TESTIGOS DE LA LUZ

TESTIGOS DE LA LUZ

Homilía en el IV Domingo de Cuaresma – ciclo B

Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 14-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

«Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.

Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.

Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.

En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios».

 

Hoy, de toda la palabra de Dios que hemos escuchado, me gustaría resaltar una frase que nos ayuda a entender cómo es Dios con nosotros. La hemos escuchado en la segunda lectura, y dice así: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó…”. El gran amor con que nos amó: esa es la clave de todo: Dios, en su misericordia, nos ama y lo hace a lo grande.

Así podemos entender la primera lectura: en ella Ciro, rey de Persia, es movido en su corazón para liberar al pueblo de Israel. Israel había vivido, por su pecado y su alejarse de Dios, desterrado en Persia. Pero Dios no había abandonado a su pueblo: lejos de quedarse al margen, de anotar una por una las infidelidades y los rechazos, Dios termina perdonando a su pueblo. Precisamente, por su misericordia y su compasión, como la misericordia y compasión de cualquier padre con su hijo. Y devuelve al pueblo la libertad robada.

Pero también este amor misericordioso de Dios nos sirve para comprender en profundidad la lectura del Evangelio donde hoy un personaje, Nicodemo, adquiere especial relevancia. 

Nicodemo es un hombre curioso. Curioso porque a pesar de ser un rico fariseo, miembro del Sanedrín que terminará condenando a Jesús, es capaz de vencer la tiniebla de sus miedos y acercarse a Jesús y dialogar con él. La misericordia de Dios no entiende de vidas pasadas o de malas decisiones… pero sí de amor que desborda toda expectativa. Y allí se presenta Nicodemo y Jesús le plantea, precisamente, en el diálogo, lo que es su vida más profunda: una vida de lucha entre la luz y la oscuridad, entre el testimonio y el ocultarse, entre el tener un gran don, el amor de Dios, y no mostrarlo a los demás, no hacerlo fructificar. Dios sigue amando a Nicodemo, está ahí con él. Pero el amor, si es de verdad, ha de dar fruto, ha de iluminar a los otros, ha de alumbrar.

Aterricemos esta Palabra en nuestra vida. En primer lugar, démonos cuenta de cómo hemos sido amados por Dios, de cómo Dios nos ha cuidado y escogido. Y de cómo no nos abandona incluso en los momentos de dificultad. Él, el siempre presente, no huye del dolor de cada uno de nosotros y acompaña el sufrimiento como lo hace cualquier padre o madre: sosteniendo nuestra vida, no dejándola caer en la desesperanza. En segundo lugar: hagamos como Nicodemo, venzamos nosotros también el miedo al qué dirán y a sentirnos interpelados por Dios. No dejemos nuestras dudas y preguntas en el corazón: presentémoslas en la oración y Jesús, nuestro Dios, contestará nuestros interrogantes. Y en tercer lugar: si de verdad lo hemos experimentado, no silenciemos ni quiénes somos ni cómo creemos ni en quién creemos. Nuestra fe es lámpara. No lo olvidemos. Nuestra fe puede llegar a ser luz para los otros, a pesar de tantas personas y tantos momentos que intentarán que la ocultemos. El que ha vivido el encuentro con Jesús de verdad no puede no compartir la alegría de este amor grande que Dios nos ha dado. 

Termino. Pidamos a Dios su fuerza para seguir siendo sus testigos en medio de nuestro mundo. Él no nos abandona. No tengamos miedo a la luz y a ser nosotros testimonio de esa luz. Que así sea.

 

P. Angel Alindado scj

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