¡SED MISERICORDIOSOS!

¡SED MISERICORDIOSOS!

“El mundo al borde de la guerra”. Era el titular a 5 columnas de un periódico asturiano que yo leía cuando tenía unos 10 años. Año 1958. Tiempos de guerra fría muy candente. Me sobresaltó y angustió tanto la noticia, que mi madre, que estaba lavando la ropa a mano, me mandó cerrar el periódico y que me fuera a jugar con los amigos. Ahora preparo la “homilía” del domingo próximo (siendo lunes 14 de febrero) y constato que me parece estar en una situación semejante a aquella. Pero ahora con la convicción de que el peligro es inminente y que no parecen andarse con chiquitas los contendientes en Ucrania. La situación es prebélica donde la razón de la sin-razón emerge y se impone al coste de lo que sea. Alargando las maniobras en el tiempo han conseguido adormecernos y casi olvidarnos del conflicto y sus consecuencias. Hoy (14 de febrero) que celebramos la fiesta de San Cirilo y San Metodio, patronos de Europa, hemos pedido por la paz en los lugares que ellos sembraron la buena noticia del Evangelio. Ojalá se diluya la tensión y se fragüen pactos duraderos de paz, pero no me agradaría que si los acontecimientos se tuercen nuestra celebración y encuentro con la Palabra de Dios permaneciese en un campo neutro o descafeinado.

Termino de leer esta frase de Juan Apecechea en “Verbo Divino”: “Uno de los riesgos que más gravemente amenaza hoy día a la humanidad es el desequilibrio entre el caudal efectivo de sus valores éticos o espirituales y su capacidad y poder progresivo para transformar o destruir. Sin cierto grado de madurez y equilibrio moral y espiritual, el poder se convertirá inevitablemente en fuente de conflictos y, una vez más, en bomba aniquiladora de imprevisibles consecuencias”.

Y aquí entra la Palabra de Dios de hoy. Una página que nos invita al más alto grado de madurez y equilibrio moral y espiritual para este y todos los tiempos. Imaginemos que en esas “mesas de diálogo” que a veces parecen mesas de ping-pong, resonase el mandato invitación de Jesús: “Amad a vuestros enemigos”. A los amigos, parece que puede ser fácil amarlos (no tan fácil), pero a los enemigos… Y el amor del que habla Jesús es “estar dispuesto a dar la vida por el otro”. No a quitarle la vida, porque me estorba en mis planes, sino en entregarle mi vida a él y por él y ser capaz de ponerme en sus manos. Sin misiles y carros de combate. Cuerpo a cuerpo y desarmado. Poner la mejilla. ¿Os imagináis un ejército desarmado y que reparta “claveles”?

Alguien grita en la ONU: “Haced el bien a los que os odian”. Se arma la gorda. Como mucho llegaremos a levantar de nuevo muros de acero o electrónicos. Pero muros que separan y no dejan correr ni pizca de amor misericordioso. Tiene primacía lo mío sobre lo tuyo. Lo “nuestro” no existe.

En los diálogos de sordos o de besugos que se dan entre los gerifaltes de uno y otro bando que suene el “Bendecid a los que os maldicen; no condenéis a nadie; Dad y prestad sin esperar nada a cambio”. Es un buen programa de desescalada y de diálogo. Decir bien del otro. Buscar aquello que hay de positivo en el de enfrente y estar dispuesto al abrazo y al perdón.

Amigos, Jesús nos está proponiendo un nuevo programa de vida, un nuevo proyecto. El único camino que lleva a la vida. El resto de los caminos llevan a la perdición.

Me falta por indicar una cosa, la más importante. Y es una REFERENCIA al Padre del cielo. Jesús nos invita a ser misericordiosos como el Padre es Misericordioso. Esa misericordia que se hace carne en el Hijo, que es el que nos habla, exhorta y obra en consecuencia. Vive su vida desde estos parámetros. Y por eso también se atreve a decirnos: Pedid y orad a Dios por “ellos”. Por los enemigos y por todos. Que entremos en el binario de las bienaventuranzas; en el binario de la fe; en el binario de la comunión y de la entrega; en el binario de la fraternidad porque hemos recibido la misma Vida de Dios desde el Espíritu Santo que se nos hadado.

“Sin Dios” es imposible vivir la misericordia y el amor al enemigo. El hombre que pone su confianza en su persona es como un cardo en el desierto.

He focalizado la Palabra sobre la situación mundial que estamos padeciendo o soportando. Una situación donde están resonando los tambores de guerra con fuerte cadencia e insistencia. Pero esta Palabra también está dirigida a todos y cada uno de nosotros en el devenir de nuestra vida. Nuestra identidad cristiana se define en los “mandamientos” que hoy proclama Jesús. Soy yo, cada uno de nosotros, el que está invitado a amar al enemigo y a ser misericordioso como lo es nuestro Padre celestial.

Seamos valientes y osados. Recemos por la Paz. Construyamos la Paz. Vivamos según el espíritu de las Bienaventuranzas. Seamos testigos del Reino de Dios.

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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