“Valiéndose de ti” – Carta para la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

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“Valiéndose de ti” – Carta para la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

“Valiéndose de ti”

Carta para la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús,

19 de junio de 2020

 

A los miembros de la Congregación

A todos los miembros de la Familia Dehoniana

La solemnidad del Corazón de Jesús llega precedida de meses que han ido dejando un cúmulo de sufrimientos, preocupaciones e incertezas. En lo personal, en la comunidad o en la familia, este periodo imprevisto nos ha permitido tener más tiempo para orar, pensar y tomar mayor conciencia de las fragilidades y fortalezas de nuestra época. Lo hizo también el P. Dehon en su prolongado confinamiento durante la Primera Guerra Mundial y a lo largo de toda su vida, por eso “conoce los males de la sociedad, cuyas causas ha estudiado atentamente, a nivel humano, personal y social” (Cst 4). Su testimonio nos apremia a no quedarnos en la superficie de los acontecimientos y, menos aún, en la indiferencia.

Todos hemos pensado con más atención en las adversidades que dañan la vida, sea esta pandemia que ahora vivimos o tantas otras situaciones que lamentablemente son “de casa” porque hemos crecido con ellas (el hambre, el racismo, la violencia, el drama de los que se ven obligados a emigrar y así un largo etcétera). Nos toca reaccionar. No hacerlo sería inhumano, no sería cristiano: “La falta de reacciones ante estos dramas de nuestros hermanos y hermanas es un signo de la pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se funda toda sociedad civil”. No cabe la menor duda: nuestro mundo sigue necesitando amor y reparación.

Nuestro Fundador asumió sin ingenuidad su responsabilidad ante los males de su época: “La reforma de la sociedad requiere múltiples y perseverantes esfuerzos. Hace falta más de un instrumento: la oración, el estudio, la acción”. Su compromiso entusiasta nació de la mejor inspiración posible: “el Costado abierto y el Corazón traspasado de Cristo” (Cst 2). Allí contempló la solidaridad sin medida de Jesús con los hombres en obediencia al Padre (cf. Cst 10); allí entendió que este mundo tiene heridas profundas y que sólo el Amor lo sanará. Con palabras de León XIII, lo expresó así: “El culto al Sagrado Corazón ha sido predestinado por Dios para curar las heridas de la sociedad moderna y sobre todo el egoísmo que destruye todos los vínculos de la vida social […]; la salvación deseada debe ser el fruto de una gran efusión de caridad y esta caridad tiene su fuente en el Corazón divino del Redentor”.

Se trata de una dinámica que exige la conversión permanente y “la liberación progresiva del egoísmo” (Cst 95): es el camino del discipulado. Así lo vivió Santa Margarita María Alacoque, de quien celebramos el centenario de su canonización: “Si hasta el presente solo has tomado el nombre de esclava mía, ahora te doy el de discípula muy amada de mi Sagrado Corazón”. De esta manera se actualizó en su vida el anhelo permanente de Dios para su pueblo: dejar atrás toda esclavitud para caminar con Él. Es el camino del Corazón, que ofrece hacer de la vida un eco vivo del Evangelio: “Mi Divino Corazón está tan apasionado de Amor a los hombres, en particular hacia ti, que, no pudiendo contener en Él las llamas de su ardiente caridad, es menester que las derrame valiéndose de ti y se manifieste a ellos para enriquecerlos con los preciosos dones que te estoy descubriendo”.

Valiéndose de ella, de su fragilidad y de su pequeñez, Jesús confirmó la alegría que ofrece a quienes llama. Así había acontecido con los caminantes que, a pesar de no haber reconocido al Señor, fueron capaces de acogerlo y retomar el discipulado: escucharon más allá de sí mismos, compartieron el pan, aprendieron a discernir juntos – “¿Acaso no ardía nuestro corazón?” – y anunciaron la buena noticia (cf. Lc 24,13-35). ¡Todo un dinamismo de vida! También nosotros, contemplando el mismo Corazón, “estamos llamados a insertarnos en este movimiento del amor redentor” (Cst 21) uniéndonos a la entrega del Hijo al Padre, abiertos a la acción del Espíritu, para que el mundo tenga vida. Es momento oportuno para renovar nuestro discipulado. ¿Qué nos pide hoy el Señor? ¿Qué nos está ofreciendo del tesoro inagotable que es su Corazón? ¿Qué hemos de contemplar, acoger, vivir y compartir con más atención en nuestra propia vida, en nuestras comunidades, en nuestras familias y en el apostolado que desarrollamos?

A pesar del distanciamiento social impuesto, seguimos cercanos en la oración y en tantas formas de comunión y solidaridad. Nos necesitamos los unos a los otros. Hemos vivido de cerca el duelo, especialmente en algunas Entidades de la Congregación. Sin embargo, sabemos que no podemos quedarnos en la aflicción ni permitir que un paralizante “¿qué va a pasar?” nos deje a la deriva. Todo lo que estamos viviendo es una experiencia de Sábado santo, como la que meditaba el P. Dehon cuando entendió, gracias a María, Juan, Magdalena y las santas mujeres, cómo vivir ese día, preludio de vida nueva: “Duelo, compasión y amor, estas son las disposiciones que hoy debo asimilar profundamente para cumplir mi misión de discípulo del Sagrado Corazón”. Por eso, agradecido, reconoce en ellos “nuestros modelos en este día de compasión y reparación. Son los únicos amigos fieles del Corazón de Jesús. Me uniré a ellos hoy y siempre”.

Demos también nosotros gracias a Dios por tantos hombres y mujeres, mayores y jóvenes, que son modelos cotidianos de los que Dios sigue valiéndose para hacernos conocer la riqueza de su Corazón y apasionarnos más con su Reino. ¿Los reconocemos entre nosotros, en nuestra comunidad, en la familia, en nuestros lugares de vida y apostolado? Este año les invitamos, precisamente, a que cada comunidad encuentre en la jornada del Corazón de Jesús la manera de expresar su agradecimiento a personas concretas. Sin ellas pretenderlo, nos alientan con su testimonio a vivir con pasión el camino del amor y de la reparación al que nos llama el Corazón abierto de Jesús que tanto sigue amando.

En Él, fraternalmente,

 

Carlos Luis Suárez Codorniú, scj

Superior general

y su Consejo

Descargar la carta aquí.

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