historia y esta acción la describen como la del primer agente o actor. Todo lo bueno y lo malo es atribuible a Él en primera instancia. Lo malo vendrá interpretado como pedagogía del castigo para provocar el escarmiento y la vuelta al buen camino.

Nosotros, en mi opinión, afirmamos la presencia de la mano de Dios en toda circunstancia de nuestra vida, pero no atribuyéndole la responsabilidad primera como si de un agente más se tratara. Preferimos verlo como Aquél que ha puesto en nuestras manos la responsabilidad de la marcha de este mundo (“Creced y multiplicaos, dominad la tierra y sometedla” Gen. 1.28); pero que eso no significa que se desinterese de esta realidad salida buena de sus manos. Esa acción de Dios, para no entrar en exquisiteces teológicas, la sabiduría popular la traduce por el refrán que dice: “Dios escribe derecho con renglones torcidos”.

Los israelitas estaban tentados por “El pan”. Nosotros también. Estamos saliendo de la “Pandemia”. Nos ha sometido a un ejercicio de humildad enorme. Muchos decían que las cosas no iban a volver a ser igual. Que el hombre había aprendido la gran lección de que todos estamos en la misma barca y que hemos de remar juntos si queremos salvarnos.

La pandemia ocurre en nuestra particular travesía del desierto de nuestra vida. No es obra de Dios ni “castigo de Dios” como muchos han estado proclamando para urgir a una conversión de la humanidad. Yo estoy convencido de que los hombres no necesitamos muchos apoyos para des-construir el mundo. Nos valemos solos para montar una “babel” en cualquier sitio. Y hemos montado muchos. Y esta pandemia es uno más entre los muchos. Nuestra civilización occidental ha caído seducida bajo el dios “PAN”. Se ha olvidado que no solo de pan vive el hombre; y prefiere vivir solo de pan e instalarse en esa finitud que es el pan. A veces es el “pan y circo” para amansar al pueblo y otras veces es la carrera desenfrenada para tener más y más recursos materiales para garantizar una vida de consumo “infinito” y de hambre de poder y tener más infinito. La realidad trascendente de la vida; la dimensión religiosa del hombre y Dios no interesa y lo mejor es olvidarse de ella como la mayor rémora para la emancipación de este hombre civilizado ilustradamente.

El Éxodo y Jesús nos recuerdan que no solo de pan vive el hombre. Que hay otros panes mejores capaces de saciar el hambre de formas distintas y más plenas que la posesión de riqueza.

Es el evangelio de Juan el que nos habla del PAN DE VIDA. Él es el verdadero MANÁ, el pan vivo que ha bajado del cielo. Y el pan que él nos da es su carne para la vida del mundo.

Este pan no se conquista, se nos dona; mejor aún, se nos entrega. ES Jesucristo, el Hijo de Dios que se nos da como alimento para que tengamos vida y vida abundante. Esa vida no consiste en tener mucho o poco sino que consiste en “ser” como Jesús.

El cáliz y el pan nos unen a todos en el cuerpo y la sangre de Cristo. Un cuerpo entregado y una sangre derramada. Somos todos, cuerpo de ese Cristo. Eso significa que queremos llevar los caminos de nuestra vida y de nuestra historia por los caminos de Jesús que no son otros que el de dar su vida sin reserva por los muchos. Y la mirada de Jesús alcanza principalmente a los desheredados del mundo; a los marginados.

Me ha llegado hoy un whatsapp, sin firma, en el que se transcribe un nuevo proyecto de felicidad. Lo escribo porque me parece bello y acertado y habla claramente del proyecto de Jesús reflejado en las bienaventuranzas.

“Son felices los que:

Tienen hambre y sed de Justicia. Conocen y ansían el cumplimiento del Proyecto de Dios.

Los sensibles (lloran), que sufren porque muchos no disfrutan del Proyecto de Dios. Y por eso sienten Misericordia y son solidarios con el sufrimiento humano.

Los que actúan con mansedumbre; con eficacia, buscando eliminar las causas.

Los limpios de corazón. Sin egoísmos, sin hipocresías, ni partidismos.

Así construyen la Paz. La paz bíblica, que es fruto de la Justicia. Aunque sean calumniados y perseguidos. Se mantienen firmes, optimistas, siempre alegres.

Estos son los pobres con el Espíritu de Jesús.”

 

Siguiendo con el Evangelio de hoy, Jesús desemboca en la afirmación de la inhabitación de la Trinidad en aquel que come del cuerpo y la sangre de Jesús. El pan de vida nos regala el mayor don posible, la felicidad suma; el cielo en la tierra. Dios viene a hacer morada en nosotros. Ayer, domingo de la Trinidad (escribo en lunes), me sorprendió el himno del oficio de Lecturas con un poema de San Juan de la Cruz que habla de la Trinidad y al final dice:

“Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche.

Aquesta eterna fonte está escondida en este vivo pan por darnos vida, aunque es de noche.

Aquí está llamando a las criaturas, y de esta agua se hartan, aunque a oscuras, porque es de noche. Aquesta fuente viva que deseo, en este pan de vida yo la veo, aunque es de noche”.

Que hermosura. A San Juan de la Cruz contemplar la Trinidad le lleva al Pan de la Eucaristía donde se encierra esa fuente eterna que mana y corre permanentemente aunque es de noche. Seguimos en la noche, esperando la llegada del día pleno, que ya clarea con la victoria de Cristo sobre la muerte y en la Eucaristía que celebramos cada día, cada domingo, cada PASCUA.

Sepamos beber hoy de esa fuente. Que nuestra vida sea una eucaristía continua. Que como cristianos sepamos construir la ciudad de Dios desde el verdadero pan que sacia todas las hambres y sepamos administrar equitativamente el “pan de cada día” que podemos recibir como don y nunca como posesión ”mía” que me permite hacer de mi capa un sayo. El “pan acumulado” lleva a la esclavitud de muchos. El “pan compartido” lleva a la liberación de todos.

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Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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2 Comentarios
  • MARTA ACELDEGUI
    Publicado el 13:57h, 11 junio Responder

    Qué bien escribe usted Padre Gonzalo.Da gusto leerle

  • Manuel de Miguel
    Publicado el 09:20h, 13 junio Responder

    Tus homilias,Gonzalo, son el mana que nos alimenta en este exodo sufriente y esperanzador y es la entrega del CORPUS el PAN DE VIDA que mana de la eterna fuente.

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