Homilía Viernes Santo

Homilía Viernes Santo

SOBRAN LAS PALABRAS

Homilía Viernes Santo

 

Hoy sobrarían mis palabras. Como sobran ante un beso, una caricia o un abrazo. También ante el misterio de la muerte. Es curioso: ante las realidades más extremas, sean buenas o malas (un nacimiento, la pérdida de un ser querido, el enamoramiento), nuestras bocas callan. Y hablan los gestos, las lágrimas y las miradas.

También aquella tarde de Viernes Santo las bocas de los que estaban allí callaron. Tan sólo uno, reconoció lo que todos querían decir pero no les dejaba la sinrazón de una muerte injusta: “Verdaderamente éste era el Hijo de Dios”. Un Hijo que había amado con locura, hasta el extremo, como veíamos ayer. Que había sanado y anunciado que Dios estaba volcado completamente hacia el hombre, hacia la humanidad, a pesar de los continuos rechazos. Un Hijo que había confiado sus palabras a los Apóstoles, que había perdonado, devuelto a los silenciados del mundo la dignidad que nosotros les habíamos y hemos tantas veces quitado. 

Pero la humanidad, tal vez, no estaba preparada para algo así. Todavía no les entraba en la cabeza que Dios hubiera dado un paso tan radical, tan extremo. No entendían que el Amor, o se da, o se gasta, o se entrega totalmente, sin medida, o no es amor. Y así se lo hizo saber Dios. Y ellos, y nosotros como ellos, no entendieron ni entendemos nada de aquel misterioso  “Está cumplido” de Jesús. No entendieron ni entendemos nada de aquellas últimas palabras.

Hoy, Viernes Santo, celebramos la historia de una promesa cumplida que nos sigue desconcertando y enmudeciendo. ¿Para qué tanto amor? ¿Por qué Dios quiso morir en una cruz? ¿Por qué y para qué tanto sufrimiento? ¿Qué sentido tiene vivir si sabemos que la muerte está ahí, señora aparente de nuestro último aliento? Y por eso, por nuestra falta de respuesta, por eso, el silencio.

Sin embargo, hasta en ese silencio pensó Dios. Por eso nos dejó a Cristo en el Pan de la Eucaristía. Para poner palabras y dar fuerza a nuestra fe cuando vacila, cuando tiembla, e, incluso, cuando falta. 

Termino. En un momento adoraremos la Cruz. Veneraremos el instrumento de tortura que sirvió para abrir las puertas de la vida eterna. Y, con nuestro gesto, nos uniremos a su Pasión. Que Él, dentro de nosotros después por la comunión, dé sentido a tantas otras pasiones que hay en nuestro mundo. Y que el Padre, por amor, también nos resucite con Él. Las vendas, el sudario y el sepulcro no tienen la última palabra. 

 

P. Ángel Alindado

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