Pascua 2020

Pascua 2020

En el año 1971, el Papa que llevó adelante el Concilio Vaticano II, Pablo VI, dirigió un mensaje de Pascua lleno de gozo y esperanza que enardecía nuestros corazones. Porque me parece que sigue siendo válido en los tiempos que corren os lo hago llegar un poco resumido (poco) y retocado. Dice así:

“Amigos, hoy día de Pascua, me encuentro en condiciones de dirigiros un mensaje de esperanza.

La causa del hombre, no solo no está perdida, sino que está a buen resguardo porque Cristo ha resucitado. Las grandes ideas, que funcionan como faros del mundo moderno, no se apagarán porque Cristo ha resucitado. La unidad del mundo se hará porque Cristo ha resucitado. La dignidad de la persona humana será, no solo formalmente, sino realmente reconocida porque Cristo ha resucitado. La intangibilidad de la vida, desde el seno materno hasta la ancianidad, tendrá un común y efectivo sufragio porque Cristo ha resucitado. Las indebidas desigualdades sociales desaparecerán porque Cristo ha resucitado. Las relaciones entre los Pueblos serán pacíficas y fraternas porque Cristo ha resucitado. Ni el egoísmo, ni la prepotencia, ni la indigencia, ni la ignorancia, ni tantas deficiencias que todavía afligen y caracterizan nuestra sociedad, impedirán que se instaure un verdadero orden humano, un bien común, una nueva civilización porque Cristo ha resucitado. No podrá ser abolida la debilidad humana, ni la usura, ni el dolor, ni el sacrificio, ni la muerte temporal; pero toda miseria humana encontrará asistencia y conforto porque Cristo ha resucitado. La esperanza no se apagará porque Cristo ha resucitado

Toda esperanza se funda sobre una certeza, sobre una verdad, que en el drama humano no puede ser solo experimental y científica. Se funda la verdadera esperanza, que debe sustentar el intrépido camino del hombre, sobre la fe. La cual, en el lenguaje bíblico “es fundamento de las cosas esperadas” y en la realidad histórica es el acontecimiento, es Aquel, que hoy celebramos: JESÚS RESUCITADO.

No es sueño, no es utopía, no es mito; es realismo evangélico. Y sobre este realismo nosotros los creyentes fundamos nuestra concepción de la vida, de la historia, de la civilización terrena, que nuestra esperanza trasciende, pero al mismo tiempo nos empuja a llevar adelante sus arduas y confiables conquistas.

En este momento quiero que mi voz se haga eco de aquella del vencedor, Cristo Señor: “Tened confianza; Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33), y de la del intérprete evangelista: “Esta es la victoria que vence el mundo, nuestra fe” (Jn 5,4); entendiendo aquí por mundo todo lo que de caduco y perverso tiene la escena natural de la humana existencia.

Queremos decir desde la altura apostólica de nuestro humilde ministerio a vosotros hombres que trabajáis y sufrís, a vosotros que ponéis vuestro esfuerzo para guiar la sociedad hacia la justicia y la paz, vosotros jóvenes ávidos de autenticidad y de compromiso, a vosotros innumerables grupos de gente buena y honesta, que da sentido, en silencio, con la oración y con el trabajo, con la fidelidad y con el sacrificio a la propia jornada en el tiempo; a vosotros sufrientes y desilusionados por un bienestar ya trasnochado, y sobre todo a vosotros, creyentes en Cristo resucitado y a El consagrados; a todos vosotros con todo mi ánimo lleno de gozo y esperanza, os quiero anunciar: Sed felices en el Señor, siempre; os lo repito, sed felices. CRISTO HA RESUCITADO. ¡ALELUYA!”  Pablo VI, en la Pascua de 1971.

Comentar una obra maestra siempre tiene el riesgo de “tapar” cuando no “destrozar” la misma obra. Pablo VI escribe con una precisión teológica y un lenguaje hermoso que deja entrever sus gozos y alegrías, sus penas y angustias, de una forma difícilmente igualable. Quizás no haga falta más que dejar resonar sus palabras en nuestros corazones y gozarse en ellas para rearmar nuestra esperanza por el acontecimiento de la Pascua.

Pero me voy a atrever a resaltar alguna de sus frases para encajarlas o situarlas en los momentos históricos que nos toca vivir: Una Pascua donde el tiempo de pasión perdura por tiempo y nos toca sufrir la pandemia horrible del coronavirus.

Ni el egoísmo, ni la prepotencia, ni la indigencia, ni la ignorancia, ni tantas deficiencias que todavía afligen y caracterizan nuestra sociedad, impedirán que se instaure un verdadero orden humano, un bien común, una nueva civilización porque Cristo ha resucitado”.

¿Cuáles son los orígenes de la pandemia? No son ni el azar ni mucho menos un castigo de Dios. Deben ser nuestro egoísmo y prepotencia los posibles responsables de esta calamidad. Estos antivalores son los que rigen y dirigen nuestro destino. A gran escala y a pequeña escala. Si la gran escala funciona es porque los de estamos dentro de la pequeña escala los aplaudimos, los gozamos y los anhelamos. ¿Quién no aplaude el estilo de vida instaurado en la cultura occidental? Estamos deseando que pase esta nube y volvamos al mundo “anterior” sin que esto deje rastro y vuelva a ocurrir. Pero probablemente para que esto no vuelva a ocurrir habría que cambiar algunas piezas de la cultura occidental. El EGOÍSMO debería pasar a ser ALTRUISMO sin cortapisas y a pleno pulmón; La PREPOTENCIA debería pasar a ser SERVICIO Y ENTREGA de nuestra vida en favor del otro. Y esto diversificarlo por todos nuestros estratos de convivencia y acción social. Aquí el humanismo cristiano, el humanismo que mana del hombre clavado en la cruz, tendría mucho que decir. Su resurrección no es fortuita o azarosa; es el fruto de una vida vivida en fidelidad al Dios-Padre cuya gloria es que el hombre viva.

“No podrá ser abolida la debilidad humana, ni la usura, ni el dolor, ni el sacrificio, ni la muerte temporal; pero toda miseria humana encontrará asistencia y conforto porque Cristo ha resucitado. La esperanza no se apagará porque Cristo ha resucitado”.

No se pueden pedir peras al olmo. En el fondo los hombres de hoy nos habíamos acostumbrado a creernos “dioses”. Capaces de todo. Los límites están ahí, pero todos son o pueden ser vencidos por nuestra ciencia, nuestra razón, nuestra técnica. Podemos construir la ciudad que toque el cielo. Incluso podemos construir super-hombres con cualidades inimaginables y también saltarnos los límites de la muerte. Llegaremos a crear un hombre inmortal. El virus nos ha hecho tocar tierra y encender todas las alarmas. Antes de que llegue el super-hombre aparece en el horizonte la posibilidad de poner punto y final a nuestra civilización y a nuestra supervivencia.

Pablo VI se atreve a decir que los males naturales como la enfermedad, la muerte, el dolor… no van a ser abolidos. Somos seres finitos, limitados y perfectibles. Somos creaturas y no “dioses”. Aceptar esta realidad es el principio de la sabiduría; es el principio de una posible esperanza. Solo Dios puede superar y llevar a plenitud nuestra realidad. ¿Cómo? La respuesta nos la da Pablo VI reiterando el mensaje “porque Cristo ha resucitado”. Dios es más fuerte que la muerte.

Apuntando a la situación actual diré que la resurrección de Jesús nos revela a un Dios que hace justicia a las víctimas, a todas las víctimas de la insolidaridad humana, del terrorismo, de los asesinatos y odios, de las catástrofes o de las muertes precoces. Nada queda en el olvido y nada queda que no sea subsanado y reivindicado. Se les entrega la vida a aquellos que durante su historia fueron maltratados, apresados, oprimidos, esclavizados de múltiples formas. La resurrección restablece la Justicia de Dios que no abandona al débil o a los caídos a la vera del camino.

La resurrección de Jesús es esperanza futura para todos. Nos abre esperanzadamente hacia el futuro que es resurrección y vida. Esta esperanza ilumina toda nuestra vida y nos ayuda a superar las vicisitudes y oscuridades con las que nos encontramos en nuestro caminar. Esta esperanza es Vida Eterna para nosotros y para todos los hombres que de una forma u otra acepten el plan de Dios en sus vidas que no es otro que ofrecerles la Vida para que vivamos fraternamente. Esta esperanza no defrauda. Es más, esta esperanza es “tan segura” que nos hace trabajar ardientemente por la llegada de este futuro. Nos hace constructores del “cielo” en la tierra, anticipando de alguna forma el futuro que por otra parte ya se nos da en el encuentro con el Señor resucitado.

VERDADERAMENTE CRISTO HA RESUCITADO. FELICIDADES

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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