¿Para quién soy yo?

¿Para quién soy yo?

«Muchas veces, en la vida, perdemos tiempo preguntándonos: “Pero, ¿quién soy yo?”. Y tú puedes preguntarte quién eres y pasar toda una vida buscando quién eres. Pero pregúntate: “¿Para quién soy yo?”»[1]

Un móvil nuevo. La batería del anterior ya no llegaba ni a medio día. Y con móvil nuevo, nuevas funciones. Las mejores, en fotografía, que ganaba enteros en la cámara para selfies y videollamadas, fundamental para una sociedad donde no necesitamos de nadie para retratarnos.

Tal vez sea esa característica la que refleja bien el motivo del cambio de enfoque (qué apropiado) que proponía el papa Francisco en aquella vigilia de 2017 y que retomó, no casualmente, para hablar sobre el discernimiento vocacional en la exhortación Christus vivit! dirigida, sobre todo, a los jóvenes: pasar del “quién soy yo” al “para quién soy yo”.

¿Modo “retrato” o gran angular?

Para un mundo centrado en el “yo” el modo “retrato” es fundamental. Lo importante es el bienestar personal, sentirme a gusto conmigo mismo, lograr mis metas y mis sueños (esos que erróneamente dicen que siempre se consiguen con esfuerzo), dar buena imagen, “vender” bien quién soy y saber presentarme, realizarme personalmente (y sí, tal vez no querer dejar los sueños propios para lograr los sueños de los otros o los comunes). Centrados en el “yo” cada vez más grande dejamos poco espacio a los demás y a Dios. Como mucho, a relaciones esporádicas y poco permanentes, sin ataduras. También en las cuestiones de fe. Sentimos y vivimos que no nos podemos atar a nada ni a nadie, evitamos el sufrimiento de cualquier tipo de distancia y relativizamos la importancia de las relaciones o compromisos para siempre también en nuestras amistades, trabajos, apuestas… tal vez, porque, en el fondo, no las necesitamos.

Hablar a los jóvenes y con los jóvenes necesita, sí o sí, que comprendamos ese mundo, que también, en mayor o menor grado, es el nuestro. Sin enjuiciar el momento, necesitamos abrir el angular de nuestra cámara y ayudar al otro, al joven que necesita hablar, a abrir también su vida, a “descentrar” un poco la imagen y a quitar el desenfoque de lo que tienen alrededor, resaltar los detalles, enfocar a la gente que les acompaña, permitir que otros sean protagonistas de su retrato y permitirles comprender que no están solos, que nunca lo han estado. Que tal vez, como nos ha pasado a los demás, sólo necesitábamos cambiar al “gran angular” para buscar y ayudarles a buscar más allá de uno mismo.

¿Modo panorámico?

Es en ese nuevo espacio, abierto, en el que no se difumina la realidad ni los defectos y oscuridades, donde hay que activar el modo panorámico. Para comprender de modo holístico a la juventud, no podemos huir de una mirada en 360 grados, incluyéndonos, también como Iglesia, en el mundo que le rodea y que le ha construido. Así, la mirada al joven es una mirada a cada uno de nosotros y también a la Iglesia en general y en particular: su “iglesia”, aquella que ha conocido o que está intentando acompañarle. Somos con el medio en el que desplegamos nuestra vida y tenemos (nosotros y a quienes acompañamos) la obligación de comprendernos y comprender el entorno para descubrir quiénes somos.

Pero, ¡cuidado!: poner excesivo acento en la pregunta por la identidad (cuántas veces insistimos, en catequesis, un acompañamiento, una confesión, ayudando a crecer a los hijos o los nietos, en la importancia de resolver esta cuestión) a veces desenfoca la mirada. ¿Seremos capaces de resolver esta pregunta? ¿Cuánto tardaremos? ¿Tenemos que esperar a contestarla o tener todo claro para dar un paso? Sin embargo sabemos que parte de la identidad se desarrolla, ¡y cambia! a lo largo de toda la vida por las opciones que vamos tomando. De este modo, a la pregunta, fundamental, por “quién soy yo”, “quiénes somos”, hay que agregar la del “para quién” eres, soy, somos. En ese “para quién” se encierra, también, nuestra vocación: “Cuando el Señor suscita una vocación no sólo piensa en lo que eres sino en todo lo que junto a Él y a los demás podrás llegar a ser” (Christus vivit! 289). El “para quién”, lanzado al joven, le ayuda a superar la desesperación de una respuesta imposible a la pregunta por la identidad y nos permite, a los que estamos ahí, abrirle nuevos horizontes y posibilidades. Incluso más allá de los que, los que acompañamos, hemos pensado. Siempre, en toda foto, hay puntos ciegos. A veces, Dios se pone ahí.

¿Time lapse o cámara superlenta?

Ni una, ni otra. Ni acelerar los tiempos (time lapse) para que todo vaya más deprisa ni ralentizar los procesos (cámara superlenta) para controlar hasta el más mínimo detalle. La llamada de Dios, descubrir la propia vocación y responder a ella tiene sus propios tiempos. Podríamos decir que cada foto tiene su enmarque, su luz y su mejor toma. Tenemos experiencia del desastre de una foto apresurada y también del fracaso de una foto esperada pero tomada tarde. Y de encuadres, luz apropiada y respeto a la “belleza” de cada proceso, los que acompañamos tenemos que ser expertos: “Hay que suscitar y acompañar procesos, no imponer trayectos. Son procesos de personas que siempre son únicas y libres” (Christus Vivit! 297).

Siempre “sin filtros”.

Y, por supuesto, sin filtros. La originalidad de una foto no se basa en los filtros que pongas, ya que, al final, todos usamos los mismos, nos copiamos y caemos en lo que todos hacen. Y los jóvenes buscan, precisamente, gente “sin filtros” que distorsionan la realidad de lo que somos, que embellecen y decoran sin más nuestra vida y obra y tratan inútilmente de hacer atrayente un día a día que, tal vez, no lo es tanto, y que, con los filtros que nos empeñamos en poner, incluso lo emborronan.

Tenemos la difícil tarea de mostrar, realmente, sin miedo, cómo somos: santos y pecadores. Y ahí, en esa realidad, anunciar que Dios también nos ha llamado así. Porque no podía ser de otro modo. Tenía un profesor de Historia de la Iglesia que nos decía que la Iglesia es santa y pecadora para que tú y que yo, que somos pecadores y podemos llegar a ser santos, tuviéramos también un lugar. La autenticidad es capaz de superar cualquier bruta imagen o desfigurado rostro. Incluso permite redescubrir la belleza tras el error y la deformación (¿no consisten en eso muchos de los milagros de Jesús?). Y en el joven, bombardeado por mil y una mentiras en nuestro mundo, esta autenticidad golpea y cuestiona.

***

Nuestra es la responsabilidad de ayudar a abrir el horizonte, de dejar de desenfocar para enfocar y al mismo tiempo comprender el mundo que rodea al joven. Pero también es nuestra la responsabilidad de, hijos nosotros de la misma sociedad y responsables de ella, hacer el camino primero: “Para acompañar a otros en este camino, primero necesitas tener el hábito de recorrerlo tú mismo” (Christus vivit! 298). La concreción de nuestro “para quién”, así, animará a la respuesta a la invitación de Jesús a ser su testigo en medio de, también, este mundo.

  1. Ángel Alindado Hernández, scj.

 

[1] Discurso en la Vigilia de oración en preparación para la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud, Basílica de Santa María la Mayor (8 abril 2017)

No hay comentarios

Escribe un comenario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.