¿Qué buscais?

¿Qué buscais?

La difícil tarea de buscar

La Biblia parece la historia de un pueblo de buscadores. Hombres y mujeres que siempre andan en búsqueda. Muchas veces y sin saberlo, como los protagonistas de hoy (Samuel, Juan, Andrés, Simón Pedro, Felipe, Natanael), buscan a Dios. Y cuando se dan cuenta, ellos se han descubierto buscados por Dios, tocados por Dios, amados por Dios. Pero no es fácil percibir la voz de Dios ante tantas voces que nos rodean y es fácil confundirla con el tono de las voces más conocidas y habituales.

El joven profeta Samuel, que duerme en la noche, no puede sospechar que Dios se esté acercando a su vida. Y, ni entonces, ni ahora, resulta fácil ni espontáneo responder y abrir la vida en disponibilidad para susurrar: «Habla, Señor, que tu siervo escucha». Solo un corazón «afinado» como el de Elí, puede orientar. Y dos de los discípulos de Juan tampoco podían sospechar que Dios pasara tan cerca de sus vidas. Solo un corazón «mediador» como el de Juan el Bautista, puede señalar la salvación.

A veces el mundo se nos llena de charlatanes que alardean  de vida, de éxito, de experiencias. En el fondo sabemos que son humo, pero a falta de escuchar la hondura de quien penetra en lo más íntimo de nuestra vida, o por falta de hombres o mujeres que han hecho experiencia de Dios en su vida, nos disponemos a seguirle. Solo la plena satisfacción de Aquel que nutre la vida nos ayudará a dar sentido a nuestra vida y a comprometernos con la Vida.

¿Y por qué buscamos?

  • Porque solo en la búsqueda, podemos salir de las tinieblas y encontrar la Vida: «Ese es el Cordero de Dios» (v. 36). Título extraño, pero para un judío tenía resonancias de éxodo. Camino de liberación e inmolación. Jesús es nuestra Pascua. Nuestro Salvador. Sabemos que la sangre del cordero pascual sirvió en Egipto de señal para ser liberado. La donación, la entrega, la inmolación de Jesús en la cruz nos trajo la plenitud de la vida, la liberación de todo lo que aniquila al ser humano, y el último enemigo en ser aniquilado fue la muerte. Su oblación en la cruz nos dio el paso de la oscuridad a la luz.
  • Buscamos porque, aunque nos creemos muy sabios y autosuficientes, necesitamos que «el Maestro» (v. 38) oriente y guíe nuestra vida. Recordemos que más adelante Jesús se nos presentará como «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6).
  • Buscamos porque anhelamos encontrar el Mesías (v. 41) y queremos que se cumplan todas las promesas de Dios. Queremos que venga su Reino: reino de paz y justicia, reino de vida y verdad. En tantos programas sociales y políticos, en tantas ideologías y utopías, el hombre busca el Reino de Dios.
  • Buscamos porque no somos capaces de reconocer a «Jesús, el hijo de José, el de Nazaret» (v. 45) en el hermano. Seguimos preguntando si de «Nazaret puede salir algo bueno», y no somos capaces de ver al hermano a nuestro lado. Seguimos buscando al Mesías fuera de nosotros.

La pedagogía de la Iglesia

 

Colocar los textos de la Palabra de Dios en este inicio del tiempo ordinario de este año litúrgico, nos invita a no dejar de maravillarnos, sobresaltarnos y emocionarnos por esa figura que pasea a orillas del Jordán, porque solo así, nos descubriremos sorprendidos por Él, porque es Jesús quien parece venir en búsqueda de los jóvenes pescadores. Pero esta es una historia para semana que viene.

 

Oración

 

Señor, crea en mí un corazón inquieto,

que nunca deje de buscarte.

Y que hallándote, nunca te dejes atrapar,

porque Aquél a quien mi alma anhela

está por encima de todo y más allá de todo.

Señor, que siga viviendo la aventura de la búsqueda

en espera de la sorpresa eterna.
P. Jesús C. García

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